Esta mañana, me he levantado
con un pensamiento que me hace reflexionar sobre una hipotética situación, que
sin duda, hemos tenido la gran mayoría de los humanos.
¿Qué le pediría al Genio de
la Lámpara, si me pudiese conceder un deseo?
Bien, a partir de ahí es
cuando engrasamos nuestras neuronas e intentamos encontrar, entre los miles y
miles de deseos, el que más nos gustaría disfrutar. Estoy seguro de que la
lista sería interminable, aunque así de
pronto, el ranking nos llevaría a apostar por el tan codiciado y compartido
deseo de ser multimillonario, sobre todo porque hemos adquirido la convicción
de que el dinero todo lo puede…, y esos otros argumentos, de que el dinero
llama al dinero… en fin, que el dinero da la felicidad.
La felicidad, sí, la
felicidad podría ser otro de los deseos que se encontrarían en los primeros
lugares del ranking. Pero claro, si el dinero nos lleva a obtenerla, pues me
pido el dinero y consigo “dos pájaros de un tiro”. Pero, muchos compartiréis
conmigo, sobre todo los que gozan de una buena posición económica, de que el
dinero no siempre da la felicidad…, ¿verdad?.
La felicidad, nos transporta
a ese estado paradisiaco que nos describe el Génesis, en el que nuestros
primeros “Padres”, Adán y Eva, tuvieron ocasión de disfrutar. Vivir en la tierra
dispuesta por la Divinidad, permitió a la humanidad en los albores de la
creación disfrutar de la felicidad. Pero las acciones de nuestros antecesores,
es decir, el estado de conciencia de la humanidad en esa etapa evolutiva,
haciendo uso del poder creador heredado de Dios, le llevó a un nuevo estado en
el que la felicidad deberá ser reconquistada. Quizás por ello, todos sentimos
su añoranza.
Reconquistar la felicidad es
retornar al estado que experimentábamos cuando nos encontrábamos en el “paraíso”,
en plena armonía con las leyes divinas. Por lo tanto el camino, la ruta para
alcanzar ese elevado “estado”, ha de llevarnos a que nuestras acciones sean conformes
a dichas leyes.
Las leyes físicas nos hablan
de que existen dos grandes fuerzas en el universo, la de atracción y la de
repulsión. En el argot esotérico, existen, igualmente, esas dos fuerzas,
ATRACIÓN-AMOR, y REPULSIÓN-RIGOR.
La fuerza del amor se
caracteriza por su capacidad de unir. La fuerza del rigor se caracteriza por su
capacidad de destruir, de separar. Ambas fuerzas son evidentes, aunque no reales, en el proceso de evolución
de la conciencia. En la naturaleza, vemos permanentemente su manifestación
cuando observamos la dualidad de las cosas. El día y la noche, el blanco y el
negro, la luz y la oscuridad, etc. Esa dualidad es la percepción de la mente identificada con el mundo material y se convierte en el argumento del ego. Pero en el mundo real, en la eternidad, en el mundo de Dios o Reino de los Cielos, la dualidad no existe, tan solo existe la unidad.
Tan verdad, que llegamos a
apreciar la luz, cuando nos encontramos en la máxima oscuridad, el amor se
convierte en un tesoro muy apreciado, cuando en nuestra vida nos encontramos
con el rostro del rigor, pues aporta al alma el sentimiento de plenitud que
añora.
Llegado a este punto, parece
que tengo argumentos más que concluyentes para saber qué deseo pedir al Genio.
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Deseo recordar que soy Hijo del Amor, y expandir esa fuerza a través del perdón.
Ángel Mexicali
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