LECCIÓN 344
Hoy aprendo la ley del amor: que lo que le doy a mi hermano es el regalo que me hago a mí mismo.
1. Ésa es Tu ley, Padre mío, no la mía. 2Al no comprender lo que significaba dar, procuré quedarme con lo que deseaba sólo para mí. 3Y cuando contemplé el tesoro que creía tener, encontré un lugar vacío en el que nunca hubo nada, en el que no hay nada ahora y en el que nada habrá jamás. 4¿Quién puede compartir un sueño? 5¿Y qué puede ofrecerme una ilusión? 6Pero aquel a quien perdone me agasajará con regalos mucho más valiosos que cualquier cosa que haya en la tierra. 7Permite que mis hermanos redimidos llenen mis arcas con los tesoros del Cielo, que son los únicos que son reales. 8Así se cumple la ley del amor. 9Y así es como Tu Hijo se eleva y regresa a Ti.
2. ¡Qué cerca nos encontramos unos de otros en nuestro camino hacia Dios! 2¡Qué cerca está Él de nosotros! 3¡Qué cerca el final del sueño del pecado y la redención del Hijo de Dios!
¿Qué me enseña esta lección?
Cuando el Hijo de Dios eligió hacer uso de los Atributos Divinos con los que había sido creado, y dirigió su atención al mundo exterior y tridimensional, abrió una nueva vía de aprendizaje. Sustituyó la vía directa del Conocimiento por la percepción.
La Unidad con Dios nos "alimentaba" y no sentíamos necesidad, pues su alimento era eterno.
La identificación con el mundo de la percepción, con el mundo material, nos llevó a buscar el "alimento" por nosotros mismos (ganar el pan con el sudor de la frente), pero ese alimento, al estar regido por las leyes de la temporalidad, no nos saciaba permanentemente, lo que nos llevaba a tener que recolectar nuevos alimentos. El término "alimento" debemos entenderlo metafóricamente, pues en el nivel de la creación el cuerpo no existe, por lo que dicho término está haciendo referencia al "Conocimiento", la vía directa de comunicación con Dios. Desde esta visión, la frase "ganar el pan con el sudor de la frente" significa que hemos sustituido la verdad por la ilusión y que nuestro sistema de pensamiento se pone al servicio del deseo de ser especial la naturaleza del ego, el cual es el efecto de la creencia en la separación.
Esa dinámica generó un sentimiento de pertenencia. El fruto de mi trabajo me pertenece y es parte de mi identidad; tanto es así que llegamos a creer que somos lo que poseemos: un cuerpo, un hogar, una familia, comida, poder; pertenencias e ídolos a los que otorgamos gran valor.
Con la idea de pertenencia nació uno de los errores que más perjudica a la consciencia: pensar que al dar, se pierde.
La naturaleza del Hijo de Dios es dar y expandirse. Esa es la herencia que le ha sido otorgada por su Creador, ya que es la manifestación de la Mente divina. Así, al dar, cumplimos la Voluntad de nuestro Padre y creamos. En cambio, cuando nos aferramos a poseer para no perder, vamos en contra del orden universal, y lo que protegemos con tanto empeño termina convirtiéndose en un obstáculo para el crecimiento de nuestra consciencia.
Despertar a la conciencia de lo que realmente somos nos lleva, inevitablemente, a ver la Unidad. Desde esta perspectiva entendemos que al dar a los demás, en realidad, nos estamos dando a nosotros mismos.
Ejemplo-Guía: "La práctica de dar sin perder".
Solo con la teoría no se aprende ni se experimenta. El aprendizaje se completa al tomar conciencia, y para eso, ¿qué mejor uso podemos darle a este mundo que convertirlo en un laboratorio donde hacer tangibles nuestros descubrimientos?
Quizá nos cueste aceptar lo que plantea esta lección y no estemos seguros de que dar sea lo mismo que recibir. Para respaldar nuestras dudas, pensamos que cuando damos lo que tenemos, lo perdemos, a menos que pongamos como condición que nos sea devuelto. Llegados a este punto de reflexión, me pregunto: ¿he tenido alguna experiencia en la que haya dado desde el corazón sin recibir nada a cambio? La verdad es que no encuentro respuesta, pues no recuerdo haber dado con esa entrega incondicional. Siempre he dado con condiciones, ya que es la ley que rige este mundo, o al menos así me lo enseñaron.
Puedo ofrecer una visión distinta mientras continúo buscando en mi vida aquellos aspectos en los que lo que doy no dependa de recibir algo a cambio. En esta ocasión, he encontrado una experiencia que puedo compartir con todos vosotros, con el único propósito de aportar mi perspectiva sobre el tema que estamos analizando.
Desde hace años me dedico a difundir el conocimiento, compartiendo de forma altruista lo que voy aprendiendo, tanto en teoría como en práctica. Lo hago por elección y con la firme convicción de que es la manera en que debe ser.
No entro en otras valoraciones sobre si es la mejor manera de hacerlo o si podría hacerlo de otra forma. Lo hago como me nace del corazón y eso me hace feliz. Doy sin esperar nada a cambio (aunque al principio, sin darme cuenta, buscaba reconocimiento). Cuando comparto, como en este momento, sé que solo soy un canal, un instrumento, un mensajero. Muchas veces tengo que releer lo que he escrito, porque no era consciente del mensaje que estaba transmitiendo. Para mí, compartir es un acto de expansión personal, y cuando lo hago, tengo claro que lo hago para mí mismo; en esa visión, veo el rostro de Cristo en mis hermanos. ¿Puedo acaso pedir más de lo que ya estoy recibiendo?
Estoy seguro de que todos tenemos nuestros propios dones y talentos. Si cada uno los desarrollara al máximo, el mundo se beneficiaría de todo lo que podemos aportar. ¿Se imaginan un mundo así? Podemos empezar por nuestro interior, dejando de dar valor al sacrificio y el sufrimiento, y apostando por lo que amamos, siempre desde el amor.
Reflexión: Tan solo aquello que damos desde el amor perdurará eternamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario