martes, 25 de noviembre de 2025

Capítulo 25. LA JUSTICIA DE DIOS. Introducción (1ª parte).

Capítulo 25

 LA JUSTICIA DE DIOS

 

Introducción (1ª parte).

1. El Cristo en ti no habita en un cuerpo. 2Sin embargo, está en ti. 3De ello se deduce, por lo tanto, que no estás dentro de un cuerpo. 4Lo que se encuentra dentro de ti no puede estar afuera. 5es cierto que no puedes estar aparte de lo que constituye el centro mismo de tu vida. 6Lo que te da vida no puede estar alojado en la muerte, 7de la misma manera en que tú tampoco puedes estarlo. 8Cristo se encuentra dentro de un marco de santidad cuyo único propósito es permitir que Él se pueda poner de manifiesto ante aquellos que no le conocen y así llamarlos a que vengan a Él y lo vean allí donde antes creían estaban sus cuerpos. 9Sus cuerpos entonces desaparecerán, de modo que Su santidad pase a ser su marco.

La idea central de este pasaje es: Cristo no está en el cuerpo, sino en ti.

Este pasaje afirma que Cristo -la esencia divina, la luz, el amor perfecto- no habita en el cuerpo físico, sino en nuestro interior. Y como Cristo está en ti, tampoco estamos realmente en un cuerpo. Esto puede parecer extraño, pero en el contexto del Curso, significa que nuestra verdadera identidad es espiritual, no física.

Explicación paso a paso:

"El Cristo en ti no habita en un cuerpo": Cristo representa nuestro ser verdadero, nuestra conexión con Dios. No está limitado por lo físico.

"Está en ti”. "No estamos dentro de un cuerpo": Si Cristo está en ti y Él no está en el cuerpo, entonces nosotros tampoco estamos confinados al cuerpo. Esto sugiere que nuestra conciencia, nuestro ser real, trasciende lo físico.

"Lo que se encuentra dentro de ti no puede estar afuera". Lo divino en nosotros no puede estar separado de nosotros. No podemos estar fuera de lo que nos da vida: la fuente divina.

"Lo que nos da vida no puede estar alojado en la muerte". El cuerpo es mortal, pero la vida verdadera es eterna. No podemos estar contenidos en algo que muere, porque nuestra esencia es inmortal.

"Cristo se encuentra dentro de un marco de santidad...": Nuestro propósito es manifestar esa santidad, para que otros puedan ver a Cristo en nosotros.  Al hacerlo, la percepción del cuerpo se desvanece, y lo que queda es la luz, la santidad.

¿Qué significa esto?

Este punto nos invita a reconocer nuestra identidad espiritual, más allá del cuerpo, del ego y del mundo físico. Nos recuerda que:

  • No somos nuestro cuerpo, ni nuestros pensamientos pasajeros.
  • Somos una extensión del Amor de Dios, y Cristo vive en nosotros.
  • Nuestro propósito es mostrar esa luz, para que otros también la reconozcan en sí mismos.

Capítulos relacionados con el pasaje que estamos analizando:

Capítulo 6: Las lecciones del amor.

  • Aquí se introduce la idea de que el Espíritu Santo es el mediador entre la percepción y el conocimiento, y que su propósito es reemplazar el miedo por el amor.
  • Relación: Así como el capítulo 25 afirma que Cristo está en ti, el capítulo 6 enseña que el amor es tu estado natural, y que el cuerpo no puede contenerlo ni limitarlo.

Capítulo 11: Dios o el ego.

  • Este capítulo profundiza en la elección entre la voz del ego y la Voz de Dios.
  • Relación: El ego cree que eres un cuerpo, mientras que Dios sabe que eres espíritu eterno. El capítulo 25 refuerza esta idea al decir que Cristo no habita en el cuerpo, sino en ti.

Capítulo 15: El instante santo.

  • Aquí se habla del instante santo como el momento en que eliges ver con los ojos del amor y no del juicio.
  • Relación: El marco de santidad que menciona el capítulo 25 es el mismo que se activa en el instante santo: una percepción purificada donde ves a Cristo en ti y en los demás.

Capítulo 18: El final del sueño.

  • Este capítulo trata sobre el despertar del sueño del ego, y cómo el cuerpo es solo un símbolo dentro de ese sueño.
  • Relación: El capítulo 25 dice que los cuerpos desaparecerán cuando veas la santidad. Esto es parte del despertar: ver más allá de la forma hacia la verdad.

Capítulo 31: La visión final.

  • El último capítulo del texto habla de la visión de Cristo como el objetivo final del aprendizaje.
  • Relación: El capítulo 25 prepara el camino para esa visión, enseñando que Cristo está en ti, y que al reconocerlo, la percepción se transforma en conocimiento.

Reflexión integradora:

Todos estos capítulos apuntan a una misma verdad:

Tu identidad no está en el cuerpo, sino en el espíritu. Cristo vive en ti, y al reconocerlo, el mundo cambia.

Este reconocimiento no es intelectual, sino experiencial. Se cultiva a través del perdón, la práctica del instante santo y la entrega al Espíritu Santo.

Llevemos a la práctica el mensaje de este pasaje, sabiendo que nos invita a cambiar nuestra percepción de nosotros mismo y de los demás. Aquí tienes cómo podemos vivirlo día a día:

Reconoce que no eres tu cuerpo:

  • Práctica: Cuando nos miremos al espejo o sintamos dolor físico, recordemos: “Esto no define quién soy. Mi ser verdadero es eterno, libre y lleno de luz.”
  • Aplicación: No nos juzguemos por nuestra apariencia, edad o limitaciones físicas. Nuestro valor no depende de eso.

Ve más allá del cuerpo en los demás:

  • Práctica: Cuando interactuemos con alguien, especialmente si nos cuesta relacionarnos con esa persona, decimos internamente: “Veo a Cristo en ti. Tu cuerpo no es lo que eres.”
  • Aplicación: Esto transforma nuestras relaciones. En lugar de ver errores, vemos inocencia. En lugar de conflicto, vemos unidad.

Usa tu vida como un marco de santidad:

  • Práctica: Hagamos de nuestro día una oportunidad para que otros vean paz, amor y compasión en nosotros. No por lo que hacemos, sino por cómo lo hacemos.
  • Aplicación: Nuestra actitud, nuestra presencia, nuestra paz interior son el “marco” donde Cristo se manifiesta. No necesitamos predicar, solo ser.

Desapego de la forma:

  • Práctica: Cuando algo nos moleste -una enfermedad, una pérdida, una crítica- recordemos: “Esto es parte del sueño. Mi realidad está en Dios.”
  • Aplicación: Esto no significa ignorar el mundo, sino verlo con ojos más suaves, sin apego ni miedo.

Invita al instante santo:

  • Práctica: En momentos de tensión, cerremos los ojos y digamos: “Espíritu Santo, ayúdame a ver esto como Tú lo ves.”
  • Aplicación: Este cambio de percepción nos libera del juicio y nos conecta con la paz que ya está en nosotros.

Este fragmento no es solo una enseñanza espiritual abstracta. Es una invitación a vivir desde nuestro ser verdadero, a dejar de identificarnos con lo que cambia y a permitir que la luz de Cristo en nosotros sea lo que guíe nuestra vida.

lunes, 24 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 328

LECCIÓN 328

Elijo estar en segundo lugar para obtener el primero.

1. Lo que parece ser el segundo lugar es en realidad el primero, pues percibimos todo al revés hasta que decidimos escuchar la Voz que habla por Dios. 2Nos parece que sólo podemos alcanzar autonomía si nos esforzamos por estar separados, y que la manera de salvarnos es aislándonos del resto de la creación de Dios. 3No obstante, lo único que podemos derivar de ello son enfermedades, sufrimientos, pérdidas y muerte. 4Esto no es lo que nuestro Padre dispone para nosotros, y no existe otra voluntad que la Suya. 5Unirnos a Su Voluntad es encontrar la nuestra. 6Y, puesto que nuestra voluntad es la Suya, es a Él a Quien debemos acudir para reconocer nuestra voluntad.

2. No hay otra voluntad que la Tuya. 2Y me alegro de que nada que pueda imaginarme contradiga lo que Tú quieres que yo sea. 3Tu Volun­tad es que yo me encuentre completamente a salvo y eternamente en paz. 4Y comparto gustosamente Contigo, Padre mío, esa Voluntad que Tú me otorgaste como parte de mí.


¿Qué me enseña esta lección?

No puedo evitar que mi mente evoque la parábola narrada por Mateo en su evangelio, donde se nos enseña que “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.

Permitid que comparta su contenido. Es una hermosa lección:

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: 

El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: 

Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo. 

Salió de nuevo a mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía otros que estaban en la plaza y les dijo: 

¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar? 

Ellos le respondieron: 

Porque nadie nos ha contratado. 

Él les dijo: 

Vayan también ustedes a mi viña. 

Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: 

Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros. 

Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno. 

Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole:

Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora y, sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor. 

Pero él respondió a uno de ellos: 

Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. Que, ¿no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?” De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos" (Mateo 20. 1-16).

Como bien recoge la lección, en el mundo físico, percibimos todo al revés.

En el mundo donde impera la visión de la separación, donde dar es perder, ser el primero se convierte en el primordial propósito, pues alcanzar la primacía es sinónimo de poder y de orgullo. No estaríamos analizando esta singularidad si no fuera porque, en general, para alcanzar ese puesto importante, no importan los medios que usemos para lograrlo. Vemos al otro como un rival y su oposición la interpretamos como un ataque, lo que nos da pie, por supuesto, a defendernos con un buen contraataque.

Pero las cosas son diferentes cuando se produce en nosotros una inversión en nuestros valores. Empezamos a darnos cuenta de que la separación es un error que trae sufrimiento, dolor, tristeza, enfermedad y muerte, y en su lugar, cambiamos el miedo por Amor, lo que nos llevará a ceder el lugar de primogénito a nuestro hermano. Ese acto carece de vanidad; solo lo impulsa el deseo de dar.

¿Qué valor tiene, desde el punto de vista de la Unidad, ser el primero?

La competitividad pertenece al mundo del ego. En el Reino de los Cielo, ese concepto no tiene valor alguno.

En la sociedad, el acto de ceder la primacía al otro se interpreta como un acto de debilidad, de falta de carácter y de personalidad. Nada más lejos de la verdadera realidad.


Ejemplo-Guía: "Ser el primero en el mundo no es igual que ser el primero en la eternidad".

Así nos lo presenta el Curso:
"El primero en el tiempo no significa nada, pero el Primero en la eternidad es Dios el Padre, Quien es a la vez Primero y Uno. Más allá del Primero no hay ningún otro, pues no hay ninguna secuencia, ni segundo ni tercero, ni nada excepto el Primero" (T-14.IV.1:7-8).
¿Por qué necesitamos ser el primero? ¿Por qué tenemos ese deseo de ser especiales?

Podemos leer en el Capítulo 24 del Curso, en el apartado I, que el deseo de ser especial es el sustituto del amor.
“La única creencia que se mantiene celosamente oculta y que se defiende, aunque no se reconoce, es la fe en ser especial. Esto se manifiesta de muchas formas, pero siempre choca con la realidad de la creación de Dios y con la grandeza con la que Él dotó a Su Hijo. ¿Qué otra cosa podría justificar el ataque? ¿Quién podría odiar a alguien cuyo Ser es el suyo propio y a Quien conoce? Sólo los que se creen especiales pueden tener enemigos, pues creen ser diferentes y no iguales. Y cualquier clase de diferencia impone diferentes órdenes de realidad y una ineludible necesi­dad de juzgar” (T-24.I.3:1-6).

“Lo que Dios creó no puede ser atacado, pues no hay nada en el universo que sea diferente de ello. Lo que es diferente, sin embargo, exige juicios, y éstos tienen que proceder de alguien que es "mejor", alguien incapaz de ser como aquel a quien con­dena, alguien "superior" a él, y en comparación, inocente. Y así, el deseo de ser especial se convierte simultáneamente en un medio y en un fin. Pues ser especial no sólo separa, sino que también sirve como base desde la que el ataque contra los que parecen ser "inferiores", es "natural" y "justo". Los que se creen especiales se sienten débiles y frágiles debido a las diferencias, pues lo que los hace especiales es su enemigo. Sin embargo, ellos lo protegen y lo llaman "amigo". Luchan por él contra todo el universo, pues no hay nada en el mundo que sea más valioso para ellos (T-24.I.4:1-7).

“El deseo de ser especial es el gran dictador de las decisiones erróneas. He aquí la gran ilusión de lo que tú eres y de lo que tu hermano es. Y he aquí también lo que hace que se ame al cuerpo y se le considere algo que vale la pena conservar. Ser especial es una postura que requiere defensa. Las ilusiones la pueden atacar y es indudable que lo hacen. Pues aquello en lo que tu hermano se tiene que convertir para que tú puedas seguir siendo especial es una ilusión. Hay que atacar a aquel que es "peor" que tú, de forma que tu especialismo pueda perpetuarse a costa de su derrota. Pues ser especial supone un triunfo, y esa victoria consti­tuye la derrota y humillación de tu hermano. ¿Cómo puede vivir tu hermano con el fardo de todos tus pecados sobre él? ¿Y quién, sino tú, es su conquistador?” (T-24.I.5:1-10).

“Los que se creen especiales se ven obligados a defender las ilusiones contra la verdad, pues ¿qué otra cosa es el deseo de ser especial sino un ataque contra la Voluntad de Dios? No amas a tu hermano mientras sea eso lo que defiendes en contra suya. Esto es lo que él ataca y lo que tú proteges. He aquí el motivo de la batalla que libras contra él. Aquí él no puede sino ser tu ene­migo, no tu amigo. Jamás podrá haber paz entre los que son diferentes. Mas él es tu amigo precisamente porque sois lo mismo” (T-24.I.9:1-8).
Aplicar esta enseñanza en nuestras vidas nos lleva a visionar una nueva sociedad, donde la competitividad deje paso a otro tipo de valores, en los que primen los dones y talentos de cada uno, de forma natural. De esta manera, sí podremos compartir lo que somos.

No se trata de atacar los sistemas sociales actuales. Se trata de dirigir nuestra atención a la verdadera causa que nos ha llevado a diseñar un mundo a nuestra medida; me estoy refiriendo a nuestra mente. Es en nuestras creencias donde debemos hacer el cambio que queremos ver reflejado en el mundo. Cuando el amor prime por encima de nuestro deseo de ser especial, dejaremos de ver la separación, dejaremos de percibir la rivalidad, dejaremos de atacar y dejaremos de tener miedo a dar.

Reflexión: ¿Para qué necesitamos ser el "primero"?

Capítulo 24. VII. El punto de encuentro (10ª parte).

 VII. El punto de encuentro (10.ª parte).

11. De esta manera se concibieron dos hijos, y ambos parecen cami­nar por esta tierra sin un lugar donde poderse reunir y sin un punto de encuentro. 2A uno de ellos -tu amado hijo- lo percibes como externo a ti. 3El otro -el Hijo de su Padre- descansa en el interior de tu hermano tal como descansa en el tuyo. 4La diferen­cia entre ellos no estriba en sus apariencias, ni en el lugar hacia donde se dirigen y ni siquiera en lo que hacen. 5Tienen distintos propósitos. 6Eso es lo que los une a los que son semejantes a ellos y lo que los separa de todo lo que tiene un propósito diferente. 7El Hijo de Dios conserva aún la Voluntad de su Padre. 8El hijo del hombre percibe una voluntad ajena y desea que sea verdad. 9así, su percepción apoya su deseo, haciendo que parezca verdad. 10La percepción, sin embargo, puede servir para otro propósito. 11No está sujeta al deseo de ser especial, excepto si así lo decides. 12se te ha concedido poder tomar otra decisión y usar la percepción para un propósito diferente. 13Y lo que veas servirá debidamente para ese propósito y te demostrará su realidad.

Este punto describe la dualidad de identidad que el ego ha fabricado y cómo podemos elegir ver con un propósito diferente.

Analicemos las ideas principales que se recogen en el texto:

Dos “hijos” como símbolos de dos identidades:

  • El “hijo amado” es el símbolo del especialismo, el yo separado que el ego ha fabricado.
  • El “Hijo de Dios” es la verdadera identidad espiritual, compartida con todos, que permanece unida a Dios.

Ambos parecen caminar por el mundo, pero no tienen un punto de encuentro porque sus propósitos son opuestos.

La diferencia está en el propósito:

No se trata de lo que hacen o cómo se ven, sino de para qué existen:

  • El hijo del ego busca confirmar la separación.
  • El Hijo de Dios busca extender el amor y cumplir la Voluntad de Dios.

La percepción apoya el deseo:

La percepción no es neutral. Apoya el propósito que tú le asignas:

  • Si deseas especialismo, verás separación.
  • Si deseas unidad, verás al Cristo en tu hermano.

La posibilidad de elegir de nuevo:

Este punto culmina con una afirmación poderosa:

“Se te ha concedido poder tomar otra decisión.”

Puedes usar la percepción para sanar, unir y recordar la verdad, en lugar de reforzar la ilusión.


Aplicación práctica:

Observa cómo percibes a los demás: ¿Ves cuerpos separados o ves al Hijo de Dios en ellos?

Pregúntate:  ¿Estoy usando la percepción para confirmar mi especialismo o para recordar la unidad?

Haz una elección consciente:  “Espíritu Santo, elijo ver con el propósito de sanar. Muéstrame al Hijo de Dios en mi hermano.”

¿Cómo ver al Hijo de Dios en otros?

Ver al Hijo de Dios en otros es una práctica central en Un Curso de Milagros, y significa reconocer la verdad espiritual en cada persona, más allá de su comportamiento, apariencia o historia. Analicemos algunos ejemplos prácticos para aplicar esta visión en distintas situaciones:

En una discusión familiar:

  • Percepción del ego: “Mi hermano siempre me ataca y me hace sentir culpable.”
  • Cambio de percepción: “Detrás de sus palabras hay miedo. Elijo ver al Hijo de Dios en él: inocente, buscando amor como yo.”

Con un compañero de trabajo difícil:

  • Percepción del ego: “Es competitivo, arrogante y me hace sentir menos.”
  • Cambio de percepción:  “Este hermano está atrapado en su propio deseo de especialismo. Elijo ver su luz, no su máscara.”

Con una persona enferma o anciana:

  • Percepción del ego: “Está débil, limitada, ya no es útil.”
  • Cambio de percepción:  “Su cuerpo no define su valor. El Hijo de Dios en él es eterno, fuerte y lleno de propósito.”

Con alguien que te ha herido:

  • Percepción del ego: “Me traicionó. No merece mi perdón.”
  • Cambio de percepción:  “Su error no cambia su verdad. Elijo ver al Cristo en él, y al hacerlo, me libero yo también.”

Con uno mismo:

  • Percepción del ego: “He fallado. No soy suficiente.”
  • Cambio de percepción:  “Soy el Hijo de Dios. Nada real puede ser amenazado. Mi valor es eterno.”

Frases que podemos usar para ayudarnos:

  • “Veo al Hijo de Dios en ti.”
  • “Tu verdad no está en tu comportamiento, sino en tu ser.”
  • “Elijo ver con los ojos del amor.”
  • “Tu inocencia es la misma que la mía.”

domingo, 23 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 327

LECCIÓN 327

No necesito más que llamar y Tú me contestarás.


1. No se me pide que acepte la salvación sobre la base de una fe ciega. 2Pues Dios ha prometido que oirá mi llamada y que Él Mismo me contestará. 3Déjame aprender mediante mi experien­cia que esto es verdad, y es indudable que llegaré tener fe en Él. 4Esa es la fe que no se quebranta y que me llevará cada vez más lejos por la senda que conduce hasta Él. 5Pues así estaré seguro de que Él no me ha abandonado, de que aún me ama y de que sólo espera a que yo lo llame para proporcionarme toda la ayuda que necesite para poder llegar a Él.

2. Padre, te doy las gracias porque sólo con que ponga a prueba Tus promesas, jamás tendré la experiencia de que no se cumplen. 2Permíta­seme, por lo tanto, ponerlas a prueba en vez de juzgarlas. 3Tú eres Tu Palabra. 4Tú provees los medios a través de los cuales arriba la convic­ción, haciendo así que por fin estemos seguros de Tu eterno Amor.


¿Qué me enseña esta lección? 

La duda procede del miedo, y el miedo tiene su origen en la falta de amor.
 
El Hijo de Dios ha olvidado su procedencia, aunque añora los recuerdos de paz y felicidad que se convierten en su meta más preciada. 
 
Prestar atención al mundo tridimensional, donde las formas adquieren su propia identidad, le ha hecho creer que lo que percibe con los sentidos físicos es totalmente real; incluso piensa que es la única realidad posible, olvidando así el origen de su poder creador.
 
Ha fabricado un mundo al que tiene miedo, pues le hace sentir temeroso de que su Creador no apruebe su creación, al no haber actuado según la Voluntad del Padre, la cual siempre nos inspira actuar de acuerdo al Amor, pues es la única fuerza que nos permitirá crear bajo las leyes de la Eternidad.
 
Lejos de su hogar, el Hijo de Dios construye el suyo propio. De sus acciones, recibe la falsa creencia de que es un pecador; se siente el violador de las Leyes Divinas. Pero lo único que ha hecho es obrar en consecuencia con los atributos y poderes con los que ha sido bendecido, utilizándolos inadecuadamente.
 
Su consciencia se encuentra dormida, temporalmente, identificada con una realidad ilusoria y transitoria. En ese estado de somnolencia, el Hijo de Dios duda de todo aquello que no forma parte de su percepción sensorial. Lo que no ve es negado.
 
Pero llega un día en el que sentimos que el camino que hemos elegido no nos conduce a la “tierra prometida”. Entonces comprendemos que el mundo al que le hemos prestado nuestra atención jamás nos ofrecerá la posibilidad de alcanzar el estado de felicidad, de paz y de unidad que estamos buscando. 
 
Es el momento de entregar en manos de nuestro Padre los asuntos que nos privan de su paz. Es el momento de elevar hasta Él nuestra plegaria y decirle: Padre, en tus manos me encomiendo. "Hágase tu Voluntad”.
 
Ya no le pediremos que perpetúe la ilusión que nos ofrece la visión del mundo material. Lo único que le pediremos es que nos permita hacer consciente su Presencia en nuestras Vidas. Ello nos permitirá sentir su protección, la fuerza de su Amor, la cual nos inspirará, en cada momento, cómo percibir correctamente.
 
Ejemplo-Guía: "¿Has perdido la fe en Dios porque no te ha concedido lo que le has pedido?
 
Es una experiencia bastante común. Nos hemos acercado a Dios con la esperanza de que arregle nuestros asuntos y hemos elevado nuestras plegarias con esa intención. Cuando la respuesta no ha sido acorde a lo que le hemos pedido, renegamos de Su Presencia y decidimos darle la espalda. Dejamos de creer en Él.
 
A estas alturas de las enseñanzas que estamos estudiando, contamos con la información necesaria para entender que “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
 
Dios no ve el mundo tal como nosotros hemos decidido percibirlo y hacerlo real, así que difícilmente podrá intervenir en nuestros asuntos terrenales. Sin embargo, podemos pedirle que nos ayude a ver este mundo desde la verdad, desde la realidad. Esa es la súplica que debe brotar de nuestro corazón, con la certeza absoluta de que esa llamada será respondida.
 
Hemos mencionado la oración como un medio para comunicarnos con el Creador. En cuanto a la oración, el Curso nos señala: 
"La oración es una forma de pedir algo. Es el vehículo de los milagros. Mas la única oración que tiene sentido es la del perdón porque los que han sido perdonados lo tienen todo. Una vez que se ha aceptado el perdón, la oración, en su sentido usual, deja de tener sentido. La oración del perdón no es más que una petición para que puedas reconocer lo que ya posees. Cuando elegiste la percepción en vez del conocimiento, te colocaste en una posición en la que sólo percibiendo milagrosamente podías parecerte a tu Padre. Has perdido el conocimiento de que tú mismo eres un milagro de Dios. La creación es tu Fuente y es también la única función que verdaderamente tienes" (T-3.V.6:1-8).
Cuando pedimos desde la visión del ego, ignoramos que lo que estamos pidiendo nos aleja de la verdad. El Curso nos anima a poner nuestras peticiones en manos de la Voz que habla por el Padre, el Espíritu Santo: 
“Cuando le pides al Espíritu Santo lo que te podría hacer daño, Él no puede contestarte porque no hay nada que te pueda hacer daño, y por lo tanto, no estás pidiendo nada. Cualquier deseo que proceda del ego es un deseo de algo que no existe, y solicitarlo no constituye una petición. Es simplemente una negación en forma de petición. El Espíritu Santo no le da importancia a la forma, ya que sólo es consciente de lo que tiene significado. El ego no puede pedirle nada al Espíritu Santo porque no existe comunicación entre ellos. Tú, en cambio, puedes pedirle todo porque las peticiones que le haces a Él son reales, al proceder de tu mente recta. ¿Negaría el Espíritu Santo la Voluntad de Dios? ¿Y podría dejar de reconocerla en Su Hijo? (T-9.I.10:1-8)".

Reflexión: ¿Qué padre hace caso omiso a la llamada de un hijo? 

sábado, 22 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 326

 LECCIÓN 326


He de ser por siempre un Efecto de Dios.


1. Padre, fui creado en Tu Mente, como un Pensamiento santo que nunca abandonó su hogar. 2He de ser por siempre Tu Efecto, y Tú por siempre y para siempre, mi Causa. 3Sigo siendo tal como Tú me creaste. 4Todavía me encuentro allí donde me pusiste. 5todos Tus atributos se encuentran en mí, pues Tu Voluntad fue tener un Hijo tan semejante a su Causa, que Causa y Efecto fuesen indistinguibles. 6Que tome con­ciencia de que soy un Efecto Tuyo y de que, por consiguiente, poseo el mismo poder de crear que Tú. 7Y así como es en el Cielo, sea en la tierra. 8Sigo Tu plan aquí, y sé que al final congregarás a todos Tus Efectos en el plácido Remanso de Tu Amor, donde la tierra desaparecerá y todos los pensamientos separados se unirán llenos de gloria como el Hijo de Dios.

2. Veamos hoy la tierra desaparecer, al principio transformada, y después, una vez que haya sido perdonada, veámosla desvane­cerse completamente en la santa Voluntad de Dios.


¿Qué me enseña esta lección? 

Somos Hijos de Dios y hemos deseado ver la realidad a nuestra manera, lo que nos ha llevado a percibir erróneamente el mundo. Nuestra mente, guiada por ese deseo, ha fabricado la creencia en la separación, lo que ha originado pensamientos falsos sobre la realidad percibida.

El poder de la voluntad que heredamos de nuestro Padre, al usarlo para alimentar el deseo de sentirnos especiales, nos ha hecho creer que lo que percibimos fuera de nosotros es nuestra verdadera identidad, olvidando así nuestra esencia y origen divino.

Todo lo que hemos fabricado en el uso de nuestra capacidad divina forma parte de un sueño. En dicho sueño, formamos parte del elenco de actores a los que damos vida en él, pero no somos conscientes de que estamos soñando y de que somos el soñador.

Darse cuenta de que hemos entregado el poder de la verdad a un mundo que no la posee es el primer paso para despertar del sueño.

Mientras sigamos en el sueño, podemos otorgar al mundo físico una función lo más cercana posible a la realidad y a la verdad. Esta función consiste en ayudarnos a tomar conciencia de los efectos de nuestras acciones, es decir, reconocer la calidad de las energías con las que estamos fabricando. 

En este sentido, podemos entender que el amor construye, mientras que el miedo destruye; que el pecado es un error y que los errores pueden corregirse. Sobre todo, podemos darnos cuenta de que, así como nosotros somos efecto de la causa creadora de nuestro Padre, nuestras acciones también son el resultado de nuestros pensamientos y sentimientos, los cuales se convierten en la verdadera causa de la realidad que percibimos.

Sí, el mundo, tal como lo percibimos, desaparecerá, ya que la percepción es temporal y proviene de nuestra mente errada. Cuando logremos perdonar el uso de esa mente, percibiremos el mundo de forma correcta y recordaremos que todos somos parte de la Causa Original, de la Mente de Dios, como el Hijo de Dios.


Ejemplo-Guía: "Crear en la tierra, como en el Cielo".

Más de una vez he escuchado opiniones que ven a la tierra, al mundo que percibimos, como la fuente capaz de despertar nuestras tentaciones. Siguiendo la máxima “si tu mano te hace pecar, córtatela”, defienden sacrificar todo aquello que consideran causa de la tentación.

En esa forma de ver el mundo, se pasa por alto algo esencial: el mundo es un efecto, no la causa. Es el resultado de un pensamiento errado; por lo tanto, si queremos dejar de ser esclavos de lo que nos ofrece, debemos cambiar la causa que nos ha llevado a percibirlo de esa manera.

La lección de hoy nos enseña que fuimos creados a semejanza de nuestro Creador y que compartimos Sus atributos creadores, recordándonos que así como es en el Cielo, sea también en la Tierra. Es decir, tenemos la capacidad de crear aquí en la Tierra tal como se hace en el Cielo.

¿Qué significa lo que hemos dicho? 

Significa, de manera profunda, que podemos crear en la tierra siempre que nuestra mente adopte la visión que reina en el Cielo: la visión de la Unidad. Cuando esa visión la aplicamos aquí, la llamamos Visión de Cristo, porque se fundamenta en el amor, la esencia misma de la unidad.

La lección nos anima a ser conscientes de la Ley de Causa y Efecto. Al reflexionar sobre esto, podemos comprender que causa y efecto son una sola cosa, aunque en su manifestación los percibamos de forma diferente.

La semilla y el fruto no siempre tienen la misma forma, pero ambas participan de la unidad.

En nuestra vida, podemos aplicar esta ley para conocernos mejor en aquellos aspectos a los que nos resistimos, sobre todo cuando llega el momento de enfrentar consecuencias que no son agradables. En esas situaciones, tendemos a apartarnos de la idea de que pudimos ser los responsables de esa experiencia y asumimos, con frecuencia, el cómodo papel de víctimas.


Reflexión: ¿Cómo entendemos el mensaje "Veamos hoy la tierra desaparecer"?

viernes, 21 de noviembre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 325


LECCIÓN 325
 
Todas las cosas que creo ver son reflejos de ideas.

1. Ésta es la clave de la salvación: lo que veo es el reflejo de un proceso mental que comienza con una idea de lo que quiero. 2A partir de ahí, la mente forja una imagen de eso que desea, lo juzga valioso y, por lo tanto, procura encontrarlo. 3Estas imáge­nes se proyectan luego al exterior, donde se contemplan, se consi­deran reales y se defienden como algo propio de uno. 4De deseos dementes nace un mundo demente, 5de juicios, un mundo condenado. 6De pensamientos de perdón, en cambio, surge un mundo apacible y misericordioso para con el santo Hijo de Dios, cuyo propósito es ofrecerle un dulce hogar en el que descansar por un tiempo antes de proseguir su jornada, y donde él puede ayudar a sus hermanos a seguir adelante con él y a encontrar el camino que conduce al Cielo y a Dios.

2. Padre nuestro, Tus ideas reflejan la verdad, mientras que las mías, separadas de las Tuyas, tan sólo dan lugar a sueños. 2Déjame contem­plar lo que sólo las Tuyas reflejan, pues son ellas las únicas que estable­cen la verdad.



¿Qué me enseña esta lección? 

La Voluntad es el Principio más elevado de la Divinidad. Todo encuentra su causa en un acto de voluntad. Se trata de un impulso vital, no definido, pero que encierra potencialmente el contenido de los efectos que va a crear.

El Hijo de Dios es portador de ese Atributo Divino. En este sentido, podemos asegurar que el Hijo de Dios tiene el poder de utilizar la voluntad, bien para crear, bien para fabricar. La diferencia de crear y fabricar radica en la dirección que demos al impulso motor de todo acto creador.

Si nuestra voluntad sirve a la unidad y al amor, entonces nuestra acción dará lugar a un acto de expansión, a un acto creador, que irá impregnado de la esencia de la eternidad.

Si nuestra voluntad sirve al deseo de ser especial, a la separación y al miedo, entonces nuestra acción dará lugar a la fabricación de una realidad ilusoria y temporal.

La voluntad que sirve al Amor y a la Unidad nos lleva a la Salvación. Cuando actuamos de este modo, estamos haciendo la Voluntad del Padre, pues estamos extendiendo la esencia primordial del amor.

La voluntad que se somete al miedo y al pecado nos conduce al castigo, al dolor y al sufrimiento. Al actuar así, creamos un mundo que no es real, ya que no está sostenido por la Verdad.

Todo aquello que no es verdad, no es real.

En el mundo que hemos fabricado, la percepción más correcta es la que nos lleva a perdonar. El perdón corrige la causa que dio origen a la creencia en el pecado y deshace el efecto de la culpa y del castigo.


Ejemplo-Guía: "Lo que vemos es lo que creemos. Lo que creemos es lo que deseamos".

La clave de la salvación está en entender que lo que vemos es el reflejo de un proceso mental que empieza con una idea de lo que deseamos. Es difícil explicar con tanta claridad cómo funciona el sistema de pensamiento basado en el ego. Si fuéramos conscientes todo el tiempo de esta dinámica, dejaríamos de inmediato de vernos como víctimas de un destino en el que no participamos, cuando en realidad no existe un mundo fuera de nosotros que no hayamos fabricado, soñado y proyectado.
"Somos responsables de lo que vemos". Tan solo estoy citando la afirmación que da título al segundo de los apartados recogidos en el Capítulo 21 del Curso. Reconozco que la enseñanza expresada en dicho apartado es de una profunda trascendencia. Permitid que lo transcriba íntegramente:

“Hemos repetido cuán poco se te pide para que aprendas este curso. Es la misma pequeña dosis de buena voluntad que necesi­tas para que toda tu relación se transforme en dicha; el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo a cambio del cual Él te da todo, lo poco sobre lo que se basa la salvación, el pequeño cambio de mentalidad por el que la crucifixión se transforma en resurrección. Y puesto que es cierto, es tan simple que es imposible que no se entienda perfectamente. Puede ser rechazado, pero no es ambiguo. Y si decides oponerte a ello, no es porque sea incom­prensible, sino más bien porque ese pequeño costo parece ser, a tu juicio, un precio demasiado alto para pagar por la paz” (T-21.II.1:1-5).
“Esto es lo único que tienes que hacer para que se te conceda la visión, la felicidad, la liberación del dolor y el escape del pecado. Di únicamente esto, pero dilo de todo corazón y sin reservas, pues en ello radica el poder de la salvación: 

Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí. No te engañes por más tiempo pensando que eres impotente ante lo que se te hace. Reconoce únicamente que estabas equi­vocado, y todos los efectos de tus errores desaparecerán“ (T-21.II.2:1-7).
“Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a él. Es imposible que él mismo no haya ele­gido las cosas que le suceden. Su poder de decisión es lo que determina cada situación en la que parece encontrarse, ya sea por casualidad o por coincidencia. Y ni las coincidencias ni las casualidades son posibles en el universo tal como Dios lo creó, fuera del cual no existe nada. Si sufres es porque decidiste que tu meta era el pecado. Si eres feliz, es porque pusiste tu poder de decisión en manos de Aquel que no puede sino decidir a favor de Dios por ti. Éste es el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo, y hasta esto Él te da para que te lo des a ti mismo. Pues mediante este regalo se te concede el poder de liberar a tu salva­dor para que él a su vez te pueda dar la salvación a ti” (T-21.II.3:1-8).
“No resientas tener que dar esta pequeña ofrenda, pues si no la das seguirás viendo el mundo tal como lo ves ahora. Mas si la das, todo lo que ves desaparecerá junto con él. Nunca se dio tanto a cambio de tan poco. Este intercambio se efectúa y se conserva en el instante santo. Ahí, el mundo que no deseas se lleva ante el que sí deseas. Y el mundo que sí deseas se te con­cede, puesto que lo deseas. Mas para que esto tenga lugar, debes primero reconocer el poder de tu deseo. Tienes que aceptar su fuerza, no su debilidad. Tienes que percibir que lo que es tan poderoso como para construir todo un mundo puede también abandonarlo, y puede asimismo aceptar corrección si está dis­puesto a reconocer que estaba equivocado” (T-21.II.4:1-10).
“El mundo que ves no es sino el testigo fútil de que tenías razón. Es un testigo demente. Tú le enseñaste cuál tenía que ser su testimonio, y cuando te lo repitió, lo escuchaste y te conven­ciste a ti mismo de que lo que decía haber visto era verdad. Has sido tú quien se ha causado todo esto a sí mismo. Sólo con que comprendieses esto, comprenderías también cuán circular es el razonamiento en que se basa tu "visión". Eso no fue algo que se te dio. Ése fue el regalo que tú te hiciste a ti mismo y que le hiciste a tu hermano. Accede, entonces, a que se le quite y a que sea reemplazado por la verdad. Y a medida que observes el cam­bio que tiene lugar en él, se te concederá poder verlo en ti mismo” (T-21.II.5:1-9).
“Tal vez no veas la necesidad de hacer esta pequeña ofrenda. Si ése es el caso, examina más detenidamente lo que dicha ofrenda representa. Y no veas en ella otra cosa que el absoluto intercam­bio de la separación por la salvación. El ego no es más que la idea de que es posible que al Hijo de Dios le puedan suceder cosas en contra de su voluntad, y, por ende, en contra de la Voluntad de su Creador, la cual no puede estar separada de la suya. Con esta idea fue con lo que el Hijo de Dios reemplazó su voluntad, en rebelión demente contra lo que no puede sino ser eterno. Dicha idea es la declaración de que él puede privar a Dios de Su poder y quedarse con él para sí mismo, privándose de este modo de lo que Dios dispuso para él. Y es esta descabellada idea la que has entronado en tus altares y a la que rindes culto. Y todo lo que supone una amenaza para ella parece atacar tu fe, pues en ella es donde la has depositado. No pienses que te falta fe, pues tu creencia y confianza en dicha idea son ciertamente firmes” (T-21.II.6:1-9).
“El Espíritu Santo puede hacer que tengas fe en la santidad, y darte visión para que la puedas ver fácilmente. Mas no has dejado libre y despejado el altar donde a estos dones les corres­ponde estar. Y donde ellos debieran estar has colocado tus ído­los, los cuales has consagrado a otra cosa. A esa otra "voluntad" que parece decirte lo que ha de ocurrir, le confieres realidad. Por lo tanto, aquello que te demostraría lo contrario no puede por menos que parecerte irreal. Lo único que se te pide es que le hagas sitio a la verdad. No se te pide que inventes o que hagas lo que está más allá de tu entendimiento. Lo único que se te pide es que dejes entrar a la verdad, que ceses de interferir en lo que ha de acontecer de por sí y que reconozcas nuevamente la presencia de lo que creíste haber desechado” (T-21.II.7:1-8).
“Accede, aunque sólo sea por un instante, a dejar tus altares libres de lo que habías depositado en ellos, y no podrás sino ver lo que realmente se encuentra allí. El instante santo no es un instante de creación, sino de reconocimiento. Pues el reconoci­miento procede de la visión y de la suspensión de todo juicio. Sólo entonces es posible mirar dentro de uno mismo y ver lo que no puede sino estar allí, claramente a la vista y completamente independiente de cualquier inferencia o juicio. Deshacer no es tu función, pero sí depende de ti el que le des la bienvenida o no. La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo cree en lo que desea” (T-21.II.8:1-6).
“Ya hemos dicho que hacerse ilusiones es la manera en que el ego lidia con lo que desea para tratar de convertirlo en realidad. No hay mejor demostración del poder del deseo, y, por ende, de la fe, para hacer, que sus objetivos parezcan reales y posibles. La fe en lo irreal conduce a que se tengan que hacer ajustes en la realidad. para que se amolde al objetivo de la locura. El objetivo del pecado induce a la percepción de un mundo temible para justificar su propósito. Verás aquello que desees ver. Y si la rea­lidad de lo que ves es falsa, lo defenderás no dándote cuenta de todos los ajustes que has tenido que hacer para que ello sea como lo ves” (T-21.II.9:1-6).
“Cuando se niega la visión, la confusión entre causa y efecto es inevitable. El propósito ahora es mantener la causa oculta del efecto y hacer que el efecto parezca ser la causa. Esta aparente autonomía del efecto permite que se le considere algo inde­pendiente, y capaz de ser la causa de los sucesos y sentimientos que su hacedor cree que el efecto suscita. Anteriormente habla­mos de tu deseo de crear a tu propio creador, y de ser el padre y no el hijo de él. Éste es el mismo deseo. El Hijo es el efecto que quiere negar a su Causa. Y así, él parece ser la causa y producir efectos reales. Pero lo cierto es que no puede haber efectos sin causa, y confundir ambas cosas es simplemente no entender ninguna de las dos” (T-21.II.10:1-8).
“Es tan esencial que reconozcas que tú has fabricado el mundo que ves, como que reconozcas que tú no te creaste a ti mismo. Pues se trata del mismo error. Nada que tu Creador no haya crea­do puede ejercer influencia alguna sobre ti. Y si crees que lo que hiciste puede dictarte lo que debes ver y sentir, y tienes fe en que puede hacerlo, estás negando a tu Creador y creyendo que tú te hiciste a ti mismo. Pues si crees que el mundo que construiste tiene el poder de hacer de ti lo que se le antoje, estás confun­diendo Padre e Hijo, Fuente y efecto” (T-21.II.11:1-5).
“Las creaciones del Hijo son semejantes a las de su Padre. Mas al crearlas, el Hijo no se engaña a sí mismo pensando que él es independiente de su Fuente. Su unión con Ella es la Fuente de su capacidad para crear. Aparte de esto no tiene poder para crear, y lo que hace no significa nada, no altera nada en la creación, depende enteramente de la locura de su hacedor y ni siquiera podría servir para justificarla. Tu hermano cree que él fabricó el mundo junto contigo. De este modo, niega la creación, y cree, al igual que tú, que el mundo que fabricó lo engendró a él. De éste modo, niega haberlo fabricado” (T-21.II.12:1-9).
“Mas la verdad es que tanto tú como él fuisteis creados por un Padre amoroso, que os creó juntos y como uno solo. Ve lo que "prueba" lo contrario, y estarás negando toda tu realidad. Reco­noce en cambio que fuiste tú quien fabricó todo lo que aparente­mente se interpone entre tú y tu hermano y os mantiene separados al uno del otro, y a los dos de vuestro Padre, y tu instante de liberación habrá llegado. Todos los efectos de eso que hiciste desaparecerán porque su fuente se habrá puesto al descubierto. La aparente autonomía de su fuente es lo que te mantiene prisionero. Ése es el mismo error que pensar que eres inde­pendiente de la Fuente mediante la cual fuiste creado, y que nunca has abandonado” (T-21.II.13:1-6).
Se puede concluir que es el momento de elegir. Podemos seguir soñando, sin tomar consciencia de que somos los soñadores del sueño, lo que nos llevará a experimentar permanentes pesadillas o, por lo contrario, podemos seguir soñando, tomando plena consciencia de que somos los hacedores del sueño, lo que nos permitirá elegir soñar sueños felices. 

Reflexión: Elige: ¿estar dormido o despierto?