martes, 30 de julio de 2024

Capítulo 13. V. Las dos emociones (1ª parte).

 V. Las dos emociones (1ªparte).

1. Dije anteriormente que sólo puedes experimentar dos emociones: amor y miedo. 2Una de ellas es inmutable, aunque se inter­cambia continuamente, al ser ofrecida por lo eterno a lo eterno. 3Por medio de este intercambio es como se extiende, pues aumenta al darse. 4La otra adopta muchas formas, ya que el con­tenido de las fantasías individuales difiere enormemente. 5Mas todas ellas tienen algo en común: son todas dementes. 6Están compuestas de imágenes que no se pueden ver y de sonidos que no se pueden oír. 7Constituyen un mundo privado que no se puede compartir. 8Pues únicamente tienen sentido para su hace­dor, y, por consiguiente, no tienen sentido en absoluto. 9En este mundo su hacedor ronda solo, ya que únicamente él las percibe.

Para comprender la enseñanza que nos transmite, Jesús, en este punto, tendremos que entender previamente, el verdadero poder que encierran ambas emociones, el amor y el miedo. Digo esto, porque cuando leemos que el miedo está compuesto por imágenes que no se pueden ver y de sonidos que no se pueden oír, podríamos tener resistencia a creerlo, pues en base a la experiencia que nos aporta el sistema de pensamiento del ego, el miedo es perceptible, y lo es no tan solo para el que lo percibe, sino también para aquellas personas con las que podemos compartirlo.

Si el argumento del ego fuese verdad, estaríamos negando la afirmación que nos aporta Jesús. ¿Qué nos quiere enseñar, el Maestro, con dicha afirmación?

La enseñanza que nos transmite es muy valiosa, pues nos lleva a descubrir, que tan sólo el Amor tiene la capacidad de crear, de extenderse, de compartirse, pues lo que expresa es la verdad, al proceder de Dios. Si esto es así, y lo es, cuando el ego utiliza el miedo -es su modo operandi- para relacionarse con los demás, de los cuales se ve separado, realmente no está compartiendo, no está creando, no está expandiéndolo, pues lo que no es verdad, no es nada.

Cuando respondemos al miedo que nos contagia el ego, lo que estamos haciendo es reflejarlo, para que el que lo proyecta tome conciencia de lo proyectado. La dinámica es la siguiente: en lo personal, veo el miedo en mí; tengo pensamientos de miedo, pero reconocerlo me hace sentir débil, por lo que decido hacerme el fuerte, lo que me lleva a expulsar de mi interior ese sentimiento de miedo. ¿Cómo lo hago? Como lo hace siempre el ego, proyectándolo sobre los demás, viéndolo en los demás y juzgando el comportamiento de los demás, lo que le lleva a la creencia de que el causante del miedo es culpa del otro y buscará argumentos para justificarlo, pues como consecuencia de ello, deberá justificar, igualmente, su reacción más inmediata para combatir ese miedo, atacando al otro.

Ese proceder, no podemos confundirlo con el acto de expandir lo verdadero, el amor. El miedo, aunque el ego no estará de acuerdo, no genera más miedo, pues lo que no es nada, no puede crear nada. Pero, podemos creer que sí, y decidir, utilizarlo para defender nuestro sistema de pensamiento, basado en la ostentación de la falsa grandeza, aquella que nos lleva a sentirnos especiales y superiores a los demás. 

2. Cada cual puebla su mundo de figuras procedentes de su pasado individual, y ésa es la razón de que los mundos privados difieran tanto entre sí. 2No obstante, las imágenes que cada cual ve jamás han sido reales, pues están compuestas únicamente de sus reacciones hacia sus hermanos, y no incluyen las reacciones de éstos hacia él. 3No se da cuenta, por lo tanto, de que él mismo las forjó y de que están incompletas. 4Pues dichas figuras no tie­nen testigos, al ser percibidas únicamente por una mente sepa­rada.

El creer en que estamos separados de nuestros hermanos, se convierte en una barrera que impide el verdadero conocimiento de lo que somos. Es más, para conocernos, utilizamos el camino más largo, es decir, proyectamos nuestro interior sobre el otro, juzgándolo en aquellos aspectos que vemos en nuestro interior, pero que no queremos reconocer, lo que genera una reacción en el otro, en respuesta a lo que hemos proyectados, que no estaremos dispuestos a aceptar, pues lo que hará en recordarnos lo que no queremos recordar. De este modo, el conflicto está servido y el camino hacia el reencuentro con la unidad que somos, se hace tedioso y agotador.

El plan de salvación, dispuesto por Dios para Su Hijo, es mucho más cómodo, pero el ego no lo acepta, pues de hacerlo tendría que reconocer que no es nada y significaría la negación de su sistema de pensamiento. Ese plan de salvación nos lleva a reconocernos en el otro y a recordar que, unidos, formamos la Santa Filiación. 

3. A través de estas extrañas y sombrías figuras es como los que no están cuerdos se relacionan con su mundo demente. 2Pues sólo ven a aquellos que les recuerdan esas imágenes, y es con ellas con las que se relacionan. 3Por lo tanto, se comunican con los que no están ahí, y son éstos quienes les contestan: 4Mas nadie oye su respuesta, excepto aquel que los invocó, y sólo él cree que le contestaron. 5La proyección da lugar a la percepción, y no pue­des ver más allá de ella. 6Has atacado a tu hermano una y otra vez porque viste en él una sombría figura de tu mundo privado. 7Y así, no puedes sino atacarte a ti mismo primero, pues lo que atacas no está en los demás. 8La única realidad de lo que atacas se encuentra en tu propia mente, y al atacar a otros estás literal­mente atacando algo que no está ahí.

El desconocimiento de lo que somos, el miedo al amor que nos ha creado, nos lleva a proyectar sobre los demás ese mismo desconocimiento, creyendo que lo que estamos haciendo es porque lo conocemos. Ese conocimiento de lo desconocido nos lleva a juzgarlo, y ese juicio, en verdad, no es otra cosa que aquello que creemos conocer de nosotros mismos, la creencia en la separación, cuando es realidad, esa creencia es la manifestación del desconocimiento. Si nos amásemos, nos conoceríamos, y entonces, ese conocimiento de sí mismo, no nos llevaría al juicio de los demás, sino a la aceptación plena. 

4. Los que viven engañados pueden ser muy destructivos, pues no se dan cuenta de que se han condenado a sí mismos. 2No desean morir, sin embargo no dejan de condenar. 3De esta manera, cada uno se aisló en su propio mundo, en el que reina el desorden y en el que lo que está adentro aparenta estar afuera. 4Mas no ven lo que está adentro, pues no pueden reconocer la realidad de sus hermanos.

La ignorancia de lo que somos, nos lleva a experimentar fuera de nosotros, esa misma ignorancia. Esto nos lleva a establecer una relación con el mundo basada en la ignorancia. Parece que, a lo largo de la vida, buscamos respuestas para acallar la sombra de esa ignorancia. Ello nos lleva a escudriñar, a analizar, a investigar, tanto lo pequeño, como lo inmenso. Pero la ignorancia que debe satisfacer con el verdadero conocimiento, está más allá, de lo pequeño y de lo inmenso, pues se encuentra en nuestro interior, donde únicamente podremos encontrar el saber que nos libere de la ignorancia. Esto es así, pues de lo somos ignorante, es tan sólo de conocer qué somos en verdad: Hijos del Amor, o, hijos del miedo.

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