lunes, 1 de abril de 2019

Génesis: "El Despertar del Ser" - 1ª Parte -

Hace algunos años, sentía interés en saber si mis inquietudes por conocer el origen del hombre en su sentido metafísico, respondían a un desvarío de mi intelecto o tal vez, se trataba de una búsqueda compartida por otras mentes. Debo reconocer que dicha inquietud se despertó en mí a una temprana edad, sin saber qué razones me llevaban a plantearme tales cuestiones. Pero lo cierto, es que la vida se me presentaba con muchas incógnitas y mientras mis compañeros de juegos se interesaban por temas más comunes, mis pensamientos no dejaban de viajar por un mundo, cuanto menos fantasioso, imaginativo y no exento de misterios.

Con el tiempo, descubrí que no me encontraba, ni mucho menos, solo en tan inquietante búsqueda. Cuestiones como, ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?, también se habían convertido en las codiciadas preguntas que, toda alma inquieta, añoraba y deseaba responder. Aprendí a distinguir que, como yo, aquellos que mostraban interés y devoción por escudriñar dichos misterios de la vida, respondía a un perfil que los diferenciaba de los demás. La característica principal que los definía era su vivo interés por conocer el sentido espiritual de la existencia.

Me siento satisfecho por encajar dentro de dicho perfil. Me siento satisfecho, igualmente, por haberme planteado cuestiones existenciales  y trascendentes. Me siento satisfecho, por las respuestas que han saciado mi hambre de conocimiento y que, de manera inevitable, han conformado mi visión ante la vida. “Conócete a ti mismo”…, era el mensaje que daba la bienvenida, en los Templos, a los adeptos de la antigua Grecia. Considero de vital importancia, gozar del privilegio de conocer nuestra verdadera Identidad. No menos importante, es conocer la verdadera procedencia de nuestro Ser, pues alcanzar ese nivel de comprensión, de conciencia, nos permitirá dar respuesta a la tercera de las cuestiones, es decir, sabremos cómo debemos vivir, para expresar nuestra verdadera condición divinal. 

La sociedad actual, se encuentra en una fase de profundas transformaciones. Esos "cambios", no son casuales, sino que responden a una dinámica natural del proceso evolutivo. La causa de esos "cambios", debemos buscarla en la transformación que se está produciendo en la conciencia del ser humano, el cual, una vez que ha agotado la vía de aprendizaje que le ha ofrecido el mundo material, añora re-encontrarse con su verdadera personalidad, con su verdadero Ser. La conciencia egoica dará paso a su liberación y para ello, el pensamiento dual, la culpa, la creencia en la separación, el miedo, se transformará en un pensamiento de unidad, en perdón, en Amor Incondicional.

En mi búsqueda, ha sido importante comprender el significado de cuestiones que he considerado esenciales a la hora de alcanzar las respuestas. Una de estas cuestiones es el concepto de “separación”. Muchos autores defienden que la “separación” es el origen de nuestro estado actual: la negación de la espiritualidad y la total identificación con el ego. Siendo así, es comprensible mi interés por conocer la respuesta a la siguiente cuestión: ¿Por qué nos separamos de nuestro Creador?


Estamos abordando un tema que nos exige remontarnos a los orígenes de la creación, por lo que os invito a “sacar billete” con el ánimo de emprender un interesante viaje hacia el origen de nuestra existencia. Nuestro destino no puede ser otro que la Biblia, y escudriñar el primero de sus libros, el Génesis, donde se nos narra lo acontecido en la Magna Obra de la Creación del Universo.

Ni que decir tiene, que no es tarea fácil. Me veo obligado, antes de adentrarnos de lleno en dicho estudio, a aportar algunas cuestiones previas que considero de vital interés. Necesito cuestionar el significado aportado por los textos actuales. La interpretación legada por el paso del tiempo sobre estas cuestiones sagradas, han sufrido tantas y tantas incidencias, que no puedo menos que, refrendar los testimonios de investigadores que han dedicado parte de sus vidas al estudio de los textos sagrados originales. Uno de esos autores, Fabre d´Olivet, nos ha legado una obra, “La Lengua Hebraica Restituida”, donde pone de manifiesto las circunstancias que han rodeado, a lo largo de la historia, la traducción de los textos sagrados. En este estudio, hago honor a su magnífico trabajo, el cual goza de la favorable opinión de otros estudiosos de la Cábala. Igualmente, expondré, en un intento de ahondar en la teoría que se detalla, las conclusiones de Max Heindel, fundador de la Escuela Rosacruz de California, las cuales se recogen en su Obra “Concepto Rosacruz del Cosmos”.  


Fabre d´Olivet

El primer libro bíblico es el Génesis, un libro fundamental, primero de los cinco que, según la tradición, fue revelado a Moisés mientras estaba en el desierto con el pueblo de Israel camino de la tierra prometida.

"Fabre d’Olivet intentó realizar una traducción correcta".

Nació en Ganges (Herault, Francia) en 1767 y murió en 1824. Durante su vida se dedicó a estudiar la palabra y llegó a conocer casi todas las lenguas de Europa. Son, además, importantísimos sus estudios sobre el griego, el caldeo, el sirio y el chino, y la comparación del hebreo con el samaritano. Escogió el hebreo, de entre el chino y el sánscrito, y profundizó en él, llegando a la conclusión de que este idioma, estando formado en sus orígenes por concepciones intelectuales, metafóricas y universales, evolucionó insensiblemente hacia sus elementos más groseros, circunscribiéndose a expresiones materiales específicas y particulares. Mostró como y en que época se perdió totalmente. Y restableció la lengua perdida en sus principios originales. (Introducción El Génesis Descifrado de Fabre d´Olivet)


Un poco de historia…

Richard Simón, (1638-1712), sacerdote francés, iniciador de la exégesis bíblica moderna en la Iglesia Católica y el mejor crítico que ha escrito sobre la materia, nos revela algo, que la Biblia lo demuestra y el Talmud lo afirma, el olvido de la lengua hebrea después del cautiverio de Babilonia. Los hebreos, transformados en judíos, seis siglos antes de J.C., no hablaban ni comprendían su lengua original. empleaban un dialecto sirio llamado "arameo", el cual estaba formado por la unión de varios idiomas de Asiria y Fenicia.

A partir de esta época, “La Ley de Moisés”  fue siempre parafraseada en las sinagogas. En verdad, se hace complicado afirmar hoy si dichas versiones fueron desde un principio escritas por doctores, verdaderos conocedores del idioma, o si cayeron en manos de intérpretes sin escrúpulos.

Surgieron violentos enfrentamientos y disputas al no ponerse de acuerdo en las interpretaciones de los Textos Sagrados. Por un lado estaban los que se erigían como los legítimos poseedores de la ley oral dada en secreto por Moisés. Por otro lado, se encontraban  sus detractores, los que negaban la existencia de esta ley.

La defensa de estas dos corrientes, propició la creación de dos sectas rivales:
  • Los Fariseos, defensores del sentido espiritual, fue la más numerosa y la más considerada; utilizaban las alegorías para descifrar los pasajes más obscuros. Creían en la inmortalidad del alma y en la Providencia divina.
  • Los Saduceos, negaban la existencia del Espíritu, no creían en la inmortalidad del alma y se burlaban de las interpretaciones  alegóricas de los Fariseos.
Entre ambas tendencias interpretativas, surgió una nueva corriente que, aunque menos numerosa, era infinitamente más instruida: la de los Esenios. A diferencia de los Saduceos, los Esenios no mostraron interés por ocupar cargos sacerdotales, Se ocuparon principalmente, por la aplicación de la moral y al estudio de la naturaleza. La peculiaridad de las interpretaciones de esta secta, se caracteriza por conservar la letra y el sentido material de cara al exterior y reservó, de una manera hermética y secreta, la tradición y la ley oral.

De los Fariseos, descienden los judíos modernos, con excepción de algunos raros sabios cuya tradición secreta se remonta hasta la de los Esenios. Los Saduceos originaron los Karaitas actuales, también llamados Seriptuarios. Antes de que los Judíos hubieren poseído sus Targumes (comentarios) caldeos, ya los Samaritanos tuvieron una versión del Sefer, hecha en lengua vulgar, pues estaban todavía en menos condiciones que los Judíos para comprender el texto original. Dicha versión, se posee completa, siendo la primera de todas las que se han hecho, merece, por consiguiente, más confianza que los Targumes. El dialecto en que está escrita la versión samaritana, tiene más relaciones con el hebreo que el arameo o el caldeo de los Targumes.
Ordinariamente se atribuye a un rabino llamado Ankelos, el Targum del Sefer, propiamente dicho, y a otro rabino llamado Jonathán, el de los otros libros de la Biblia; no obstante, sería difícil fijar la época de su composición. Se infiere solamente, que éstos son más antiguos que el Talmud, porque su dialecto es más correcto y menos desfigurado.

Los judíos, están protegidos por los monarcas persas. El imperio de Ciro se derrumba; Babilonia cae en poder de los griegos; todo se rinde bajo las leyes de Alejandro.
Muerto Alejandro  los judíos caen en poder de los Seléucidas. La lengua griega, llevada a todas partes por los conquistadores, modifica de nuevo el idioma de Jerusalén, y lo aleja cada vez más del hebreo. El Sefer de Moisés, desfigurado ya por los comentarios, va a desaparecer completamente en la versión de los griegos.

Gracias a los cuidados de Ptolomeo, se erigió en Alejandría la soberbia biblioteca que Demetrio de Falera, a quien aquél confiara la custodia, enriqueció con todo lo que entonces ofrecía la literatura de los pueblos como más preciados. Desde largo tiempo los judíos se habían establecido en Egipto.
Eleazar le envió un ejemplar del Sefer de Moisés, permitiéndole hacerlo traducir a la lengua griega. Sólo fue cuestión de elegir los traductores. Como los Esenios del monte Moria gozaban de una merecida reputación de sabiduría y santidad, todo me lleva a creer que Demetrio de Falera puso los ojos en ellos y les transmitió las órdenes del rey.

El Sefer estaba, según ellos, compuesto de cuerpo y espíritu; por cuerpo entendían ellos el sentido material de la Lengua hebrea, y por espíritu, el sentido espiritual extraviado por el vulgo.
Hicieron una versión verbal todo lo exacta posible que pudieron en la expresión restringida y corpórea, y para guardarse todavía más de los reproches de profanación, se sirvieron del texto y de la versión samaritana en muchos pasajes, y en todos aquellos en que el texto hebreo no ofrecía demasiada obscuridad.

El Talmud asegura que en un principio sólo fueron cinco los intérpretes, lo que es casi probable, pues se sabe que Ptolomeo no mandó traducir sino los cinco libros de Moisés, contenidos en el Sefer, sin preocuparse de las adiciones de Esdras.
Bossuet se muestra de este parecer, diciendo que el resto de los libros sagrados fue traducido al griego expresamente para uso de los judíos diseminados por Egipto y Grecia, donde no solamente habían olvidado su primitiva lengua, que era el hebreo, sino hasta el caldeo, que aprendieron en su cautiverio. Dicho escritor añade, y ruego al lector se fije en esto, que estos judíos elaboraron un griego mezclado de hebraísmos, la llamada Lengua helenística, y que los Septantes y todo el Nuevo Testamento, está escrito en dicho lenguaje.
Está probado que los judíos, diseminados por Egipto y Grecia, habiendo olvidado completamente el dialecto arameo en el cual estaban escritos sus Targumes y necesitando un comentario en lenguaje corriente, debían tomar, naturalmente, la versión del Sefer, que existía ya en la Biblioteca real de Alejandría; esto es lo que hicieron. Añadiéronle una traducción de las adiciones de Esdras, y enviaron el todo a Jerusalén para hacerlo aprobar como comentario. El sanhedrín acogió su demanda, y como este tribunal se encontraba entonces compuesto de setenta jueces, de conformidad con la ley, dicha versión recibió por ello el nombre de Versión de los Setenta; es decir, aprobada por ellos.

Tal es el origen de la Biblia. Es una copia en lengua griega de las escrituras hebreas, donde las formas materiales del Sefer de Moisés, están bastante bien conservadas para que aquellos que no ven nada más allá, no pudieran sospechar sus formas espirituales. En el estado de ignorancia en que se encontraban los judíos, este libro disfrazado les debía convenir. Y les convino de tal suerte, que en muchas sinagogas griegas, era leída no tan sólo como comentario, sino en lugar y con preferencia al texto original. ¿De qué hubiera aprovechado el leer el texto hebreo?

Un nuevo culto nació, el cristianismo, en este estado de ignorancia, y cuando la Biblia griega usurpaba en todas partes el sitio al Sefer hebreo. El imperio romano fue envuelto por él. Jesús y sus discípulos habían citado siempre la Biblia griega, despreciaron el texto hebreo.
El último de los Patriarcas que vio la horrible imperfección de la versión de los helenistas y que quiso remediarlo, fue San Jerónimo. Veía que el único medio de llegar a la verdad era recurrir al texto original. Este era completamente desconocido. El griego lo era todo. ¡Cosa extraordinaria y completamente extravagante! Sobre el texto griego se hicieron, a medida que hubo necesidad, no sólo la traducción latina, sino la copta, la etíope, la árabe, la persa, la siria y todas las demás.
Más para recurrir al texto original había que entender el hebreo. ¿Y cómo comprender una lengua perdida desde hacía más de mil años? Los Judíos, con excepción de un corto número de sabios a los cuales no se lo hubieran arrancado con los mayores tormentos, no la conocían mucho mejor que San Jerónimo. Sin embargo, el único medio que quedaba a éste, era dirigirse a los judíos. Tomó un maestro entre los rabinos de la escuela de Tiberiades. Al saber esta noticia, toda la Iglesia cristiana lanzó un grito de indignación. San Agustín combate denodadamente a San Jerónimo.

San Jerónimo, viéndose el blanco de estas borrascas, se arrepiente de haber dicho que la versión de los Setenta era mala; tergiversa, diciendo a lo mejor para adular al vulgo, que el texto hebreo está corrompido, como lo exalta diciendo que los judíos no han corrompido una sala línea.
San Jerónimo tuvo el valor de proseguir su proyecto; sin embargo, otros obstáculos más terribles le esperaban. Ve que el hebreo que quiere interpretar se le escapa a cada momento; que los Judíos que consulta se mueven en la mayor incertidumbre; que no coinciden jamás en el sentido de las palabras, no teniendo ningún principio fijo, ninguna gramática; que el único léxico del cual se podía servir es la misma versión helenista que él había pretendido corregir. ¿Cuál es pues el resultado de su trabajo? Una nueva traducción de la Biblia griega, hecha en un latín quizás menos bárbaro que las traducciones precedentes, y confrontada con el texto hebreo, sujetándose a las formas literales. San Jerónimo no podía hacer otra cosa. Si hubiese penetrado en los principios más íntimos del hebreo, o que el genio de esta lengua se le hubiese desvelado a sus ojos, hubiese estado obligado a callarse o a limitarse a la versión de los helenistas.
Esta es la traducción latina denominada ordinariamente la Vulgata.
El concilio de Trento declaró auténtica dicha traducción, sin hacerla, no obstante, infalible; sin embargo, la Inquisición la ha sostenido con toda la fuerza de sus argumentos y los teólogos con todo el peso de su intolerancia y de su parcialidad.
Por más que Martín Lutero y Agustín de Eugubio digan que los helenistas son unos ignorantes, copiando a San Jerónimo, no se salen de su léxico.

Cualquiera que sea la lengua a que se vierta es siempre la versión de los helenistas que se traduce, puesto que ésta sirve de léxico a todos los traductores del hebreo.

Es imposible salirse nunca de este círculo vicioso, sin adquirir un verdadero y perfecto conocimiento de la lengua hebrea. Pero ¿cómo adquirir dicho conocimiento?

He manifestado ya como compuesto en su origen de expresiones intelectuales, metafóricas y universales, había caído insensiblemente en sus elementos más groseros, limitándose a las expresiones materiales, propias y particulares.
He seguido las revoluciones del Sefer de Moisés, único libro que lo contiene. He desarrollado en qué ocasión y de qué manera se hicieron las principales versiones. He reducido estas versiones al número de cuatro, a saber: los comentarios caldeos o targumes, la versión samaritana, la de los helenistas (llamada versión de los Setenta) y por fin, la de San Jerónimo o Vulgata.


(Extracto de la obra La Lengua Hebraica Restituida de Fabre d´Olivet).


Continuará...

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