martes, 13 de agosto de 2024

Capítulo 13. IX. La nube de culpabilidad (2ª parte).

  IX. La nube de culpabilidad (2ª parte).

5. No lo condenes por su culpabilidad, pues su culpabilidad reside en el pensamiento secreto de que él te ha hecho lo mismo a ti. 2¿Le enseñarías entonces que su desvarío, es real? 3La idea de que el inocente Hijo de Dios puede atacarse a sí mismo y decla­rarse culpable es una locura. 4No creas esto de nadie, en ninguna forma, 5pues la condenación y el pecado son lo mismo, y creer en uno es tener fe en el otro, lo cual invita al castigo en lugar de al amor. 6Nada puede justificar la demencia, y pedir que se te casti­gue no puede sino ser una locura.

Preferimos proyectar nuestro error en los demás, antes que aceptar nuestra creencia en él. No soportamos que los demás, nos recuerden nuestros errores, y qué hacemos para evitarlo, proyectar nuestra censura en los demás.

Si aceptamos nuestros errores, nos sentiremos culpables, pues en lo más profundo de nosotros mismos sigue existiendo el deseo de ser perfectos, impecables, pero eso no lo puede reconocer el ego, por lo que se inventa un sistema de protección, el ataque. De este modo preferimos culpar para no ser culpados, cuando en realidad lo que estamos haciendo es reconocer, inconscientemente, que nos hemos atacados en un deseo de protegernos del dolor insoportable de nuestra propia culpa.

No deseamos sentirnos culpables, y la mejor manera de evitarlo, es proyectando nuestra culpabilidad en los demás. De este modo, y dado que todos actuamos el demente sistema de pensamiento del ego, la condena y la culpa se convierte en nuestra moneda de intercambio, hasta que nuestra consciencia despierte de esa pesadilla y diga ¡basta!. A partir de ese momento, dejaremos de condenarnos y de sentirnos culpables. El perdón ocupa ahora el pensamiento erróneo de la culpa, de la separación, y nos inspirará el único deseo de experimentar la paz.

6. Por consiguiente, no consideres a nadie culpable y te estarás afirmando a ti mismo la verdad de tu inocencia. 2Cada vez que condenas al Hijo de Dios te convences a ti mismo de tu propia culpabilidad. 3Si quieres que el Espíritu Santo te libere de ella, acepta Su oferta de Expiación para todos tus hermanos. 4Pues así es como aprendes que es verdad para ti. 5Nunca te olvides de que es imposible condenar al Hijo de Dios parcialmente. 6Los que consideras culpables se convierten en los testigos de tu culpabilidad, y es en ti donde la verás, pues estará ahí hasta que sea des-hecha. 7La culpabilidad se encuentra siempre en tu mente, la cual se ha condenado a sí misma. 8No sigas proyectando culpabilidad, pues mientras lo hagas no podrá ser deshecha. 9Cada vez que liberas a un hermano de su culpabilidad, grande es el júbilo en el Cielo, donde los testigos de tu paternidad se regocijan.

Si te preguntas, cómo saber si tu mente aún se está condenando, lo sabrás gracias a tus hermanos, pues serán ellos, los que dejarán de defenderse de tus ataques, pues en verdad habrás dejado de atacar, en una proyección de tu propia culpa. Es un pacto de amor, en el que cada uno de los hijos de la Filiación, asume su papel para ayudar a los demás a despertar.

Sabremos que estamos libres de culpa, cuando dejemos de condenar a los demás.

7. La culpabilidad te ciega, pues no podrás ver la luz mientras sigas viendo una sola mancha de culpabilidad dentro de ti. 2Y al proyectarla, el mundo te parecerá tenebroso y estar envuelto en ella. 3Arrojas un oscuro velo sobre él, y así no lo puedes ver porque no puedes mirar en tu interior. 4Tienes miedo de lo que verías, pero lo que temes ver no está ahí. 5Aquello de lo que tienes miedo ha desaparecido. 6Si mirases en tu interior, verías solamente la Expiación, resplandeciendo serenamente y en paz sobre el altar a tu Padre.

Este punto pone de relevancia, la importancia de mirar en nuestro interior. No solemos hacerlo. Preferimos proyectar hacia el exterior aquello que nuestra mente cree, lo que hará que juzguemos fuera todo aquello con lo que nos identificamos. Nos decimos que nuestro modo de ver las cosas está condicionado por lo que percibimos fuera de nosotros. Pero esto es un error. Las cosas, simplemente, son. Pero nosotros las interpretamos, desde nuestro nivel de comprensión. Le aportamos un significado y le damos una identidad. Pero esa interpretación es la nuestra propia, pues, otras interpretaciones, también serán posibles.

8. No tengas miedo de mirar en tu interior. 2El ego te dice que lo único que hay dentro de ti es la negrura de la culpabilidad, y te exhorta a que no mires. 3En lugar de eso, te insta a que contemples a tus hermanos y veas la culpabilidad en ellos. 4Mas no puedes hacer eso sin condenarte a seguir estando ciego, 5pues aquellos que ven sus hermanos en las tinieblas, y los declaran culpables en las tinieblas en las que los envuelven, tienen demasiado miedo de mirar a la luz interna. 6Dentro de ti no se encuentra lo que crees que está ahí, y en lo que has depositado tu fe. 7Dentro de ti está la santa señal de la perfecta fe que tu Padre tiene en ti. 8Tu Padre no te evalúa como tú te evalúas a ti mismo. 9Él se conoce a Sí Mismo, y conoce la verdad que mora en ti. 10Sabe que no hay diferencia alguna entre Él y dicha verdad, pues Él no sabe de diferencias.

¿Puedes acaso ver culpabilidad allí donde Dios sabe que hay perfecta inocencia? 12Puedes negar Su conocimiento, pero no lo puedes alterar. 13Contempla, pues, la luz que Él puso dentro de ti, y date cuenta de que lo que temías encontrar ahí, ha sido reempla­zado por el amor.

La invitación que nos hace el Espíritu Santo, a través de la Expiación, es a corregir el error y a despertar a la verdad. Este punto nos indica que debemos mirar en nuestro interior, pues de este modo, podremos descubrir que la fuente de la luz se encuentra allí donde Dios la puso, en nuestra mente, misma que compartimos con Él. Esa luz, que es amor, nos revelará nuestra verdadera identidad. Dejaremos de percibirnos como seres separados, y descubriremos que la luz y el amor, nos une a todos los Hijos de Dios.

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