LECCIÓN 272
¿Cómo iban a poder
satisfacer las ilusiones al Hijo de Dios?
1. Padre, la verdad me pertenece. 2Mi hogar se estableció
en el Cielo mediante tu voluntad y la mía. 3¿Podrían contentarme
los sueños? 4¿Podrían brindarme felicidad las ilusiones? 5¿Qué otra cosa sino
Tu recuerdo podría satisfacer a Tu Hijo? 6No me contentaré con
menos de lo que Tú me has dado. 7Tu Amor, por siempre
dulce y sereno, me rodea y me mantiene a salvo eternamente. 8El Hijo
de Dios no puede sino ser tal como Tú lo creaste.
2. Hoy dejamos atrás las ilusiones. 2Y si
oímos a la tentación llamarnos e invitarnos a que nos entretengamos con un
sueño, nos haremos a un lado y nos preguntaremos si nosotros, los Hijos de
Dios, podríamos contentarnos con sueños cuando podemos elegir el Cielo con la
misma facilidad que el infierno. aY el amor reemplazará gustosamente
todo temor.
¿Qué me enseña esta
lección?

Elegimos, soltarnos de la mano protectora de nuestro Padre, cuando
formábamos una Unidad con Él, para ir a experimentar por nuestra propia
iniciativa y descubrir una nueva realidad, que no lo era, tan sólo era una
ilusión.
Sí, el Hijo de Dios, gozaba de esa libertad y la empleó. Dotado
potencialmente de los Atributos de su Padre, utilizó su Voluntad para iniciar
una nueva andadura. Aprender por sí mismo, le llevó a enfocar su mente en un
mundo que, por ser temporal, no es real. El mundo material, le ofrecía a
través de la vía sensorial, un canal de aprendizaje basado en la percepción.
Sus ojos descubrieron un mundo nuevo, que favoreció la creencia en la
separación, pues la percepción de cuerpos diferentes, unos de otros, le llevó a
identificarse con él y determinar su identidad.
El Hijo de Dios, desde ese momento, descubrió su soledad.
Pero ¿qué padre no ofrece a su hijo su mano, para ayudarle a reencontrar
el camino correcto? Ese padre, ha permanecido expectante, en espera, que su hijo
reclamase su herencia.
Del mismo modo, nuestro Padre, permanece paciente en espera de que
le tendamos de nuevo nuestras manos, para hacernos sentir que nos
encontramos en nuestro verdadero Hogar.
Ese re-encuentro se producirá en el instante en que decidamos abandonar
el mundo de la ilusión, para vivir tan sólo en el mundo de la Realidad, en el
mundo de la Unidad.
Ejemplo-Guía: "¿Qué elegirías entre lo real y lo falso?
Yo lo tengo claro: lo real. Pero, la respuesta no es
tan diáfana cuando no tenemos claro lo que es real. Es más, lo tenemos mucho
más complicado, cuando nuestra mente percibe lo ilusorio, como real, y lo
verdaderamente real, lo percibe como falso.
Nuestra percepción actual, guiada por las razones que le aportan los sentidos,
está plenamente identificada con aquello que puede ver y tocar, oír o sentir,
en definitiva, percibir en alguna de sus formas. En cambio, aquello que no es
capaz de ver, medir, analizar, para la mente no existe. En este sentido, el
mundo espiritual, no es real.
Sin embargo, la verdad no se puede ocultar. La vida, en el nivel del sueño en
el que la percibimos, nos está mostrando que lo que venimos llamando real, el
mundo material, no nos aporta los valores lógicos que debería aportarnos el
mundo de la verdad. Es decir, sujetas a las leyes físicas de la temporalidad,
todo lo material se convierte en una fuente de sufrimiento, de dolor, cuando
nuestros deseos intentan gozar de ella permanentemente.
La propia fuente del deseo de donde emanan nuestros anhelos, es efímera y
cambiante; inestable y caprichosa, lo que nos lleva a estados anímicos
depresivos y caóticos.
¿Qué elegirías entre lo eterno y lo efímero?
Yo lo tengo aún más claro: lo eterno. Quizás ahora, te resulte más fácil
elegir. Lo eterno favorece la condición del desapego. Si sabes que permanecerá
por siempre, para qué desear apegarse a ello. El apego es fruto del miedo a
perder. Ese miedo, es consecuencia del olvido de conocer que somos el Hijo de
Dios. Ese miedo, ha sustituido al Amor. No es su opuesto, pues el Amor no tiene
opuestos. El miedo es una fabricación ilusoria que surge como consecuencia de
una falsa creencia en el pecado, en haber desobedecido a nuestro Creador.
Recordar que somos Hijo de Dios, que somos tal y como Él nos ha creado, nos
llevará a elegir lo eterno, pues ese reconocimiento nos permite vernos como
verdaderamente somos, y somos eternos.
Reflexión: ¿Te contentarás con sueños cuando puedes elegir el Cielo?
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