miércoles, 16 de julio de 2025

Capítulo 21. VII. La última pregunta que queda por contestar (2ª parte).

VII. La última pregunta que queda por contestar (2ª parte).

3. Los siniestros dan la impresión de estar frenéticos, de ser voci­ferantes y fuertes. 2Mas no saben quién es su "enemigo", sino sólo que lo odian. 3El odio los ha congregado, pero ellos no se han unido entre sí. 4Pues si lo hubieran hecho no serían capaces de abrigar odio. 5El ejército de los impotentes se desbanda en presencia de la fortaleza. 6Los que son fuertes son incapaces de traicionar porque no tienen necesidad de tener sueños de poder ni de exteriorizarlos. 7¿De qué manera puede actuar un ejército en sueños? 8De cualquier manera. 9Podría vérsele atacando a cual­quiera con cualquier cosa. 10Los sueños son completamente irra­cionales. 11En ellos, una flor se puede convertir en una lanza envenenada, un niño en un gigante y un ratón puede rugir como un león. 12con la misma facilidad el amor puede trocarse en odio. 13Esto no es un ejército, sino una casa de locos. 14Lo que parece ser un ataque concertado no es más que un pandemó­nium.

Los siniestros a los que alude Jesús en este punto son los que responden a estados mentales demenciales, faltos del ejercicio de la razón e ignorantes de que se atacan a sí mismos en un total desconocimiento de quienes son.

Los siniestros no responden a la razón, sino a la sinrazón. Su conciencia, al permanecer sumida en el sueño, le lleva a percibir un mundo ilusorio al que considera real. Su mente es poseída por el deseo de ser especial y establece como verdad los estímulos que le aportan los sentidos corporales. De este modo llega a creer que su identidad es corporal, al situar la mente en los límites de lo sensorial.

Los siniestros sienten un profundo odio hacia sí mismos, pues prefieren la culpa al perdón para así seguir justificando su identidad pecadora, la misma que los mantiene prisioneros de la falsa creencia en ser merecedores del castigo divino, como respuesta a su naturaleza pecadora.

4. El ejército de los impotentes es en verdad débil. 2No tiene armas ni enemigo. 3Puede ciertamente invadir el mundo y buscar un enemigo. 4Pero jamás podrá encontrar lo que no existe. 5Puede ciertamente soñar que encontró un enemigo, pero éste cambia incluso mientras lo está atacando, de modo que corre de inme­diato a buscarse otro, y nunca consigue cantar victoria. 6Y a medida que corre se vuelve contra sí mismo, pensando que tuvo un pequeño atisbo del gran enemigo que siempre elude su ata­que asesino convirtiéndose en alguna otra cosa. 7¡Cuán traicionero parece ser ese enemigo, que cambia tanto que ni siquiera es posible reconocerlo!

El sistema de pensamiento que identifica lo ilusorio, lo temporal, como lo real, como la verdad, dificilmente podrá reconocer que las bases de sus creencias son erróneas. Una mente sin razón es una mente ciega y demente.

Sabemos que el error original, a lo que se ha llamado "pecado original", es la creencia en la separación. Esa creencia se fundamenta en la idea de ser especial, en el deseo que nos lleva a la individualidad. El deseo de ser especial se convierte en el enemigo oculto que lleva a la mente pecadora a odiarse a sí misma y a proyectar ese pensamiento de odio hacia el mundo exterior, hacia el mundo de la percepción, donde encuentra a su mejor víctima para redimir la culpa que siente interiormente. Es entonces cuando identifica al cuerpo como la diana hacia la cual dispara todos los dardos.

El ego se alimenta del odio y ese odio es la carta de presentación que ofrece en su relación con el mundo. El deseo de ser especial le lleva a establecer relaciones especiales, las cuales estarán basadas en la búsqueda de redención de la culpa que siente. De este modo, el otro se convierte en su víctima preferida, sobre la cual proyectará sus pensamientos de condena y salvación. Juzgando el pecado en el otro, cree liberarse de su propia naturaleza pecaminosa. Busca al enemigo fuera de sí mismo, cuando en realidad ese enemigo lo lleva en su interior, en el deseo de ser especial. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario