LECCIÓN
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Tengo una función
que Dios quiere que desempeñe.
1.
La santa Voluntad de tu Padre es que tú lo
completes, y que tu Ser sea Su Hijo sagrado, por siempre puro como Él, creado
del Amor y en él, preservado, extendiendo amor y creando en su Nombre, por
siempre uno con Dios y con tu Ser. 2Mas ¿qué sentido puede tener
tal función en un mundo de envidia, odio y ataque?
2. Tienes, por lo tanto, una función en el mundo de
acuerdo a sus propias normas. 2Pues, ¿quién podría entender un
lenguaje que está mucho más allá de lo que buenamente puede entender? 3El
perdón es tu función aquí. 4No es algo que Dios haya creado, ya que
es el medio por el que se puede erradicar lo que no es verdad. 5Pues,
qué necesidad tiene el Cielo de perdón? 6En la tierra, no obstante,
tienes necesidad de los medios que te ayudan a abandonar las ilusiones. 7La
creación aguarda tu regreso simplemente para ser reconocida, no para ser
íntegra.
3. Lo que la creación es no puede ni siquiera
concebirse en el mundo. 2No tiene sentido aquí. 3El
perdón es lo que más se le asemeja aquí en la tierra. 4Pues al haber
nacido en el Cielo, carece de forma. 5Dios, sin embargo, creó a Uno
con el poder de traducir a formas lo que no tiene forma en absoluto. 6Lo
que Él hace es forjar sueños, pero de una clase tan similar al acto de
despertar que la luz del día ya refulge en ellos, y los ojos que ya empiezan a
abrirse contemplan los felices panoramas que esos sueños les ofrecen.
4. El perdón contempla dulcemente todas las cosas que
son desconocidas en el Cielo, las ve desaparecer, y deja al mundo como una
pizarra limpia y sin marcas en la que la Palabra de Dios puede ahora reemplazar
a los absurdos símbolos que antes estaban escritos allí. 2El perdón
es el medio por el que se supera el miedo a la muerte, pues ésta deja de
ejercer su poderosa atracción y la culpabilidad desaparece. 3El
perdón permite que el cuerpo sea percibido como lo que es: un simple recurso
de enseñanza del que se prescinde cuando el aprendizaje haya terminado, pero
que es incapaz de efectuar cambio alguno en el que aprende.
5.
La mente no puede cometer errores sin un
cuerpo. 2No puede pensar que va a morir o ser víctima de ataques
despiadados. 3La ira se ha vuelto imposible. a¿Dónde está
el terror ahora? 4¿Qué temores podrían aún acosar a los que han
perdido la fuente de todo ataque, el núcleo de la angustia y la sede del temor?
5Sólo el perdón puede liberar a la mente de la idea de que el cuerpo
es su hogar. 6Sólo el perdón puede restituir paz que Dios dispuso para Su santo Hijo. 7Sólo
el perdón puede persuadir al Hijo a que contemple de nuevo su santidad.
6. Una vez que la ira haya desaparecido, podrás
percibir que a cambio de la visión de Cristo y del don de la vista no se te
pidió sacrificio alguno, y que lo único que ocurrió fue que una mente enferma y
atormentada se liberó de su dolor. 2¿Es esto indeseable? 3¿Es
algo de lo que hay que tener miedo? 4¿O bien es algo que se debe
anhelar, recibir con gratitud y aceptar jubilosamente? 5Somos uno,
por lo tanto, no renunciamos a nada. 6Y Dios ciertamente nos ha
dado todo.
7. No obstante, necesitamos el perdón para percibir
que esto es así. 2Sin su benévola luz, andamos a tientas en la oscuridad
usando la razón únicamente para justificar nuestra furia y nuestros ataques. 3Nuestro
entendimiento es tan limitado que aquello que creemos comprender no es más que
confusión nacida del error. 4Nos encontramos perdidos en las brumas
de sueños cambiantes y pensamientos temibles, con los ojos herméticamente
cerrados para no ver la luz, y las mentes ocupadas en rendir culto a lo que no
está ahí.
8. ¿Quién puede nacer de nuevo en Cristo sino aquel
que ha perdonado a todos los que ve, o en los que piensa o se imagina? 2¿Quién
que mantenga a otro prisionero puede ser liberado? 3Un carcelero no
puede ser libre, pues se encuentra atado al que tiene preso. 4Tiene
que asegurarse de que no escape, y así, pasa su tiempo vigilándolo. 5Y
los barrotes que mantienen cautivo al preso se convierten en el mundo en el que
su carcelero vive allí con él. 6Sin embargo, de la liberación del
preso depende que el camino de la libertad quede despejado para los dos.
9. Por lo tanto, no mantengas a nadie prisionero. 2Libera
en vez de aprisionar, pues de esa manera tú quedas libre. 3Los pasos
a seguir son muy sencillos. 4Cada vez que sientas una punzada de
cólera, reconoce que sostienes una espada sobre tu cabeza. 5Y ésta
te atravesará o no, dependiendo de si eliges estar condenado o ser libre. 6Así
pues, todo aquel que aparentemente te tienta a sentir ira representa tu
salvador de la prisión de la muerte. 7Por lo tanto, debes estarle
agradecido en lugar de querer infligirle dolor.
10.
Sé misericordioso hoy. 2El Hijo de
Dios es digno de tu misericordia. 3Él es quien te pide que aceptes el camino de la
libertad ahora. 4No te niegues a ello. 5El Amor que su
Padre le profesa te lo profesa a ti también. 6Tu única función aquí
en la tierra es perdonarlo, para que puedas volver a aceptarlo como tu
Identidad. 7Él es tal
como Dios lo creó. 8Y tú eres
lo que él es. 9Perdónale ahora sus pecados y verás que eres uno con
él.
¿Qué me enseña esta lección?
Me pregunto, ¿qué es la vida?
Desde que nací, he ido identificándome con las
percepciones físicas que mi cuerpo me transmite.
He sentido hambre y mi cuerpo me ha demandado alimentos que sacien mi
necesidad.
Sí, he aprendido, desde muy pequeño, que el mundo en el que vivo y que estoy
percibiendo como mi hogar, es un mundo de necesidad.
Mi cuerpo me demanda alimentos y mis sentimientos me
demandan afectos. Sé que debo sonreír para despertar esa misma sonrisa en mis
cuidadores; esto parece gustarles y se muestran más amables y felices cuando
ven que yo también manifiesto felicidad. Con el tiempo, he aprendido a
distinguir que no siempre puedo mantener ese sentimiento de felicidad, y poco a
poco, echo en falta las demostraciones de amor de mi familia.
Me enseñan que es preciso ser el mejor en todo; que
siendo el mejor puedo llegar lejos; puedo labrarme un futuro de abundancia que
me permitirá tener todo cuanto quiera. Yo no dejo de preguntarme, ¿qué puede
ser más importante que la sonrisa de mis padres, el abrazo de una madre o el
reconocimiento de un padre? Pero esas cosas, me dicen, no me darán de comer el
día de mañana.
Sí, he crecido con ese propósito de ser el mejor. La
verdad, es muy cansado intentar ser en todo momento el mejor, pues muchas cosas
de las que hago, no me gustan, pero no me atrevo a decírselo a mis padres, pues
se entristecerían y dejarían de reír.
Reconozco que ya no me río como antes. Algunas veces
me cuesta trabajo recordar cuándo fue la última vez que reí. Ahora soy un
“hombre de provecho”. Sí, he conseguido ser el mejor. Tengo cuanto quiero. Una
hermosa casa; un magnífico coche. Soy director general en una de las empresas
más importantes del país. Tengo todo lo que deseo, menos una cosa, que echo
verdaderamente de menos, no tengo tiempo para reír.
Muchas veces me he hecho esta pregunta: ¿Ha merecido
la pena pagar tan alto precio por perder aquello que más felicidad me aportaba?
¿Cuánto daría ahora por recuperar las ganas de reír?
La vida no puede simplificarse como un corto viaje
entre el nacimiento y la muerte. Si así fuese, vivir no tendría sentido. Ese
tránsito vital en el que el ego ha puesto sus más absurdas creencias, es tan
sólo una ilusión.
La vida tiene otro sentido mucho más liberador, pero
para hacer real esta visión debemos reconocer que el mundo físico no es real y
su única función es permitirnos expresar los valores espirituales de los que
somos portadores.
La más elevada función que podemos expresar en el este
mundo es el perdón, pues esta expresión es la manifestación del Amor. Cuando
perdonamos, estamos extendiendo el poder liberador del Amor. Cuando perdonamos,
recuperamos la paz interior, la felicidad y, de nuevo, estamos en condiciones
de reír y de expresar nuestra inocencia.
Ejemplo-Guía: "Respira perdón y sabrás lo que es la paz"
Puede
que para alguno de los que leáis estas líneas, las juzguéis de una manera u
otra, pero os aseguro, que son compartidas desde la certeza de que, con que tan
sólo dos de nosotros nos pusiésemos de acuerdo en practicar el ejercicio
gratuito de respirar "perdón", estaríamos activando el interruptor
sagrado que ha de dispensar la Luz necesaria para experimentar la verdadera
vida.
Como bien sabemos, respirar, consiste en dos acciones, la de inspirar (inhalar)
y la de espirar (exhalar). Cuando inspiramos, recibimos el oxígeno necesario
para la vida física y cuando espiramos, expulsamos el dióxido de carbono. La
vida en el mundo físico comienza con el acto de inspirar, sin embargo, ese ser
que toma vida en el mundo con ese primer acto, ya se encontraba vivo en el
interior de la madre y era alimentado directamente por su creador.
Al salir al exterior, esa conexión directa se interrumpe y se produce una
invitación a tomar por nosotros mismos el acto de vivir, y para ello, tenemos
que inspirar y espirar, es decir, tenemos que hacer uso del acto de respirar.
Mientras que permanecemos en el vientre materno, nuestra madre, nos protege,
nos alimenta y nos aporta lo necesario para que la vida se manifieste en
nuestro ser. En ese estado, no se concibe miedo, culpa, temor, odio o rencor.
Cuando en nuestro ejemplo-guía hemos vinculado al acto de respirar al perdón,
lo que pretendo dar a entender, es que, la vida, la verdadera vida,
tan solo será posible cuando utilizando el mecanismo que empleamos para la vida
física, la respiración, conseguimos que todo nuestro ser se impregne de la
esencia que nos devuelve al estado original de comunicación con nuestro
Creador: el perdón.
Estoy seguro, que tú, al igual que yo, y, al igual que el resto de nuestros
hermanos, anhelamos experimentar la paz. En mi ingenuidad, me pregunto, ¿quién
puede preferir la guerra, el ataque, el terror, a la paz y a la dicha?
Sin embargo, a pesar de que esta pregunta
suele tener una misma respuesta, no estamos dispuestos a dar el paso definitivo
para hacerla una realidad. Los motivos, se encuentran en la raíz que da origen
al miedo, en la creencia en la separación.
Respirar perdón, exige de nosotros estar dispuesto, en primer lugar, a recibir
el perdón, es decir, en llenarnos de él. Tan solo de esta manera, podemos
compartirlo. No es fácil perdonarnos. Un niño, comete un error, se lo
recriminamos y al poco tiempo ha olvidado la ofensa. Un adulto, un adolescente,
recibe un agravio y lo guarda en su interior, colocando como carceleros, al
orgullo, a la vanidad, al odio, al rencor, etc., para asegurar que estará bien
custodiado. Sin embargo, la tendencia natural del prisionero es evadirse, salir
al exterior, y cuando se produzca un descuido de sus carceleros, lo conseguirá.
Mientras que esto ocurre, en un deseo de ser fieles a nuestra conducta interna,
proyectamos nuestros juicios condenatorios sobre aquellos en los que apreciamos
nuestra propia conducta reprobada. Pero un día, la vida nos sorprenderá viendo
como nuestro prisionero interno se escapa y nos hace conscientes de que durante
todo ese tiempo habíamos ocultado nuestra verdadera personalidad.
La lección de hoy nos recuerda una vez más que nuestra Función en este mundo es
perdonar. No es posible gozar de la dicha de la Paz, mientras que no nos
hayamos perdonados y mientras no perdonemos a los que hemos condenado.
Busquemos en nuestro interior, dónde se encuentra ese prisionero que nos priva
de la libertad. No tienes que ir a ningún psicólogo, ni terapeuta,
aunque si lo prefieres, puedes hacerlo. Recuerda que no nos encontramos
separados de los demás. Cada uno de nosotros, somos para el/los otros un espejo
donde poder identificarnos. Si tienes dificultad para encontrar aquello que
debes perdonar, analiza tu comportamiento, tus puntos de vista sobre los demás.
Cuando te descubras juzgando y condenando sus hábitos, su manera de ser, su
comportamiento, toma nota de ellos, pues están hablando más de ti que
de ellos. Bendícelos por ese acto de complicidad que te permite llevar a cabo
la función que Dios te ha encomendado: perdonar.
Reflexión: ¿Cuál crees que es tu función en el mundo que percibes?