1. Hoy volvemos a dar gracias de que nuestra Identidad se encuentre en Dios. 2Nuestro hogar está a salvo; nuestra protección garantizada en todo lo que hacemos, y tenemos a nuestra disposición el poder y la fuerza para llevar a cabo todo cuanto emprendamos. 3No podemos fracasar en nada. 4Todo lo que tocamos adquiere un brillante resplandor que bendice y que sana. 5En unión con Dios y con el universo seguimos adelante llenos de regocijo, teniendo presente el pensamiento de que Dios Mismo va con nosotros a todas partes.¿Qué me enseña esta lección?
Hoy he tomado conciencia de lo importante que es tener la certeza de que somos uno con Dios. Ha sido fulgurante y revelador. He sido consciente de cómo es fácil y habitual seguir los patrones fabricados por el ego. Es muy sutil, y cuando estás alimentando esa sutilidad, no acabas de ver que en realidad estás viviendo una ilusión, donde el peso del pasado juega un papel muy importante.
Cada vez que emitimos un juicio basado en la necesidad, por ejemplo: “qué mala suerte tengo”; “la vida me está poniendo a prueba”; “mi felicidad depende de lo que les ocurre a mis seres queridos” o “mi paz es imposible con los problemas que tengo”, estamos creyendo que, por alguna razón, somos merecedores de esas situaciones y nos identificamos con ellas, hasta el punto que “invitamos” a nuestra mente a tener pensamientos sombríos, pesimistas y tristes.
Pero ocupar nuestra mente con ese tipo de pensamientos es alejarnos de la verdad y servir al error. Cada vez que de nuestros labios salen palabras que hablen de enfermedad, de necesidad, de dolor, de miedo, de castigo, de sufrimiento, de victimismo, de sacrificio, de separación, estamos alimentando el error, al tiempo que estamos negándonos a nosotros mismos.
Reflexionemos un momento. Si Dios es la Perfección, es la Salvación, es la Plenitud, es Impecable e Invulnerable. ¿Veis a Dios hablando de dolor, de muerte, de enfermedad, de castigo? No, ¿verdad? No podemos verlo, pues esos conceptos son fabricaciones del ego.
El Hijo de Dios, es decir, cada uno de nosotros, somos perfectos, estamos a salvo, sanos, plenos. Somos eternos, impecables e invulnerables. Somos tal y como Dios nos ha creado. Entonces, si creemos con certeza que somos uno con Dios, dejemos de utilizar las fabricaciones del ego y seamos creadores al servicio de nuestro Padre.
Ejemplo-Guía: "Cuando te sientas "bajo", recuerda que eres uno con Dios".
Esta técnica no debe resultarnos desconocida, pues la hemos empleado mucho en nuestros primeros años de vida. Suele ocurrir, sobre todo para los que tienen mala memoria, como yo, que hayamos olvidado esa experiencia en la que nos sentíamos permanentemente protegidos por la presencia de nuestros padres.
En la medida en que hemos ido creciendo, con la edad, hemos ido alejándonos de esa necesidad básica de nuestra niñez, y ahora, en la nueva condición de adolescente, experimentamos una nueva necesidad, la cual tan solo se ve satisfecha cuando somos conscientes de nuestra individualidad.
Ese tránsito viene acompañado por el "olvido" de que formamos parte de un hogar a través del cual podemos reconocer nuestra identidad. La rebeldía propia de la adolescencia nos lleva muchas veces a renegar de nuestra identidad familiar. Es como si estuviésemos recapitulando el proceso espiritual que nos ha llevado a la situación en la que nos encontramos en la actualidad.
El precio de ganar nuestra individualidad ha dado lugar al ego y ha propiciado la errónea creencia de que estamos separados de nuestro Creador. Somos un cuerpo sometido a las leyes del espacio y del tiempo.
Elegir la individualidad, elegir la separación, es elegir la senda del miedo, de la culpa, del dolor, del sufrimiento, del odio, de la enfermedad, de la muerte.
El mundo que el ego ha fabricado se sustenta de la ilusión y mantiene a la conciencia sumida en un sueño, donde hemos olvidado lo que realmente somos.
Dentro del mundo del sueño, podemos tomar consciencia de que somos los soñadores, lo que significa que tenemos acceso a una información que nos permite elegir de nuevo. En esa elección, decidimos tener sueños felices y nuestra percepción errónea se transforma en una percepción verdadera.
A partir de ese momento, decidimos vivir la vida desde la visión de la unidad y asumimos nuestra función en el plan de salvación que Dios ha dispuesto para Su Hijo.
Cuando estamos recorriendo esa nueva senda, podemos encontrarnos con nuevos obstáculos en el camino y nuestro estado anímico puede experimentar lo que coloquialmente llamamos "bajón". En esos momentos de duda, de inseguridad, tenemos que recuperar la actitud desplegada cuando éramos niños, es decir, tenemos que recuperar la confianza en nuestros padres y dirigirnos a ellos con la certeza de que sabrán aportarnos la paz que necesitamos. Lo que quiero decir con ello es que en los momentos "bajos" recordemos nuestra condición espiritual y reforcemos desde la certeza que somos uno con Dios.
Reflexión: ¿Has experimentado la presencia de Dios en tu interior? ¿Cómo te has sentido?

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