martes, 10 de septiembre de 2024

Capítulo 14. V. El círculo de la Expiación (3ª parte).

 V. El círculo de la Expiación (3ª parte).


7. Une tus esfuerzos al poder que no puede fracasar y sólo puede conducir a la paz. 2No hay nadie a quien una enseñanza como ésta no le conmueva. 3No te sentirás excluido del poder de Dios si te dedicas a enseñar sólo esto. 4No estarás exento de los efectos de esta santísima lección, que sólo se propone restablecer lo que constituye el derecho de la creación de Dios. 5Todo aquel a quien liberes de la culpabilidad te mostrará tu inocencia. 6El círculo de la Expiación es infinito. 7Y con cada hermano que incluyas dentro de los confines de seguridad y perfecta paz de dicho círculo, tu confianza de que estás incluido y a salvo dentro del mismo aumentará.

Todo aquel a quien liberemos de la culpabilidad nos mostrará su inocencia. Hermoso mensaje, que nos aporta una inmensa fuerza. Nadie nos puede salvar, sino nosotros mismos, cuando nos extendemos, conscientemente, en la visión de los demás. Enseñar la salvación es aprenderla, y para ello debemos, darla, sustituyendo la culpa por la inocencia, en la visión del otro.

8. ¡Que la paz sea, pues, con todos los que se convierten en maestros de paz! 2Pues la paz es el reconocimiento de la pureza per­fecta, de la que nadie está excluido. 3Dentro de su santo círculo se encuentran todos los que Dios creó como Su Hijo. 4El júbilo es su atributo unificador, no deja nadie afuera solo, sufriendo el dolor de la culpabilidad. 5El poder de Dios atrae a todos hacia la seguridad que ofrece su regazo de amor y unión. 60cupa queda­mente tu puesto dentro del círculo, y atrae a todas las mentes torturadas para que se unan a ti en la seguridad de su paz y de su santidad. 7Mora a mi lado dentro de él, como maestro de la Expia­ción y no de la culpabilidad.

¡Qué la paz sea, con todos vosotros, hermanos! Comparto mi visión de vuestra inocencia y proclamo mi propia liberación de la culpa que me ha mantenido prisionero de la falsa percepción.

9. Bendito seas tú que enseñas esto conmigo. 2Nuestro poder no emana de nosotros, sino de nuestro Padre. 3En nuestra inocencia lo conocemos a Él, tal como Él sabe que somos inocentes. 4Yo estoy dentro del círculo, llamándote a que vengas a la paz. 5Enseña paz conmigo, y álzate conmigo en tierra santa. 6Recuerda por todos el poder que tu Padre les ha otorgado. 7No pienses que no puedes enseñar Su perfecta paz. 8No permanezcas afuera, sino únete a mí adentro. 9No dejes de cumplir el único propósito al que mi enseñanza te exhorta. 10Devuélvele a Dios Su Hijo tal como Él lo creó, enseñándole que es inocente.

No hay nada que perdonar, pues mis ojos del juicio ya no ven condena en tus actos, sino el fulgurante resplandor de tu inocencia. Te reconozco como mi hermano en la Santa Filiación.

Unámonos al Espíritu Santo y gocemos junto de Su Paz, que es la Paz que Dios ha dispuesto para Su Hijo. Unámonos en el interior del círculo donde el Amor nos permitirá reconocer a Dios en el rostro de cada uno de nuestros hermanos.

10.   La crucifixión no jugó ningún papel en la Expiación. 2Sólo la resurrección lo hizo y esa fue mi contribución. 3La resurrección es el símbolo de la liberación de la culpabilidad por medio de la inocencia. 4Tú crucificarías a todo aquel a quien percibes como culpable. 5Mas le devuelves la inocencia a todo aquel a quien consideras inocente. 6La crucifixión es siempre la meta del ego, 7que considera a todo el mundo culpable, y mediante su conde­nación procura matar. 8El Espíritu Santo sólo ve inocencia, y mediante Su dulzura Él desea liberarte del miedo y re-establecer el reino del amor. 9El poder del amor reside en Su dulzura, que es de Dios y, por lo tanto, no puede crucificar ni ser crucificada. 10El templo que restauras se convierte en tu altar, pues fue recons­truido a través de ti. 11Todo lo que le das a Dios es tuyo. 12Así es como Él crea, y así es como tú debes restaurar.

Tanto la crucifixión, como la resurrección son estados de nuestra mente, creencias que albergan pensamientos de muerte o de vida. Cada vez que nuestra mente elige ponerse al servicio del miedo y del pecado, alimenta el pensamiento de culpa, lo que favorece la aparición de la condena, del castigo y de la crucifixión.

En cambio, cuando elige ponerse al servicio del amor y de la inocencia, alimenta el pensamiento de unidad que nos lleva al estado de paz que compartimos con nuestro Creador.

11. A todo aquel que ves, o bien lo ubicas dentro del santo círculo de la Expiación o bien lo dejas afuera, juzgándolo como que merece ser crucificado o redimido. 2Si lo incluyes dentro del cír­culo de pureza, descansarás allí con él. 3Si lo excluyes, te quedas afuera con él. 4No juzgues, excepto desde una quietud que no emana de ti. 5Niégate a aceptar que alguien pueda estar exento de la bendición de la Expiación y condúcelo a ésta bendiciéndolo. 6La santidad tiene que ser compartida, pues en ello radica todo lo que la hace santa. 7Ven gustosamente al santo círculo y-contempla en paz a todos los que creen estar excluidos. 8No excluyas a nadie del círculo porque en él se encuentra lo que tu hermano y tú estáis buscando. 9Ven, unámonos a él en el santo lugar de paz en el que nos corresponde estar a todos, unidos cual uno solo dentro de la Causa de la paz.

Este punto nos enseña la importancia de ser consciente de lo que somos a la hora de elegir a que señor servirá nuestra mente. Si estamos identificados con el sistema de pensamiento del ego, apostaremos por la crucifixión y utilizaremos la condena y el juicio para redimirnos de nuestros pecados.

Si estamos identificados con nuestra verdadera identidad divina, serviremos a la Expiación del Espíritu Santo, y guiados por la trompeta que proclama la verdad del amor, nos daremos cita en el centro del círculo donde nos encontraremos con aquellos hermanos a los que le hayamos regalado nuestra visión de inocencia. Así, la cadena de luz de los Hijos de Dios se hará cada vez más numerosa y llegará el instante santo, en el que la compleción de Dios sea total. 

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