¿Qué me enseña esta lección?
El amor nos brinda un camino de paz, alegría y felicidad, mientras que el miedo nos conduce por una senda de odio, ira, temor, tristeza, infelicidad, amargura y dolor.
Si nos dieran, con total seguridad, la oportunidad de elegir uno de esos dos caminos, ¿cuál escogeríamos?
La respuesta parece sencilla: el camino del amor. ¿Quién optaría por el sendero del sufrimiento, pudiendo escoger el de la felicidad?
Sin embargo, aunque esa respuesta parezca fácil y lógica, no debe serlo, ya que elegimos constantemente el camino del dolor. ¿Por qué?
La respuesta es el temor. Tenemos miedo al amor. Nos hemos identificado tanto con el mundo material y de la percepción, que nos parece imposible reconocer que nuestra verdadera naturaleza es la inocencia, la impecabilidad, la abundancia y la plenitud, y no la necesidad ni la escasez. Creemos que al dar perdemos lo que entregamos, cuando en realidad es dando como recibimos.
Nuestro miedo viene de tiempos ancestrales y se apoya en la creencia errónea de que hemos violado la Ley de Dios, lo que nos hace sentirnos víctimas de su enojo y su ira.
Proyectamos en Él nuestra visión y le cargamos nuestras frustraciones. Reflejamos en Él nuestra ira, nuestro odio y nuestro instinto de venganza, cuando en realidad todo eso nos pertenece.
Nuestro Creador es amor y nos formó a partir de ese amor, por lo tanto, somos amor.
¿Qué podemos esperar del amor? Simplemente amor.
Ejemplo-guía: "Despojándonos de nuestras viejas y falsas vestiduras".
Al leer el contenido de esta lección, me vino a la mente una idea que quiero compartir con todos y que da título al ejemplo guía de hoy: “despojarse de las viejas vestiduras”.
Tuve una visión en la que me veía cubierto con viejos y pesados ropajes. Todos eran fácilmente reconocibles, ya que los había elegido yo mismo con el único propósito de proyectar la imagen que deseaba en cada ocasión.
Lo curioso de aquella escena era que cada prenda se superponía a la anterior, formando un grueso equipaje ambulante que me acompañaba a cada paso. Sentía el peso sobre mi cuerpo, y aunque se había convertido en un obstáculo que me impedía caminar con soltura y libertad, no sentía la necesidad de desprenderme de ninguna de ellas. Me decía: "Puedes tirar este abrigo que está deshilachado", pero justo cuando parecía que iba a deshacerme de él, otra voz me advertía: "¿Estás seguro de lo que vas a hacer? Recuerda que el invierno es largo y podrías lamentar no tener esa prenda que te ha dado tantos momentos de confort". Así que desisto de la idea de dejarlo, aunque hacerlo me habría dado un poco más de libertad.
Las proyecciones de mi mente me llevan a una nueva visión, que siento más cercana a la verdad. Un nuevo escenario cobra vida ante mis ojos renovados. Esta vez, veo con claridad cómo me desprendo de mis viejas vestiduras. Con cada prenda que dejo atrás, me siento más ágil, más libre, más animado. Pensé que por un momento notaría las inclemencias del clima, pero, de forma milagrosa, no percibo tal sensación. En cambio, siento una cálida brisa que envuelve mi cuerpo desnudo, brindándome una placentera sensación de bien-ser.
Entiendo, gracias a estas proyecciones que mi mente tan generosamente me ha brindado, que todas las vestiduras que nos han acompañado por el mundo han tenido su papel destacado y nos han llevado a un punto del camino en el que ya no podemos seguir con ellas, porque lo que nos espera más adelante no valora lo que ofrecen.
Es necesario volver a nuestra desnudez original, ese estado de ser que nos une con nuestro Creador. Ese momento marca el renacer del Espíritu y el final de la personalidad temporal, del ego. Representa el triunfo del amor sobre el miedo, de la unidad sobre la falsa idea de separación, de la inocencia sobre la creencia en el pecado, de la impecabilidad sobre la culpa, de la vida sobre la muerte, de la eternidad sobre el tiempo y de la verdad sobre la ilusión.
Reflexión: ¡Padre! ¿Cómo puedo sentir miedo cuando la eterna promesa que me hiciste jamás se aparta de mí?
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