sábado, 8 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 312


Veo todas las cosas como quiero que sean.

1. La percepción se deriva de los juicios. 2Habiendo juzgado, vemos, por lo tanto, lo que queremos contemplar. 3Pues el único propósito de la vista es ofrecernos lo que queremos ver. 4Es imposible pasar por alto lo que queremos ver o no ver lo que hemos decidido contemplar. 5¡Cuán inevitablemente, pues, se alza el mundo real ante la santa visión de aquel que acepta el propósito del Espíritu Santo como aquello que desea ver! 6No puede dejar de contemplar lo que Cristo quiere que vea, ni de amar con el Amor de Cristo lo que contempla.

2. Mi único propósito hoy es contemplar un mundo liberado, libre de todos los juicios que he emitido. 2Padre, esto es lo que Tu Voluntad dispone para mí hoy; por lo tanto, no puede sino ser mi objetivo también.


¿Qué me enseña esta lección? 

Cuidado con el uso que damos al juicio. Lo que juzgamos es lo que vemos y lo que vemos es lo que queremos ver, pues esa imagen forma parte de nosotros.

No hay juicio más dañino que aquel en el que condenamos a nuestros hermanos, pues en verdad, lo que estamos haciendo es condenándonos a nosotros mismos.

Todo juicio procede de la creencia de que estamos separados. Encuentra su origen en el miedo, pues si hubiese una sola pizca de amor en nuestros juicios, estos no tendrían razón de ser; no haríamos uso de él de manera condenatoria.

Cuando nos amamos, estamos preparados para amar a los demás. Por lo tanto, cuando emitimos un juicio condenatorio hacia los demás o hacia nosotros mismos, de una manera consciente, lo que realmente estamos manifestando es nuestra ausencia de amor.

Es común que el aspirante espiritual caiga en la trampa de la culpa, como una reacción natural ante un acto que hemos considerado pecaminoso y que arde en nuestra conciencia, demandando castigo y reparación. El juicio severo y carente de amor y perdón nos causará mucho daño y nos mantendrá aferrados a la creencia del miedo, el dolor, la tristeza y el sufrimiento.

Lo que pasó, ya pasó. Haz consciente el nuevo instante. Es la única realidad. No hay otra. Decide qué hacer. Es tu eternidad presente. Ama, y el amor te liberará.

Ejemplo-Guía: "¿Crees no poder cambiar lo que ves...?"

A menudo nos cuesta creer que tenemos el poder de cambiar lo que percibimos y vemos, pero si dedicamos el tiempo suficiente a reflexionar, quizá lleguemos a considerar que es posible transformar esa percepción. 

Si observamos los primeros días de vida de una criatura, encontramos a un ser que refleja inocencia, pureza y sencillez, carente de juicio, ya que su mente, en esa etapa temprana, no está influenciada por pensamientos que definan cómo interpretar las cosas. Sus respuestas son instintivas, y el llanto que surge de forma inconsciente ante estímulos externos es una reacción natural al medio hostil en el que acaba de nacer: el mundo de las formas, donde la necesidad y la escasez se unen para recordarnos que este nivel es fruto del miedo y de haber elegido un estado de conciencia separado de nuestro Creador. 

Esa misma criatura, mientras estuvo en el vientre de su madre, no sintió esa necesidad, ya que fue alimentada directamente y no requirió abrigo, pues el cuerpo de su creadora la protegió de las inclemencias externas.

El contacto con el mundo exterior, que implica la "separación" de su madre, lo ha colocado en un entorno diferente donde empezará a recibir información que influirá en su adaptación al medio. Las normas, la cultura y las creencias del entorno cercano se convertirán en sus guías, y así, ese ser que llegó puro e inocente pronto se transformará en alguien capaz de juzgar y llevar esa capacidad hasta el punto de condenar. Esto significa que su relación con el entorno estará basada en las proyecciones que haga de sí mismo hacia los demás. 

Lo que no forma parte de nuestras creencias, simplemente no lo veremos. Si el Hijo de Dios no hubiera querido ver un mundo separado de su Creador, jamás habría percibido el mundo que hemos hecho real. La idea de que podemos ser nuestros propios "creadores" nos ha llevado a pensar que es posible, y ese juicio inevitablemente nos ha conducido a percibir una realidad distinta.

Si utilizamos esa capacidad que proviene de nuestra esencia divina, ya que todos tenemos el principio activo de la voluntad heredado de nuestro Padre, debemos ser conscientes de que somos el producto de un conjunto de creencias que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida. Estas creencias condicionan nuestras respuestas ante experiencias que consideramos comunes. Por ejemplo, solemos percibir la enfermedad como algo negativo en nuestras vidas. Sin embargo, cada vez hay más voces que la interpretan de otra manera, viéndola como un "camino" hacia el autoconocimiento. Además, según la perspectiva de Un Curso de Milagros, se nos enseña que la enfermedad no es real.  

Nuestra cultura nos ha enseñado a llorar ante la pérdida de un ser querido, pero en otras culturas la muerte tiene un significado diferente. Esto debería llevarnos a reflexionar sobre el sentido, el valor y el significado de las cosas, y en última instancia, sobre cómo juzgamos y percibimos lo que nos rodea.

La propuesta que nos hace esta lección es: ¿podemos ver las cosas de otra manera? 

Como siempre, la elección es nuestra.


Reflexión: "El único propósito de la vista es ofrecernos lo que queremos ver".

viernes, 7 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 311

¿Qué es el Juicio Final? 

1. El Segundo Advenimiento de Cristo le confiere al Hijo de Dios este regalo: poder oír a la Voz que habla por Dios proclamar que lo falso es falso y que lo que es verdad jamás ha cambiado. 2Y éste es el juicio con el que a la percepción le llega su fin. 3Lo primero que verás será un mundo que ha aceptado que esto es verdad, al haber sido proyectado desde una mente que ya ha sido corregida. 4con este panorama santo, la percepción imparte una silenciosa bendición y luego desaparece, al haber alcanzado su objetivo y cumplido su misión.

2. El juicio Final sobre el mundo no encierra condena alguna. 2Pues ve a éste completamente perdonado, libre de pecado y sin propósito alguno. 3Y al no tener causa ni función ante los ojos de Cristo, simplemente se disuelve en la nada. 4Ahí nació y ahí ha de terminar. 5Y todas las figuras del sueño con el que el mundo comenzó desaparecen con él. 6Los cuerpos no tienen ahora nin­guna utilidad; por lo tanto, desaparecen también, pues el Hijo de Dios es ilimitado.

3. Tú que creías que el juicio Final de Dios condenaría al mundo al infierno junto contigo, acepta esta santa verdad: el juicio de Dios es el regalo de la Corrección que le concedió a todos tus errores. Dicha Corrección te libera de ellos y de todos los efectos que parecían tener. 2Tener miedo de la gracia redentora de Dios es tener miedo de liberarte totalmente del sufrimiento, del retorno a la paz, de la seguridad y la felicidad, así como de tu unión con tu propia Identidad.

4. El Juicio Final de Dios es tan misericordioso como cada uno de los pasos de Su plan para bendecir a Su Hijo y exhortarlo a regre­sar a la paz eterna que comparte con él. 2No tengas miedo del amor, 3pues sólo él puede sanar todo pesar, enjugar todas las lágri­mas y despertar tiernamente de su sueño de dolor al Hijo que Dios reconoce como Suyo. 4No tengas miedo de eso. 5La salvación te pide que le des la bienvenida. 6Y el mundo espera tu grata aceptación de ella, gracias a lo cual él se liberará.

5. Este es el juicio Final de Dios: "Tú sigues siendo Mi santo Hijo, por siempre inocente, por siempre amoroso y por siempre amado, tan ilimitado como tu Creador, absolutamente inmutable y por siempre inmaculado. 2Despierta, pues, y regresa a Mí. 3Yo soy tu Padre y tú eres Mi Hijo".




LECCIÓN 311

Juzgo todas las cosas como quiero que sean.

1. Los juicios se inventaron para usarse como un arma contra la verdad. 2Separan aquello contra lo que se utilizan, y hacen que se vea como si fuese algo aparte y separado. 3Luego hacen de ello lo que tú quieres que sea. 4Juzgan lo que no pueden comprender, ya que no pueden ver la totalidad, y, por lo tanto, juzgan falsamente. 5No nos valgamos de ellos hoy, antes bien, ofrezcámoselos de regalo a Aquel que puede utilizarlos de manera diferente. 6Él nos salvará de la agonía de todos los juicios que hemos emitido con­tra nosotros mismos y restablecerá nuestra paz mental al ofre­cernos el juicio de Dios con respecto a Su Hijo.

2. Padre, estamos esperando hoy con mentes receptivas a oír Tu juicio con respecto al Hijo que Tú amas. 2No lo conocemos, y así, no lo pode­mos juzgar. 3Por lo tanto, dejamos que Tu Amor decida qué es lo que no puede sino ser aquel a quien Tú creaste como Tu Hijo.



¿Qué me enseña esta lección? 

Cuando somos capaces de ver la verdad, estamos en condiciones de crear. En cambio, cuando nos identificamos con el error, a pesar de creer que es la verdad, lo que hacemos es proyectar. 

Las proyecciones nos llevan a fabricar un mundo acorde a lo que creemos que somos. Cuando aquello que somos no lo aceptamos, elegimos no ser conscientes de ello, pues de hacerlo nos haría daño. Es entonces cuando la proyección se convierte en juicio condenatorio y criticamos fuera el comportamiento que no aceptamos de nosotros mismos. 

El juicio es la confirmación de la separación. Una mente recta, que es capaz de percibir correctamente, ama la unidad y se aleja de la separación.  

Una mente recta no juzga, pues su visión de la unidad le lleva a establecer un vínculo de hermandad con los demás. Conoce que cualquier juicio que emita sobre los demás se lo está dirigiendo a sí mismo.


Ejemplo-Guía: "Sobre el Juicio Final"

A lo largo de estos estudios, ya hemos tenido ocasión de acercarnos al tema del "juicio". Lo hicimos en la Lección 243, en la que dedicamos el ejemplo-guía al análisis de "juzgar o no juzgar", y lo hicimos, igualmente, en la Lección 301, en la que enfocamos el tema "la dinámica del juicio". En esta ocasión, lo haremos con el propósito de profundizar en el concepto "Juicio Final". 

Para ello, recurriremos al Texto del Curso, concretamente al Capítulo 2, pues en el apartado VIII se nos explica el significado del Juicio Final. 

“El Juicio Final es una de las ideas más atemorizantes de tu sis­tema de pensamiento. Eso se debe a que no entiendes lo que es. Juzgar no es un atributo de Dios. El Juicio Final se originó a raíz de la separación como uno de los muchos recursos de aprendizaje que se incluyeron en el plan general. Del mismo modo en que la separación abarcó un período de millones de años, así el Juicio Final se extenderá por un período igualmente largo, o tal vez aún más largo. Su duración, no obstante, puede acortarse enorme­mente mediante los milagros, el recurso que acorta el tiempo, pero que no lo abole. Si un número suficiente de nosotros llega a alcanzar una mentalidad verdaderamente milagrosa, este proceso de acortar el tiempo puede llegar a ser virtualmente inconmensu­rable. Es esencial, no obstante, que te liberes a ti mismo del miedo cuanto antes, pues tienes que escapar del conflicto si es que has de llevar paz a otras mentes” (T-2.VIII.2:1-8). 

“Por lo general, se considera al Juicio Final como un proceso que Dios emprendió. Pero en realidad son mis hermanos quienes lo emprenderán con mi ayuda. El Juicio Final es la última curación, en vez de un reparto de castigos, por mucho que pienses que los castigos son merecidos. El castigo es un concepto completamente opuesto a la mentalidad recta, y el objetivo del Juicio Final es restituirte tu mentalidad recta. Se podría decir que el Juicio Final es un proceso de correcta evaluación. Significa simplemente que todos llegarán por fin a entender qué es lo que tiene valor y qué es lo que no lo tiene. Después de que esto ocurra, la capacidad para elegir podrá ser dirigida racionalmente. Pero hasta que no se haga esa distinción, las oscilaciones entre la voluntad libre y la aprisionada no podrán sino continuar” (T-2.VIII.3:1-8). 

“El primer paso hacia la libertad comprende separar lo falso de lo verdadero. Éste es un proceso de separación en el sentido cons­tructivo de la palabra, y refleja el verdadero significado del Apo­calipsis. Al final cada cual contemplará sus propias creaciones y elegirá conservar sólo lo bueno, tal como Dios Mismo contempló lo que había creado y vio que era bueno. A partir de ahí, la mente podrá comenzar a contemplar sus propias creaciones con amor por razón del mérito que tienen. Al mismo tiempo, la mente repudiará inevitablemente sus creaciones falsas que, en ausencia de la creencia que las originó, dejarán de existir” (T-2.VIII.4:1-5). 

“El término "Juicio Final" asusta no sólo porque ha sido proyec­tado sobre Dios, sino también por la asociación de la palabra "final" con la muerte. Éste es un ejemplo sobresaliente de la per­cepción invertida. Si se examina objetivamente el significado del Juicio Final, queda muy claro que en realidad es el umbral de la vida. Nadie que viva atemorizado puede estar realmente vivo. No te puedes someter a ti mismo a tu propio Juicio Final porque tú no te creaste a ti mismo. Puedes, no obstante, aplicarlo signifi­cativamente, y en cualquier momento, a todo lo que has fabri­cado, y retener en la memoria sólo lo creativo y lo bueno. Eso es lo que tu mentalidad recta no puede sino dictar. El único propó­sito del tiempo es "darte tiempo" para alcanzar ese juicio, el cual no es otra cosa que el juicio perfecto con respecto a tus propias creaciones perfectas. Cuando todo lo que retengas en la memo­ria sea digno de amor, no habrá ninguna razón para que sigas teniendo miedo. Ése es tu papel en la Expiación (T.2.VIII.5:1-11). 

El Juicio Final representa el final de los juicios: 

“Después del Juicio Final no habrá ningún otro. Dicho juicio es simbólico porque más allá de la percepción no hay juicios” (T-3.VI.1:2-3). 

Las enseñanzas trasladadas por la tradición católica nos han presentado un significado del Juicio Final que favorece la aparición del miedo, pues se interpreta como el final de los tiempos donde seremos juzgados por nuestros actos. 

Sin embargo, la visión que nos aporta el Curso es bien distinta y sobre este particular nos dice: 

“El ego vive literalmente de tiempo prestado, y sus días están contados. No tengas miedo del Juicio Final, sino que, por el contrario, dale la bienvenida sin más demora, pues el tiempo de que el ego dispone lo "toma prestado" de tu eternidad. Éste es el Segundo Advenimiento, el cual se concibió para ti de la misma manera en que el Primero fue creado. El Segundo Advenimiento es simplemente el retorno de la cordura. ¿Cómo iba a ser esto temible?” (T-9.IV.9:1-5).


Reflexión: "Más allá de la percepción no hay juicios".

Capítulo 24. VI. Cómo escaparse del miedo (11ª parte).

VI. Cómo escaparse del miedo (11ª parte).

12. Ahora simplemente se te pide que persigas otra meta que requiere mucha menos vigilancia, muy poco esfuerzo y muy poco tiempo, y que está apoyada por el poder de Dios que garantiza tu éxito. 2Sin embargo, de las dos metas, ésta es la que te resulta más difícil. 3Entiendes el "sacrificio" de tu ser que la otra supone, aun­que no consideras que ello sea un costo excesivo. 4Pero tener un poco de buena voluntad, darle una señal de asentimiento a Dios, o darle la bienvenida al Cristo en ti, te parece una carga agotadora y tediosa, demasiado pesada para ti. 5Sin embargo, la dedicación a la verdad tal como Dios la estableció no entraña sacrificios ni con­lleva esfuerzo alguno, y todo el poder del Cielo y la fuerza de la verdad misma se te dan a fin de proveerte los medios y garantizar la consecución de la meta.

“La meta espiritual es sencilla y está apoyada por Dios”. El texto afirma que el camino espiritual que se te propone requiere mucho menos esfuerzo, vigilancia y tiempo que el camino del ego. Esta meta está respaldada por el poder de Dios, lo que significa que el éxito está garantizado si tienes buena voluntad.

Sin embargo, aunque la meta espiritual es más fácil y natural, el ego la percibe como más difícil. Esto ocurre porque estamos acostumbrados a esforzarnos, sacrificarnos y controlar, creyendo que el sacrificio es necesario para obtener algo valioso.

El texto señala que el sacrificio que implica seguir el ego (la meta de la separación, el especialismo, el control) parece normal y aceptable, aunque en realidad es costoso y agotador. Sin embargo, la entrega a Dios, la aceptación de la verdad y la bienvenida al Cristo en ti se perciben como una carga pesada, cuando en realidad no lo son.

“La buena voluntad es suficiente”. No se te pide perfección ni grandes esfuerzos, solo un poco de buena voluntad: estar dispuesto a abrirte a la verdad, a la guía divina y a la visión espiritual. Con esa disposición, todo el poder del Cielo te apoya y te proporciona los medios para alcanzar la meta.

“La dedicación a la verdad no implica sacrificio” La verdadera espiritualidad no requiere esfuerzo ni sacrificio. La dedicación a la verdad, tal como Dios la estableció, es natural, ligera y está llena de apoyo divino.

Resumen práctico

La meta espiritual es sencilla y está garantizada por el poder de Dios.

El ego percibe la entrega y la buena voluntad como difíciles, pero en realidad son el camino más fácil.

No se te pide sacrificio, solo apertura y disposición.

La dedicación a la verdad es ligera y natural, y cuenta con todo el apoyo divino.

¿Cómo practicar la “buena voluntad” diaria?

Practicar la buena voluntad diaria según Un Curso de Milagros es sencillo, pero requiere constancia y honestidad contigo mismo. Esquema práctico para integrarla en tu vida cotidiana:

1. Comienza el día con una intención.

Al despertar, dedica unos minutos a afirmar:

“Hoy elijo tener buena voluntad. Estoy dispuesto a ver las cosas de otra manera y a dejarme guiar por la paz y el amor.”


2. Haz pausas conscientes.

Durante el día, cuando surja una dificultad, molestia o conflicto, haz una pausa y pregúntate:

  • ¿Estoy dispuesto a soltar mi manera de ver esto?
  • ¿Puedo abrirme a una solución más amorosa o pacífica?

3. Practica la apertura en tus relaciones.

Cuando interactúes con otros, especialmente si surge tensión:

  • Recuerda que no tienes que tener siempre la razón.
  • Di internamente: “Estoy dispuesto a escuchar y a comprender.”
  • Si te cuesta, simplemente reconoce: “Ahora mismo, solo puedo ofrecer un poco de buena voluntad, y eso es suficiente.”

4. Suelta el perfeccionismo y el esfuerzo excesivo.

No te exijas ser perfecto ni resolverlo todo. La buena voluntad es solo estar dispuesto a dar un pequeño paso, no a hacerlo todo de golpe.


5. Cierra el día con gratitud.

Antes de dormir, repasa tu día y reconoce los momentos en que tuviste buena voluntad, aunque fueran pequeños.
Agradece por tu disposición y por cada oportunidad de aprender.


Frase para recordar.

“Mi buena voluntad, aunque sea pequeña, es suficiente para que el poder de Dios actúe en mi vida.”

jueves, 6 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 310

LECCIÓN 310

Paso este día sin miedo y lleno de amor.

1. Quiero pasar este día Contigo, Padre mío, tal como Tú has dispuesto que deben ser todos mis días. 2Y lo que he de experimentar no tiene nada que ver con el tiempo. 3El júbilo que me invade no se puede medir en días u horas, pues le llega a Tu Hijo desde el Cielo. 4Este día será Tu dulce recordatorio de que Te recuerde, la afable llamada que le haces a Tu santo Hijo, la señal de que se me ha concedido Tu gracia y de que es Tu Voluntad que yo me libere hoy.

2. Este día lo pasaremos juntos, tú y yo. 2Y todo el mundo unirá sus voces a nuestro himno de alegría y gratitud hacia Aquel que nos brindó la salvación y nos liberó. 3Nuestra paz y nuestra santi­dad nos son restituidas. 4Hoy el miedo no tiene cabida en noso­tros, pues le hemos dado la bienvenida al amor en nuestros corazones.


¿Qué me enseña esta lección? 

Amanece, y mi cuerpo recupera la conciencia de sí mismo. Al despertar, el primer pensamiento que invade mi mente es sobre la complicada jornada laboral que me espera. No puedo evitar sentir una breve decepción. Hubiera preferido imaginar otra perspectiva, soñar con un día tranquilo, sin conflictos ni problemas, libre de asuntos que perturben la paz tan anhelada.

De inmediato decido cambiar y corregir ese pensamiento fugaz, ya que está influyendo en el momento presente. Si elijo alimentarlo, estaré plantando una semilla que, al crecer, me dará suficientes razones para creer que ese pensamiento es real. En consecuencia, viviré un día triste, terrible, y todo lo que haga llevará la marca de la apatía y la desilusión.

Pido Expiación por ese pensamiento pasajero. Solicito corregir ese error y, a cambio, refuerzo la idea de vivir el día en un estado de presente continuo. Es decir, cada instante del día es una oportunidad para experimentar la eternidad, ya que es el único tiempo real. Así, cada minuto y cada segundo se convierten en un estado potencial que, si lo usamos para cumplir nuestra función de amar, estaremos co-creando con nuestro Padre. 

Sí, hoy es el mejor día, porque es el único día. Si lleno este día con recuerdos del pasado, seguramente lo impregnaré con pensamientos de miedo, culpa, dolor, fracaso, tristeza, desolación, sufrimiento, enfermedad y muerte. 

En lugar de eso, podemos optar por vivir el día con la perspectiva única que nos brinda el presente, el ahora. Valorar ese momento, convertirlo en algo especial, nos permitirá experimentar un estado de plenitud, gracia, abundancia, alegría, paz, unidad, salud y vida.



Ejemplo-Guía: "Siempre podemos sustituir el miedo por amor".

Ya hemos tenido ocasión a lo largo de los estudios que estamos realizando de hablar del miedo. Hoy vamos a recordar algunas de las claves que nos ayudarán a elegir el amor y a no dar valor al miedo. 

¿Qué os parece esta frase para empezar? 

“Nunca podrás controlar por ti mismo los efectos del miedo porque el miedo es tu propia invención, y no puedes sino creer en lo que has inventado” (T-1.VI.4:2).

Cuando apostamos por dejar que el miedo se adueñe de nuestros pensamientos, lo que estamos haciendo es fabricando una percepción falsa, pues el miedo no existe en el nivel creativo y, si no existe en dicho nivel, no existe en absoluto. 

“Todos los aspectos del miedo son falsos porque no existen en el nivel creativo y, por lo tanto, no existen en absoluto. En la medida en que estés dispuesto a someter tus creencias a esta prueba, en esa misma medida quedarán corregidas tus percepciones” (T-1.VI.5:1-2). 

Siempre que reflexiono sobre la idea del miedo, me gusta recordar el pensamiento que se recoge en el Texto y que se expresa de la siguiente manera: 

“El amor perfecto expulsa el miedo. Si hay miedo, es que no hay amor perfecto. Mas: Sólo el amor perfecto existe. Si hay miedo, éste produce un estado que no existe” (T-1.VI.5:4-8).

Hablar del miedo hace inevitable que reflexionemos sobre el origen de la separación, la creencia que tuvo lugar como consecuencia de suplir la verdad con nuestras propias ideas. Así nos lo explica el Curso: 

“El uso inadecuado de la extensión -la proyección- tiene lugar cuando crees que existe en ti alguna carencia o vacuidad, y que puedes suplirla con tus propias ideas, en lugar de con la verdad. Este proceso comprende los siguientes pasos:
Primero: Crees que tu mente puede cambiar lo que Dios creó.
Segundo: Crees que lo que es perfecto puede volverse imper­fecto o deficiente.
Tercero: Crees que puedes distorsionar las creaciones de Dios, incluido tú.
Cuarto: Crees que puedes ser tu propio creador y que estás a cargo de la dirección de tu propia creación” (T-2.I.1:7-12).

“Estas distorsiones, relacionadas entre sí, son un fiel reflejo de lo que realmente ocurrió en la separación o desvío hacia el miedo" (T-2.I.2:1) .

Cuando tenemos miedo de algo, estamos admitiendo que ello tiene el poder de hacernos daño. Donde esté nuestro corazón, allí también estará nuestro tesoro. Creemos en lo que consideramos valioso. Si tenemos miedo, es que estamos equivocados con respecto a lo que es valioso. 

No voy a extenderme más sobre el tema del miedo, para evitar repetir lo que ya hemos recogido en otras lecciones. Tan solo me gustaría añadir parte del Texto del Capítulo 2, epígrafe VI, titulado "Miedo y Conflicto":

“El primer paso correctivo para deshacer el error es darse cuen­ta, antes que nada, de que todo conflicto es siempre una expresión de miedo. Dite a ti mismo que de alguna manera tienes que haber decidido no amar, ya que de otro modo el miedo no habría podido hacer presa en ti. A partir de ahí, todo el proceso correc­tivo se reduce a una serie de pasos pragmáticos dentro del proceso más amplio de aceptar que la Expiación es el remedio. Estos pasos pueden resumirse de la siguiente forma: 

Reconoce en primer lugar que lo que estás experimentando es miedo.

El miedo procede de una falta de amor.

El único remedio para la falta de amor es el amor perfecto.

El amor perfecto es la Expiación” (T-2.VI.7:1-8).

 

Reflexión: Un día de total y plena convivencia con Dios. 

Capítulo 24. VI. Cómo escaparse del miedo (10ª parte).

VI. Cómo escaparse del miedo (10ª parte).

11. Ser especial es la función que tú te asignaste a ti mismo. 2Te representa exclusivamente a ti, como un ser que se creó a sí mismo, auto-suficiente, sin necesidad de nada y separado de todo lo que se encuentra más allá de su cuerpo. 3Ante los ojos del espe­cialismo tú eres un universo separado, capaz de mantenerse com­pleto en sí mismo, con todas las puertas aseguradas contra cual­quier intromisión y todas las ventanas cerradas herméticamente para no dejar pasar la luz. 4Y al estar siempre furioso por el cons­tante ataque al que siempre crees estar sometido y al sentir que tu ira está plenamente justificada, te has empeñado en lograr este objetivo con un ahínco del cual jamás pensaste desistir y con un esfuerzo que nunca pensaste abandonar. 5toda esa feroz deter­minación fue para esto: querías que ser especial fuese la verdad.

El punto hace referencia al especialismo como ilusión y, en este sentido, el texto señala que la idea de “ser especial” es una función que nosotros mismos nos hemos asignado, no algo que provenga de Dios. Es una construcción del ego, que busca diferenciarnos y separarnos de los demás, creyendo que podemos ser autosuficientes y completos por nosotros mismos, sin necesidad de nadie más.

El especialismo nos lleva a vernos como un “universo separado”, con barreras internas y externas (“puertas aseguradas”, “ventanas cerradas”) para protegernos de cualquier influencia externa. Esto simboliza el aislamiento y la resistencia a dejar entrar la luz (el amor, la verdad, la unidad).

Al sentirnos especiales y separados, percibimos constantemente ataques del exterior y justificamos nuestra ira y nuestra defensa. El ego nos convence de que debemos proteger nuestra especialidad a toda costa, lo que genera un estado de tensión, conflicto y soledad.

El texto subraya que mantener la ilusión de ser especial requiere un esfuerzo enorme y constante. El ego nunca descansa en su empeño por sostener esta identidad separada, aunque esto solo trae sufrimiento y no paz.

En el fondo, todo este esfuerzo es para intentar que la especialidad sea la verdad, cuando en realidad la verdad es la unidad, la igualdad y la conexión con todos. El especialismo es una ilusión que nos aleja de nuestra verdadera naturaleza, que es compartida y universal.

A título de resumen práctico:

El deseo de ser especial nos separa de los demás y de la paz interior.

El especialismo nos lleva a vivir a la defensiva, justificando la ira y el aislamiento.

La verdadera felicidad y libertad se encuentran en reconocer la unidad y la igualdad con todos, no en la separación.

El ego invierte mucha energía en mantener la ilusión de la especialidad, pero esto solo trae conflicto y soledad.

¿Cómo puede aparecer el especialismo en tu vida?

1. En tus relaciones personales

Familia: Puedes notar que buscas ser el hijo/a más valorado, el más sacrificado, el más correcto, o el que más sufre. Esto puede llevarte a sentirte aislado, incomprendido o a competir por atención y reconocimiento.

Pareja: Puedes sentir que necesitas ser “el más importante” o el que más razón tiene, lo que puede generar discusiones, resentimientos o distancia emocional.

Amistades: Tal vez te compares con tus amigos, buscando destacar o sentirte diferente, lo que puede dificultar la autenticidad y la conexión genuina.

2. En el trabajo o estudios

Puedes esforzarte por ser el mejor, el más eficiente o el más indispensable, lo que puede llevarte a estrés, agotamiento o a sentirte solo en tus logros.

Si no recibes el reconocimiento que esperas, puedes sentirte herido o resentido, reforzando la idea de que “nadie te entiende” o “nadie te valora como mereces”.

3. Contigo mismo

Puedes sentirte constantemente a la defensiva, justificando tus errores o tus emociones porque “nadie comprende por lo que pasas”.

Puedes experimentar soledad, incomprensión o una sensación de vacío, como si estuvieras separado del resto del mundo.

¿Cómo transformar el especialismo?

1. Observa tus pensamientos y emociones

Pregúntate: ¿Estoy buscando ser especial, diferente o más que los demás? ¿Me siento separado o aislado?

Reconoce cuándo te estás defendiendo, justificando o compitiendo por atención o reconocimiento.

2. Recuerda la verdad de la unidad.

Afirma para ti mismo: “No necesito ser especial para ser valioso. Mi valor es igual al de todos.”

Recuerda que la verdadera paz y felicidad vienen de la unión, la igualdad y la colaboración.

3. Practica la apertura y la humildad.

Permítete pedir ayuda, compartir tus emociones y reconocer el valor de los demás.

Celebra los logros y cualidades de otros, sabiendo que su luz no apaga la tuya.

4. Elige la visión del Cristo en ti.

Cuando surja el deseo de ser especial, haz una pausa y repite: “El Cristo en mí reconoce la santidad y el valor en todos, incluyéndome a mí.”

Busca conectar desde la autenticidad y la igualdad, no desde la comparación o la competencia.

Ejemplo práctico

Supón que en tu trabajo te esfuerzas mucho y sientes que nadie lo reconoce. Puedes caer en el especialismo pensando: “Nadie hace tanto como yo, nadie entiende mi esfuerzo.” Esto puede llevarte a sentirte solo, resentido o a la defensiva.

Transformación:
Haz una pausa y reconoce tu deseo de ser especial. Recuerda que todos aportan a su manera y que tu valor no depende del reconocimiento externo. Practica la gratitud por el trabajo en equipo y busca colaborar, en vez de competir. Reconoce y valora también el esfuerzo de los demás.

Frase para recordar.

“No necesito ser especial para ser feliz. Mi verdadera fortaleza está en la unión, la igualdad y el amor compartido.”

miércoles, 5 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 309

LECCIÓN 309

Hoy no tendré miedo de mirar dentro de mí.

1. Dentro de mí se encuentra la Eterna Inocencia, pues es la Voluntad de Dios que esté allí para siempre. 2yo, Su Hijo, cuya voluntad es tan ilimitada como la Suya, no puedo disponer que ello sea diferente. 3Pues negar la Voluntad de mi Padre es negar la mía propia. 4Mirar dentro de mí no es sino encontrar mi volun­tad tal como Dios la creó, y como es. 5Tengo miedo de mirar dentro de mí porque creo que forjé otra voluntad que, aunque no es verdad, hice que fuese real. 6Mas no tiene efectos. 7Dentro de mí se encuentra la santidad de Dios. 8Dentro de mí se encuentra el recuerdo de Él.

2. El paso que he de dar hoy, Padre mío, es lo que me liberará por completo de los vanos sueños del pecado. 2Tu altar se alza sereno e incó­lume. 3Es el santo altar a mi propio Ser y es allí donde encuentro mi verdadera Identidad.


¿Qué me enseña esta lección?  

Cuando nuestros ojos perciben el mundo externo, recibimos la evidencia de que todo se encuentra separado. La visión de los cuerpos nos lleva a la creencia de que somos diferentes unos de otros. Esa percepción es errónea, pues la separación pertenece al mundo de la ilusión, al mundo temporal, a la dimensión física. 

Es en nuestro interior donde se encuentra el recuerdo de la unidad. Es en nuestra mente donde podremos fundirnos con la evidencia de la verdad, pues nuestra mente ha sido emanada de la Mente de Dios. 

Cuando nuestra mente se presta a oír la voz procedente del Espíritu, la recibe desde el interior del Ser. En cambio, cuando la mente se presta a oír la voz procedente del cuerpo, se identifica con el mundo externo, fuente de la separación. 

Acallar o aquietar la mente, que se identifica con lo externo, es necesario para favorecer el diálogo con nuestra esencia interior, con nuestro Ser Espiritual.


Ejemplo-Guía: ¿Qué ves cuando miras en tu interior?

No es una práctica habitual el dirigir conscientemente nuestra mirada hacia nuestro interior. Si bien, en la cultura oriental, la meditación se manifiesta como un hábito saludable para favorecer el despertar de la consciencia, en la cultura occidental, mucho más identificada con el deseo de conquistar el mundo externo, la meditación es menos practicada.

La lección de hoy nos afirma que tenemos miedo de mirar dentro de nosotros, pues tememos descubrir el impulso que nos llevó a dar credibilidad a una voluntad distinta a la de nuestro Padre. Ese sentimiento de culpa, tan arraigado en nuestra mente inconsciente, no deja de ser un pensamiento demente cuando lo analizamos desde la visión amorosa que caracteriza a nuestro Hacedor. 

La falsa creencia de que hemos sido capaces de llevar a cabo una acción creadora contraria a la Voluntad de nuestro Padre nos ha llevado a creer que somos de naturaleza pecaminosa, sustituyendo nuestra "inocencia primigenia". Esa creencia nos ha llevado al olvido de lo que realmente somos. Nos ha llevado a desconectarnos de la comunicación directa con Dios. La culpa nos recuerda ese acto primigenio y su visión nos produce un profundo dolor. Esta es la razón por la que decidimos mantenerla oculta a nuestra conciencia. Cuando, gracias a la percepción que nos brinda la experiencia, recibimos información que despierta a la "bestia oculta de la culpa", nuestra reacción inconsciente suele ser negar nuestra implicación en el acto que la generó, optando por proyectar hacia el exterior ese sentimiento de culpabilidad no aceptado. Es el momento de condenar al "otro" —nuestra imagen reflejada— de aquello que no aceptamos internamente. 

Usando una expresión campechana, podría decir que "mirar dentro de uno mismo es cosa de valientes". Con esto, quiero decir que debemos ser sinceros con nosotros mismos y dejar de proyectar nuestros miedos a los demás, simplemente porque admitirlos nos causaría un dolor profundo. 

"Conócete a ti mismo", el aforismo griego inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos, nos invita a comprender la importancia de dirigir nuestra mirada hacia el interior y no hacia el exterior. La información que recibimos del exterior se convierte en el camino más difícil para llegar a la verdad, ya que estamos dando realidad al sistema de pensamiento del ego, basado en la creencia del espacio y el tiempo. En cambio, la visión interna nos llevará al recuerdo de lo que realmente somos, el Hijo de Dios, eterno, inocente e impecable. Uno con toda la creación. 

Os dejo algunas aportaciones extraídas del Texto, que sin duda ampliarán el tema que estamos analizando: 

"La culpabilidad te ciega, pues no podrás ver la luz mientras sigas viendo una sola mancha de culpabilidad dentro de ti. Y al proyectarla, el mundo te parecerá tenebroso y estar envuelto en ella. Arrojas un oscuro velo sobre él, y así no lo puedes ver porque no puedes mirar en tu interior. Tienes miedo de lo que verías, pero lo que temes ver no está ahí. Aquello de lo que tienes miedo ha desaparecido. Si mirases en tu interior, verías solamente la Expiación, resplandeciendo serenamente y en paz sobre el altar a tu Padre” (T-13.IX.7:1-6).

“No tengas miedo de mirar en tu interior. El ego te dice que lo único que hay dentro de ti es la negrura de la culpabilidad, y te exhorta a que no mires. En lugar de eso, te insta a que contemples a tus hermanos y veas la culpabilidad en ellos. Mas no puedes hacer eso sin condenarte a seguir estando ciego, pues aquellos que ven a sus hermanos en las tinieblas, y los declaran culpables en las tinieblas en las que los envuelven, tienen demasiado miedo de mirar a la luz interna. Dentro de ti no se encuentra lo que crees que está ahí, y en lo que has depositado tu fe. Dentro de ti está la santa señal de la perfecta fe que tu Padre tiene en ti. Tu Padre no te evalúa como tú te evalúas a ti mismo. Él se conoce a Sí Mismo, y conoce la verdad que mora en ti. Sabe que no hay diferencia alguna entre Él y dicha verdad, pues Él no sabe de diferencias.
¿Puedes acaso ver culpabilidad allí donde Dios sabe que hay perfecta inocencia? Puedes negar Su conocimiento, pero no lo puedes alterar. Contempla, pues, la luz que Él puso dentro de ti, y date cuenta de que lo que temías encontrar ahí, ha sido reempla­zado por el amor” (T-13.IX.8:1-13).
 

¿Cómo podemos mirar en nuestro interior y dejar de sentir miedo por ver nuestra oscuridad? 

"Libera a otros de la culpabilidad tal como tú quisieras ser libe­rado. Ésa es la única manera de mirar en tu interior y ver la luz del amor refulgiendo con la misma constancia y certeza con la que Dios Mismo ha amado siempre a Su Hijo. Y con la que Su Hijo lo ama a Él. En el amor no hay cabida para el miedo, pues el amor es inocente. No hay razón alguna para que tú, que siempre has amado a tu Padre, tengas miedo de mirar en tu interior y ver tu santidad" (T-13.X.10:1-6). 

¿Y si la causa del miedo a mirar en nuestro interior no sea tan solo el ver nuestra naturaleza pecadora? ¿Y si la verdadera causa de ese miedo fuese otra? 

El miedo a mirar adentro 

“El Espíritu Santo jamás te enseñará que eres un pecador. Corregirá tus errores, pero eso no es algo que le pueda causar temor a nadie. Tienes un gran temor a mirar en tu interior y ver el pecado que crees que se encuentra allí. No tienes miedo de admitir esto. El ego considera muy apropiado que se asocie el miedo con el pecado, y sonríe con aprobación. No teme dejar que te sientas avergonzado. No pone en duda la creencia y la fe que tienes en el pecado. Sus templos no se tambalean por razón de ello. Tu certeza de que dentro de ti anida el pecado no hace sino dar fe de tu deseo de que esté allí para que se pueda ver. Sin embargo, esto tan sólo aparenta ser la fuente del temor” (T-21.IV.1:1-10).  

“Recuerda que el ego no está solo. Su dominio está circunscrito, y teme a su "enemigo" desconocido, a Quien ni siquiera puede ver. Te pide imperiosamente que no mires dentro de ti, pues si lo haces tus ojos se posarán sobre el pecado y Dios te cegará. Esto es lo que crees, y, por lo tanto, no miras. Mas no es éste el temor secreto del ego, ni tampoco el tuyo que eres su siervo. El ego, vociferando destempladamente y demasiado a menudo, profiere a gritos que lo es. Pues bajo ese constante griterío y esas declara­ciones disparatadas, el ego no tiene ninguna certeza de que lo sea. Tras tu temor de mirar en tu interior por razón del pecado se oculta todavía otro temor, y uno que hace temblar al ego” (T-21.IV.2:1-8). 

“¿Qué pasaría si mirases en tu interior y no vieses ningún pecado? Esta "temible" pregunta es una que el ego nunca plan­tea. Y tú que la haces ahora estás amenazando demasiado seria­mente todo su sistema defensivo como para que él se moleste en seguir pretendiendo que es tu amigo. Aquellos que se han unido a sus hermanos han abandonado la creencia de que su identidad reside en el ego. Una relación santa es aquella en la que te unes con lo que en verdad forma parte de ti. Tu creencia en el pecado ha sido quebrantada, y ahora no estás totalmente reacio a mirar dentro de ti y no ver pecado alguno” (T-21.IV.3:1-6). 

“Tu liberación no es aún total: todavía es parcial e incompleta, aunque ya ha despuntado en ti. Al no estar completamente loco, has estado dispuesto a contemplar una gran parte de tu demen­cia y a reconocer su locura. Tu fe está comenzando a interiorizarse más allá de la demencia hacia la razón. Y lo que tu razón te dice ahora, el ego no lo quiere oír. El propósito del Espíritu Santo fue aceptado por aquella parte de tu mente que el ego no conoce y que tú tampoco conocías. Sin embargo, esa parte, con la que ahora te identificas, no teme mirarse a sí misma. No conoce el pecado. ¿De qué otra forma, sino, habría estado dispuesta a con­siderar el propósito del Espíritu Santo como suyo propio?” (T-21.IV.4:1-9).

“Esta parte ha visto a tu hermano y lo ha reconocido perfecta­mente desde los orígenes del tiempo. Y no ha deseado más que unirse a él y ser libre nuevamente, como una vez lo fue. Ha estado esperando el nacimiento de la libertad, la aceptación de la liberación que te espera. Y ahora reconoces que no fue el ego el que se unió al propósito del Espíritu Santo, y, por lo tanto, que tuvo que haber sido otra cosa. No creas que esto es una locura, pues es lo que te dice la razón y se deduce perfectamente de lo que ya has aprendido” (T-21.IV.5:1-6). 

“En las enseñanzas del Espíritu Santo no hay inconsistencias. Éste es el razonamiento de los cuerdos. Has percibido la locura del ego, y no te ha dado miedo porque elegiste no compartirla. Pero aún te engaña a veces. No obstante, en tus momentos más lúcidos, sus desvaríos no producen ningún terror en tu corazón. Pues te has dado cuenta de que no quieres los regalos que el ego te quitaría de rabia por tu "presuntuoso" deseo de querer mirar adentro. Todavía quedan unas cuantas baratijas que parecen titi­lar y llamarte la atención. No obstante, ya no "venderías" el Cielo por ellas” (T-21.IV.6:1-8). 

“Y ahora el ego tiene miedo. Mas lo que él oye aterrorizado, la otra parte de tu mente lo oye como la más dulce melodía: el canto que añoraba oír desde que el ego se presentó en tu mente por primera vez. La debilidad del ego es su fortaleza. El himno de la libertad, el cual canta en alabanza de otro mundo, le brinda espe­ranzas de paz. Pues recuerda al Cielo, y ve ahora que el Cielo por fin ha descendido a la tierra, de donde el dominio del ego lo había mantenido alejado por tanto tiempo. El Cielo ha llegado porque encontró un hogar en tu relación en la tierra. Y la tierra no puede retener por más tiempo lo que se le ha dado al Cielo como suyo propio” (T-21.IV.7:1-7).   
“Contempla amorosamente a tu hermano, y recuerda que la debilidad del ego se pone de manifiesto ante vuestra vista. Lo que el ego pretendía mantener separado se ha encontrado y se ha unido, y ahora contempla al ego sin temor. Criatura inocente de todo pecado, sigue el camino de la certeza jubilosamente. No dejes que la demente insistencia del miedo de que la certeza reside en la duda te detenga. Eso no tiene sentido. ¿Qué importa cuán imperiosamente se proclame? Lo que es insensato no cobra sentido porque se repita o se aclame. El camino de la paz está libre y despejado. Síguelo felizmente, y no pongas en duda lo que no puede sino ser cierto” (T.21.IV.8:1-9). 

Reflexión: Mirando hacia el interior, tomaremos consciencia de nuestro verdadero Ser.

Capítulo 24. VI. Cómo escaparse del miedo (9ª parte).

VI. Cómo escaparse del miedo (9ª parte).

10. ¿No te alegraría descubrir que no estás sujeto a esas leyes? 2No lo veas a él, entonces, como prisionero de ellas. 3No es posible que lo que gobierna a una parte de Dios no gobierne al resto. 4Te sometes a ti mismo a las leyes que consideras que rigen a tu her­mano. 5Piensa, entonces, cuán grande tiene que ser el Amor de Dios por ti, para que Él te haya dado una parte de Sí Mismo a fin de evitarte dolor y brindarte dicha. 6Y nunca dudes de que tu deseo de ser especial desaparecerá ante la Voluntad de Dios, que ama y cuida cada aspecto de Sí Mismo por igual. 7El Cristo en ti puede ver a tu hermano correctamente. 8¿Te opondrías entonces a la santidad que Él ve?

Jesús comienza su mensaje invitándonos a alegrarnos por la posibilidad de que no estemos limitados por las leyes del mundo (como la enfermedad, la escasez, el sufrimiento o la muerte). Estas “leyes” son creencias y limitaciones que parecen regir la experiencia humana, pero según UCDM, no tienen poder real sobre tu verdadera esencia.

Nos recuerda, que si vemos a nuestro hermano como prisionero de esas leyes (es decir, si lo vemos limitado, culpable, enfermo o separado), nosotros también nos sometemos a esas mismas limitaciones. La percepción que tenemos de los demás es un reflejo directo de cómo nos percibimos a nosotros mismos.

El punto afirma que no puede haber separación en Dios. Lo que es verdad para una parte de Su creación lo es para toda. Si nuestro hermano está gobernado por el Amor y la libertad de Dios, nosotros también lo estamos. No hay excepciones en la unidad divina.

Otra de las ideas principales que se recogen en este punto es que el Amor de Dios es igual para todos. Dios nos ha dado una parte de Sí Mismo (Su Espíritu, Su Amor, Su Luz) para evitarnos dolor y brindarnos dicha. Esto significa que nuestra verdadera naturaleza es divina, y que el propósito de Dios es nuestra felicidad y plenitud.

El texto señala que el deseo de ser especial (de ser diferente, separado o superior/inferior a los demás) se desvanece cuando aceptamos la Voluntad de Dios, que es igualdad, amor y cuidado para todos por igual.

Por último, se alude a la visión crística y en este sentido nos dice Jesús que “El Cristo en ti ve correctamente”. La visión espiritual (el “Cristo” en ti) es capaz de ver la santidad y la verdad en tu hermano, más allá de cualquier apariencia o error. Se nos invita a no oponernos a esa visión, sino a adoptarla, para experimentar la verdadera paz y liberación.

A título de resumen práctico:

No te limites ni limites a los demás con tus creencias sobre lo que es posible o imposible.

Recuerda que lo que ves en tu hermano, lo refuerzas en ti mismo.

Acepta la igualdad y la unidad como la verdadera realidad, más allá de las diferencias aparentes. Permite que la visión espiritual (el Cristo en ti) guíe tu percepción, viendo la santidad y el valor en todos.

¿Qué significa “el Cristo en ti”? ¿Por qué es importante este concepto?

Cristo no se refiere a Jesús como persona, sino a la parte divina, eterna y perfecta que existe en cada ser humano.

Es tu verdadero Ser, la identidad espiritual que compartes con todos, creada por Dios, inmutable y libre de culpa, miedo o separación.

El “Cristo en ti” es la luz, la inocencia y la santidad que permanece intacta, sin importar los errores o las apariencias del mundo.

Ver con los ojos del Cristo en ti significa mirar más allá de los cuerpos, las historias y los errores, y reconocer la esencia divina en ti y en los demás.

Cuando eliges ver desde el Cristo en ti, practicas el perdón verdadero, la compasión y la unidad.

El Curso enseña que solo desde esta visión puedes experimentar paz, libertad y verdadera felicidad.

Citas del Texto de UCDM

  • “El Cristo en ti no habita en un cuerpo. Sin embargo, Él está en ti. Y así como tú eres Él, así es Él tú.” (T-25.in.1:1-2)
  • “El Cristo en ti contempla su santidad.” (T-24.VI.8:7)
  • “El Cristo en ti puede ver a tu hermano correctamente.” (T-24.VI.10:7)