miércoles, 13 de diciembre de 2023

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 347

LECCIÓN 347

La ira procede de los juicios. Y los juicios son el arma que utilizo contra mí mismo a fin de mantener el milagro alejado de mi


1. Padre, deseo lo que va en contra de mi voluntad, y no lo que es mi voluntad tener. 2Rectifica mi mente, Padre mío, 3pues está enferma. 4Pero Tú has ofrecido libertad, y yo elijo reclamar Tu regalo hoy. 5Y así, le entrego todo juicio a Aquel que Tú me diste para que juzgara por mí. 6Él ve lo que yo contemplo, sin embargo, conoce la verdad. 7ÉI ve el dolor, mas comprende que no es real, y a la luz de Su entendimiento éste sana. 8Él concede los milagros que mis sueños quieren ocultar de mi conciencia. 9Que sea Él Quien juzgue hoy. 10No conozco mi voluntad, pero Él está seguro de que es la Tuya. 11Y hablará en mi nombre e invocará Tus milagros para que vengan a mí.

2. Escucha hoy. 2Permanece muy quedo, y oye la dulce Voz que habla por Dios asegurarte que Él te ha juzgado como el Hijo que Él ama.

¿Qué me enseña esta lección? 

Me pregunto, cómo podemos ayudarnos a no juzgar, cuando nuestra mente está diseñada para comprender, analizar, dilucidar, escudriñar, reconocer la verdad, aprender…

Desde que nacemos, nos inducen a sacar conclusiones de las experiencias vividas. La educación que recibimos nos condiciona a la hora de lo que debemos y no debemos pensar. Esto es bueno, esto otro es malo. La mente se ve sometida, obligada, a emitir juicios de valores para determinar lo que es bueno, de lo que no lo es. Aquello, que determinamos como malo, lo condenamos, en un intento de expulsarlo de nuestras vidas, no sea que nos contagie.

Hemos aprendido a dar un uso analítico a la mente. Nos han enseñado que hay que juzgar, y cuando lo hacemos, no podemos menos que justificar que nos encontramos separados unos de otros y, haciendo honor a esa creencia, entendemos que es lícito juzgar para protegernos de lo que no nos conviene. Ese es el argumento del ego y el camino que nos conduce a experimentar el dolor, el sufrimiento, el castigo, la ira, el miedo, la venganza, la enfermedad, la muerte.

Si nuestra visión, en cambio, nos hace ver la realidad, nos permitirá construir nuestras vidas con los pilares del Amor y la Unidad. Entonces, sólo entonces, dejaremos de emitir juicios por nuestra cuenta (de separación), pues sería absurdo condenar al otro, cuando ese otro y nosotros formamos una misma unidad.

El milagro tan solo es posible cuando actuamos con amor. Cuando juzgamos por nuestra cuenta, cuando juzgamos desde la separación, ese amor no existe, es por ello, que el juicio es el pensamiento que nos impide gozar del milagro.

Juzgamos, muchas veces, en un intento de corregir nuestros errores. Sin embargo, ese juicio, al estar ausente de amor, nos impide disfrutar del verdadero antídoto contra el error, el milagro. El juicio, nos lleva a sentir culpa, y la culpa, despierta a la bestia del castigo.

Ejemplo-Guía: "¿Entendemos el papel del juicio?

"No juzguéis y no seréis juzgados" lo que quiere decir es que si juzgas la realidad de otros no podrás evitar juzgar la tuya propia. (UCDM)

He elegido este ejemplo-.guía, conocedor de que el tema del "juicio" y del "juzgar" no siempre es bien entendida, y dicha confusión, da lugar a conflictos mentales, pues el hecho de no juzgar, se interpreta como una invitación a no discernir, a no entender, a no comprender, función propia de la mente que ha olvidado la Fuente del Conocimiento.

Sinceramente, yo mismo me he encontrado argumentando en ocasiones que el juicio, en su faceta condenatoria, debe ser evitado. Pero dicha afirmación, es cierta a medias. Si nos quedamos tan solo con la idea que el juicio condenatorio hay que evitarlo por el daño que causamos a los demás, estamos obviando, lo esencial, nos estamos quedando con los efectos de tal acto, cuando la corrección que debe llevarse a cabo es a nivel de la causa, es decir, si vemos la condena del otro, es porque en nuestra mente hay condena. Es a ese nivel donde debe producirse la ausencia de juicio, es decir, debe producirse la visión de la inocencia, de la impecabilidad. Condenar fuera, cuando la realidad es que nos estamos condenando a nosotros mismos, nos lleva al comportamiento errado de la mente.

Ver el mundo que hemos fabricado nos llevará a juzgar, pues juzgar es una función de la mente, la misma que nos ha llevado a "juzgar por nuestra cuenta" y a ver una realidad que es ilusoria: el mundo que percibimos. Por lo tanto, entendiendo que la causa original que ha dado lugar al mundo que percibimos es la mente, será, igualmente desde la mente que deberemos corregir el error, o lo que es lo mismo, será el juicio correcto (mente recta=Espíritu Santo) el que nos permita percibir correctamente.

En este sentido, el juicio debemos entenderlo como la acción que ha de llevarnos a entender, reflexionar, comprender, discernir, meditar, convirtiéndose en el fiel aliado de la conciencia. 

De todos modos, este escenario que estamos describiendo, no podemos olvidadlo, pertenece al mundo del sueño. El juicio ha dado lugar al mundo de la percepción, al mundo de la separación. Si no creyésemos estar separados gozaríamos del Conocimiento, el cual no evalúa. Así lo expresa el Curso:

La decisión de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el proceso en el que se basa la percep­ción, pero no el conocimiento. He hecho referencia a esto ante­riormente al hablar de la naturaleza selectiva de la percepción, y he señalado que la evaluación es obviamente su requisito previo. Los juicios siempre entrañan rechazo. Nunca ponen de relieve solamente los aspectos positivos de lo que juzgan, ya sea en ti o en otros. Lo que se ha percibido y se ha rechazado, o lo que se ha juzgado y se ha determinado que es imperfecto permanece en tu mente porque ha sido percibido. Una de las ilusiones de las que adoleces es la creencia de que los juicios que emites no tienen ningún efecto. Esto no puede ser verdad a menos que también creas que aquello contra lo que has juzgado no existe. Obvia­mente no crees esto, pues, de lo contrario, no lo habrías juzgado. En última instancia, no importa si tus juicios son acertados o no, pues, en cualquier caso, estás depositando tu fe en lo irreal. Esto es inevitable, independientemente del tipo de juicio de que se trate, ya que juzgar implica que abrigas la creencia de que la realidad está a tu disposición para que puedas seleccionar de ella lo que mejor te parezca. 

No tienes idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con tus hermanos o contigo mismo sin emitir juicios de ninguna clase. Cuando reconozcas lo que eres y lo que tus hermanos son, te darás cuenta de que juzgarlos de cualquier forma que sea no tiene sentido. De hecho, pierdes el significado de lo que ellos son precisamente porque los juzgas. Toda incerti­dumbre procede de la creencia de que es imprescindible juzgar. No tienes que juzgar para organizar tu vida, y definitivamente no tienes que hacerlo para organizarte a ti mismo. En presencia del conocimiento todo juicio queda, automáticamente suspendido, y éste es el proceso que le permite al conocimiento reemplazar a la percepción.

Reflexión: Entregar todos nuestros juicios al Espíritu Santo.

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