
¿Cómo puede ser que, deseando la paz de Dios, me encuentre juzgando a mi hermano en un deseo ilusorio de ayudarle?
¿Cómo puede ser que, deseando la paz de Dios, me descubra atacando las imperfecciones ajenas?
¿Cómo puede ser que, deseando la paz de Dios, me sienta culpable por mi falta de amor, por sentirme atacado, por no ver la unidad en el rostro de mi hermano?
Ejemplo-Guía: "¿De quién depende la paz que añoras?"
Durante mucho tiempo, he mantenido la creencia de que la paz depende de la respuesta que me ofrezca la vida. Por supuesto que me he sentido merecedor de que la vida me sonría y que me ofrezca su rostro más amable, obsequiándome con momentos felices, con momentos de paz. Es por ello que, cuando ese rostro no es el esperado, me rebelo, me siento una víctima, reclamo a la vida que me devuelva lo que es mío.
Esta manera de ver las cosas, propia de una personalidad entregada al ego, puede ser el guion que pueda compartir la gran mayoría de los humanos. La paz no depende de nosotros, sino de los demás, de todo lo que nos rodea.
Esta visión exige un profundo cambio, tanto es así que podemos decir que la verdad nos sugiere todo lo contrario, es decir, la paz depende solo y exclusivamente de nosotros, pues nada externo se manifiesta si no es proyectado por nuestra mente. El pensamiento siempre sigue a su fuente. Si internamente hemos conquistado la paz, esto es, si hemos deseado de todo corazón la paz que tan sólo Dios nos puede otorgar, el mundo que veremos estará impregnado de esa paz. Sin embargo, si en nuestro interior somos incapaces de establecer la coherencia necesaria para que pueda manifestarse la paz, nuestro mundo exterior será la viva imagen de lo que llevamos dentro.
Mientras que creamos en un mundo de división y separación, mientras que permanezcamos identificados con el cuerpo y con el mundo material, estaremos tomando el camino equivocado, si pretendemos alcanzar la paz. Esto es así porque el mundo material es irreal e ilusorio, y está basado en la temporalidad. Esa visión de lo temporal hace que sintamos un profundo temor a perder lo que tenemos y ello nos priva de la paz.
Cuando hayamos consumido todo deseo por conquistar las ilusiones que nos ofrece el mundo material, volveremos nuestra mirada hacia el Cielo y descubriremos un mundo en que el deseo se funde con la Voluntad que nos invita a experimentar que todos somos Uno. En ese momento, nuestros deseos ya no se orientarán hacia el mundo de la oscuridad, sino que nos impulsarán a conquistar el mundo de la luz. A partir de ese instante santo, tan solo desearemos, con toda la fuerza de nuestro corazón, gozar de la paz que nuestro Padre ha dispuesto para todos nosotros.
Desear la paz de Dios significa que todos nuestros sentidos, los canales de nuestra percepción, se unifican y se orientan en una sola dirección: ver, sentir, degustar, oler y oír el mundo del Espíritu.
Reflexión: Desear la paz de Dios de todo corazón es renunciar a todos los sueños. ¿Cuáles son tus sueños?
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