La voluntad, ya lo he adelantado, es el principio más elevado con el que Dios nos ha creado. Su creación responde a un acto de Voluntad. El acto de expandir Su Mente es un acto de Voluntad. Tal es así que podemos decir que somos Su Voluntad, somos Hijos de la Voluntad de Dios, lo que significa que somos portadores de ese poder creador.
La voluntad podemos compararla con una semilla. Utilizar ese ejemplo nos ayudará a conocer su potencial. Cuando utilizamos una semilla y la sembramos en tierra fértil, si la cuidamos adecuadamente, esa semilla nos dará sus frutos. Con ello queremos decir que nuestras creaciones tienen su causa en la voluntad y ese Principio emana de nuestra mente. Cuando el acto creador ha dado sus frutos y determinamos que es un buen fruto, podemos decir que la Mente se ha puesto al servicio de la verdad, esto es, del Amor, de la Unidad.
Pero sabemos que esa semilla podemos utilizarla inadecuadamente y proceder tal y como se describe en la parábola del sembrador (versión según Mateo):
“13Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar.
2Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa.
3Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar.
4Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron.
5Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra;
6pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.
7Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron.
8 Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno.
9El que tiene oídos para oír, oiga”.
Si no damos a nuestra voluntad -semilla- el impulso necesario, la continuidad necesaria, no alcanzará a arraigar en la tierra y los frutos se perderán. Si aplicamos este mensaje a nuestras vidas, tendremos que reflexionar sobre la causa a la que sirve nuestra voluntad, pues en ella va implícita nuestra mente, mejor dicho, nuestros pensamientos.
Cuando la voluntad-semilla no sirve a la verdad, el fruto que cosecharemos no será agradable; será más bien el fruto que abre nuestros ojos a una realidad ilusoria, como ese fruto que, tras ser mordido por Eva, nos llevó, ilusoriamente, al descubrimiento de nuestra desnudez y a ser expulsados del estado de comunión con nuestro Creador, representado por el Jardín del Edén.
El "pecado" de Adán no habría podido afectar a nadie, si él no hubiese creído que fue el Padre Quien le expulsó del paraíso. Pues a raíz de esa creencia se perdió el conocimiento del Padre, ya que sólo los que no le comprenden podían haber creído tal cosa” (T-13.In.3:6-7).
La voluntad utiliza el canal de la mente para servir al Espíritu, a la verdad y, entonces, hablamos de la Mente Recta, o puede servir al ego, al deseo, a la ilusión y, entonces, hablamos de la mente errada.
En nuestras vidas, estamos experimentando permanentemente los efectos a los que nos ha llevado nuestra voluntad. La voluntad se convierte en el motor que crea o fabrica nuestra percepción.
El Curso dedica un apartado sobre la "pequeña dosis de buena voluntad" y nos revela que cuando unimos esa dosis de voluntad a la Voluntad de Dios, experimentaremos el Instante Santo, donde tomamos conciencia de nuestra santidad, de nuestra verdadera identidad.
El Curso nos indica: “No confíes en tus buenas intenciones, pues tener buenas intenciones no es suficiente. Pero confía implícitamente en tu buena voluntad, independientemente de lo que pueda presentarse. Concéntrate sólo en ella y no dejes que el hecho de que esté rodeada de sombras te perturbe” (T-18.IV.2:1-4).