viernes, 19 de julio de 2024

Capítulo 13. I. Inocencia e invulnerabilidad (2ª parte).

  I. Inocencia e invulnerabilidad (2ª parte). 

6. Cuando hayas aceptado la Expiación, te darás cuenta de que no hay culpabilidad alguna en el Hijo de Dios. 2sólo cuando veas su inocencia podrás entender su unicidad. 3Pues la idea de la culpabilidad da lugar a la creencia de que algunas personas pue­den condenar a otras, como resultado de lo cual, se proyecta sepa­ración en vez de unidad. 4Sólo te puedes condenar a ti mismo, y hacer eso te impide reconocer que eres el Hijo de Dios. 5Has ne­gado la condición de su existencia, que es su perfecta irreprochabilidad. 6El Hijo de Dios fue creado del amor, y mora en el amor. 7La bondad y la misericordia le han acompañado siempre, pues él jamás ha dejado de extender el Amor de su Padre. 

Cuando nos sentimos culpables, lo que realmente estamos haciendo es condenándonos a nosotros mismo. Cuando nos condenamos, estamos admitiendo que creemos en que podemos condenar a otros. La culpa nos muestra que creemos en la separación, pues si en vez de culpa, amásemos, ¿cómo podríamos condenarnos y condenar? 

7. A medida que percibas a los santos compañeros que viajan a tu lado, te darás cuenta de que no hay tal viaje, sino tan sólo un despertar. 2El Hijo de Dios, que nunca ha estado dormido, no ha dejado de tener fe en ti, al igual que tu Padre. 3No hay ningún camino que recorrer ni tiempo en el que hacerlo. 4Pues Dios no espera a Su Hijo en el tiempo ya que jamás ha estado dispuesto a estar sin él. 5Y, por lo tanto, así ha sido siempre. 6Permite que el fulgor de la santidad del Hijo de Dios disipe la nube de culpabili­dad que nubla tu mente, y al aceptar como tuya su pureza, aprende de él que es tuya. 

El Hijo de Dios, es Cristo, y Su Visión, el Amor, nunca ha estado dormida, siempre ha permanecido despierta y en Comunión con Su Padre, en la Eternidad.

Caminar junto a nuestros hermanos siendo conscientes de la Unidad de la Filiación, nos permitirá gozar de la Visión Crística, cuya Luz disipará la nube de culpabilidad que nubla nuestra mente. 

8. Eres invulnerable porque estás libre de toda culpa. 2Sólo me­diante la culpabilidad puedes aferrarte al pasado. 3Pues la culpa­bilidad determina que serás castigado por lo que has hecho, y, por lo tanto, depende del tiempo unidimensional, que comienza en el pasado y se extiende hasta el futuro. 4Nadie que crea esto puede entender lo que significa "siempre", y de este modo la culpabilidad le impide apreciar la eternidad. 5Eres inmortal por­que eres eterno, y "siempre" no puede sino ser ahora. 6La culpa­bilidad, pues, es una forma de conservar el pasado y el futuro en tu mente para asegurar de este modo la continuidad del ego. 7Pues si se castiga el pasado, la continuidad del ego queda garan­tizada. 8La garantía de tu continuidad, no obstante, emana de Dios, no del ego. 9Y la inmortalidad es lo opuesto al tiempo, pues el tiempo pasa, mientras que la inmortalidad es constante. 

Este mensaje toca al corazón y no podemos evitar exclamar ¡Guau! Qué maravilla y cuánta sabiduría expresan esas palabras. Es tan obvio, que avergüenza que nuestra conciencia no clame de júbilo a esta invitación a despertar de su letargo sueño. En el ahora, en el siempre, en la eternidad, siempre permaneceremos invulnerables a la culpa. Si elegimos cualquier otro tiempo, estaremos apostando por lo que no existe y, encima, apostamos por revivir el sentimiento de culpa, o lo que es lo mismo, eligiendo ver el pasado, en el ahora, estamos eligiendo condenarnos.

Ningún estado pasado puede aportarnos paz, pues lo que no está, lo que no es real, no es nada, y, ¿puede la nada aportar paz? 

9. Aceptar la Expiación te enseña lo que es la inmortalidad, pues al aceptar que estás libre de culpa te das cuenta de que el pasado nunca existió, y, por lo tanto, de que el futuro es innecesario y de que nunca tendrá lugar. 2En el tiempo, el futuro siempre se asocia con expiar, y sólo la culpabilidad podría producir la sensación de que expiar es necesario. 3Aceptar como tuya la inocencia del Hijo de Dios es, por lo tanto, la forma en que Dios te recuerda a Su Hijo, y lo que éste es en verdad. 4Pues Dios nunca ha condenado a Su Hijo, que al ser inocente es también eterno. 

Haz de tu presente, tu existencia real, y de esta manera gozarás de inmortalidad. Haz de tu presente, el pasado, y de esta manera harás real la muerte. 

10. No puedes desvanecer la culpabilidad otorgándole primero realidad, y luego expiando por ella. 2Ése es el plan que el ego propone en lugar de simplemente desvanecerla. 3El ego cree en la expiación por medio del ataque, al estar completamente compro­metido con la noción demente de que el ataque es la salvación. 4Y tú, que en tanta estima tienes a la culpabilidad, debes también creer eso, pues, ¿de qué otra manera, salvo identificándote con el ego, podrías tener en tanta estima lo que no deseas? 

El sacrificio, el autocastigo, el dolor, el sufrimiento, son los fieles aliados que acompañan a la culpa, y se presentan como las vías de salvación como pago justo por los pecados cometidos.

El ego no quiera cargar con el peso de la culpa y ello le lleva a proyectarla fuera, viendo el pecado en los demás, los juzga y los condena. Su veredicto siempre será el de la culpa y su sentencia redentora le lleva a imponer castigos cuyos efectos aportarán la falta de libertad, el miedo, el sufrimiento, el dolor, la enfermedad y un largo etc.

11. El ego te enseña a que te ataques a ti mismo porque eres culpa­ble, lo cual no puede sino aumentar tu culpabilidad, pues la cul­pabilidad es el resultado del ataque. 2De acuerdo con las ense­ñanzas del ego, por lo tanto, es imposible escaparse de la culpabilidad. 3Pues el ataque le confiere realidad, y, si la culpabi­lidad es real, no hay manera de superarla. 4El Espíritu Santo sen­cillamente la desvanece mediante el sereno reconocimiento de que nunca ha existido. 5Al contemplar la inocencia del Hijo de Dios, sabe que eso es la verdad: 6Y al ser la verdad con respecto a ti, no puedes atacarte a ti mismo, pues sin culpabilidad el ataque es imposible. 7Tú estás, por lo tanto, a salvo, ya que el Hijo de Dios es inocente. 8Y al ser completamente puro, eres invulnera­ble. 

Debemos entregar al Espíritu Santo, nuestra visión del pasado, nuestras creencias en el pecado y en la culpa, en la separación y el miedo. La Expiación corregirá esas creencias y nos llevará a visionar una nueva realidad, en la que el amor sustituirá al miedo, y donde la invulnerabilidad nos permitirá recuperar la inocencia y la pureza.

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