jueves, 7 de diciembre de 2023

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 341

¿Qué es un milagro?

1. Un milagro es una corrección. 2No crea, ni cambia realmente nada en absoluto. 3Simplemente contempla la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es falso. 4Corrige el error, mas no intenta ir más allá de la percepción, ni exceder la función del perdón. 5Se mantiene, por lo tanto, dentro de los límites del tiempo. 6No obstante, allana el camino para el retorno de la intem­poralidad y para el despertar del amor, pues el miedo no puede sino desvanecerse ante el benevolente remedio que el milagro trae consigo.

2. En el milagro reside el don de la gracia, pues se da y se recibe como uno. 2Y así, nos da un ejemplo de lo que es la ley de la verdad, que el mundo no acata porque no la entiende. 3El mila­gro invierte la percepción que antes estaba al revés, y de esa manera pone fin a las extrañas distorsiones que ésta manifestaba. 4Ahora la percepción se ha vuelto receptiva a la verdad. 5Ahora puede verse que el perdón está justificado.

3. El perdón es la morada de los milagros. 2Los ojos de Cristo se los ofrecen a todos los que Él contempla con misericordia y con amor. 3La percepción queda corregida ante Su vista, y aquello cuyo propósito era maldecir tiene ahora el de bendecir. 4Cada azucena de perdón le ofrece al mundo el silencioso milagro del amor. 5Y cada una de ellas se deposita ante la Palabra de Dios, en el altar universal al Creador y a la creación, a la luz de la perfecta pureza y de la dicha infinita.

4. Al principio el milagro se acepta mediante la fe, porque pedirlo implica que la mente está ahora lista para concebir aquello que no puede ver ni entender. 2No obstante, la fe convocará a sus testigos para demostrar que aquello en lo que se basa realmente existe. 3Y así, el milagro justificará tu fe en él, y probará que esa fe descan­saba sobre un mundo más real que el que antes veías: un mundo que ha sido redimido de lo que tú pensabas que se encontraba allí.

5. Los milagros son como gotas de lluvia regeneradora que caen del Cielo sobre un mundo árido y polvoriento, al cual criaturas hambrientas y sedientas vienen a morir. 2Ahora tienen agua. 3Ahora el mundo está lleno de verdor. 4Y brotan por doquier señales de vida para demostrar que lo que nace jamás puede morir, pues lo que tiene vida es inmortal.



LECCIÓN 341

Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a salvo.


1. Padre, Tu Hijo es santo. 2Yo soy aquel a quien sonríes con un amor y con una ternura tan entrañable, profunda y serena que el universo te devuelve la sonrisa y comparte Tu Santidad. 3Cuán puros y santos somos y cuán a salvo nos encontramos nosotros que moramos en Tu Sonrisa, y en quienes has volcado todo Tu Amor; nosotros que vivimos unidos a Ti, en completa hermandad y Paternidad, y en inocencia tan perfecta que el Señor de la Inocencia nos concibe como Su Hijo: un universo de Pensa­miento que le brinda Su plenitud.

2. No ataquemos, pues, nuestra impecabilidad, ya que en ella se encuentra la Palabra que Dios nos ha dado. 2Y en su benévolo reflejo nos salvamos.


¿Qué me enseña esta lección?

Trato de imaginar, cómo se produciría el acto que llevó al Hijo de Dios a sentirse un transgresor de la Voluntad de su Padre.

Estoy seguro que mi mente no logrará alcanzar el Conocimiento que acompañó tal instante, y estoy convencido, que cualquier teoría al respecto, tan sólo tergiversaría la verdad. Pero, tengo la intuición, que los patrones cósmicos y los patrones humanos siguen un patrón de igualdad y de analogía. Ya lo dijo, Hermes Trimegisto: "Como arriba es abajo y viceversa”.

Por lo tanto me voy  atrever   a imaginar que aquella situación encuentra una semejanza en el comportamiento que observamos en la relación padre e hijo, a niveles humanos.

Cuando la criatura se encuentra en el vientre materno, podemos decir que forma una unidad con su creador. Cuando nace, aún podemos descubrir que a pesar de su individualidad, su comportamiento responde a la influencia de los padres. Se alimenta, exclusivamente, de su creador. 

Pero alcanzada una edad, la adolescencia, el hijo despierta su naturaleza de deseos -emocional-  y comienza a tener iniciativas que no responden a los patrones comunicados por sus padres. Podemos decir, que el niño se independiza mental y emocionalmente de sus progenitores. Ese proceso de la evolución de la conciencia del hijo le sitúa en un estado de "separación" ilusoria con respecto a sus padres.

El Hijo de Dios, ha interpretado el acto de expandir su mente, como un acto pecaminoso, lo que le ha llevado a creer que ha perdido su inocencia, su condición de pureza divina. Es como si el niño, al alcanzar la edad de la adolescencia, interpretase que, por el hecho de poder crear, es un ser pecaminoso y se siente culpable de tal hecho.

Se trata de una interpretación errónea, de un juicio condenatorio que ha condicionado el estado anímico del Hijo de Dios.

El mundo físico, se ha convertido en la puerta que nos ha llevado a la creencia errónea de la "perdición". Será a través de esa misma puerta, que debemos recuperar nuestra inocencia y nuestra impecabilidad. El perdón es la llave que ha de abrirnos esa puerta. Cuando la crucemos, estaremos de nuevo en nuestro verdadero Hogar, en la tierra paradisíaca del Amor.


Ejemplo-Guía: "¿Qué peligro puede asaltar al que es completamente inocente?

¿Qué puede atacar al que está libre de culpa? ¿Qué temor podría venir a perturbar la paz de la impecabilidad misma?

En la introducción de esta hermosa Lección, podemos leer, que un milagro es una corrección. El milagro corrige el error. El error original es lo que llamamos "pecado" y lo que nos lleva a creer que somos pecadores. Hemos tenido ocasión de hablar en más de una ocasión lo que significa la falsa interpretación que hemos hecho del acto transgresor que la Biblia recoge en el sagrado Libro del Génesis.

La creencia en haber desobedecido a nuestro Padre y su posterior consecuencia, con la expulsión del Paraíso Terrenal, nos hace merecedores de tal castigo. Consecuencia ésta, que forma parte de nuestra genética y que se encuentra inscrita en el inconsciente colectivo de la humanidad como la gran culpa que hay que redimir a base de sufrimiento y dolor.

El milagro viene a corregir esa causa errónea que fluye desde nuestra mente errada. El milagro, nos permitirá recordar nuestro verdadero estado espiritual, la inocencia y la impecabilidad.

El Curso nos dice:
¿No te das cuenta de que lo opuesto a la flaqueza y a la debili­dad es la impecabilidad*? La inocencia es fuerza, y nada más lo es. Los que están libres de pecado no pueden temer, pues el pecado, de la clase que sea, implica debilidad. La demostración de fuerza de la que el ataque se quiere valer para encubrir la fla­queza no logra ocultarla, pues, ¿cómo se iba a poder ocultar lo que no es real? Nadie que tenga un enemigo es fuerte, y nadie puede atacar a menos que crea tener un enemigo. Creer en enemigos es, por lo tanto, creer en la debilidad, y lo que es débil no es la Volun­tad de Dios. Y al oponerse a ésta, es el "enemigo" de Dios. Y así, se teme a Dios, al considerársele una voluntad contraria.
¡Qué extraña se vuelve en verdad esta guerra contra ti mismo! No podrás sino creer que todo aquello de lo que te vales para los fines del pecado puede herirte y convertirse en tu enemigo. Y lucharás contra ello y tratarás de debilitarlo por esa razón, y cre­yendo haberlo logrado, atacarás de nuevo. Es tan seguro que tendrás miedo de lo que atacas como que amarás lo que percibes libre de pecado. Todo aquel que recorre con inocencia el camino que el amor le muestra, camina en paz. Pues el amor camina a su lado, resguardándolo del miedo. Y lo único que ve son seres inocentes, incapaces de atacar.
Cuanta hermosura en estas palabras.¿Te imaginas poder vivir con la mente limpia de pecado, con la mente limpia de ataque, de odio, de miedo? ¡Cuanta paz!

Sigamos hablando de la impecabilidad. En esta ocasión, traigo a la memoria, el apartado V, del Capítulo 25 del Curso, titulado "El estado de impecabilidad":

1. El estado de impecabilidad es simplemente esto: todo deseo de atacar ha desaparecido, de modo que no hay razón para percibir al Hijo de Dios de ninguna otra forma excepto como es. 2La nece­sidad de que haya culpabilidad ha desaparecido porque ya no tiene propósito, y sin el objetivo de pecado no tiene sentido. 3El ataque y el pecado son una misma ilusión, pues cada uno es la causa, el objetivo y la justificación del otro. 4Por su cuenta nin­guno de los dos tiene sentido, si bien parece derivar sentido del otro. 5Cada uno depende del otro para conferirle el significado que parece tener. 6Y nadie podría creer en uno de ellos a menos que el otro fuese verdad, pues cada uno de ellos da fe de que el otro tiene que ser cierto.

2. El ataque convierte a Cristo en tu enemigo y a Dios junto con Él. 2¿Cómo no ibas a estar atemorizado con semejantes "enemi­gos"? 3¿Y cómo no ibas a tener miedo de ti mismo? 4Pues te has hecho daño, y has hecho de tu Ser tu "enemigo". 5Y ahora no puedes sino creer que tú no eres tú, sino algo ajeno a ti mismo, "algo distinto", "algo" que hay que temer en vez de amar. 6¿Quién atacaría lo que percibe como completamente inocente? 7¿Y quién que desease atacar, podría dejar de sentirse culpable por abrigar ese deseo, aunque anhelase la inocencia? 8Pues, ¿quién podría considerar al Hijo de Dios inocente y al mismo tiempo desear su muerte? 9Cada vez que contemplas a tu hermano, Cristo se halla ante ti. 10Él no se ha marchado porque tus ojos estén cerrados. 11Mas ¿qué podrías ver si buscas a tu Salvador y lo contemplas con ojos que no ven?

3. No es a Cristo a quien contemplas cuando miras de esa manera. 2A quien ves es al "enemigo", a quien confundes con Cristo. 3Y lo odias porque no puedes ver en él pecado alguno. 4Tampoco oyes su llamada suplicante, cuyo contenido no cambia sea cual sea la forma en que la llamada se haga, rogándote que te unas a él en inocencia y en paz. 5Sin embargo, tras los insensatos alaridos del ego, tal es la llamada que Dios le ha encomendado que te haga, a fin de que puedas oír en él Su Llamada a ti, y la contestes devol­viéndole a Dios lo que es Suyo.

4. El Hijo de Dios sólo te pide esto: que le devuelvas lo que es suyo, para que así puedas participar de ello con él. 2Por separado ni tú ni él lo tenéis. 3Y así, no os sirve de nada a ninguno de los dos. 4Pero si disponéis de ello juntos, os proporcionará a cada uno de vosotros la misma fuerza para salvar al otro y para salvarse a sí mismo junto con él. 5Si lo perdonas, tu salvador te ofrece salva­ción. 6Si lo condenas, te ofrece la muerte. 7Lo único que ves en cada hermano es el reflejo de lo que elegiste que él fuese para ti. 8Si decides contra su verdadera función -la única que tiene en realidad- lo estás privando de toda la alegría que habría encon­trado de haber podido desempeñar el papel que Dios le encomendó. 9Pero no pienses que sólo él pierde el Cielo. 10Y éste no se puede recuperar a menos que le muestres el camino a través de ti, para que así tú puedas encontrarlo, caminando con él.

5. Su salvación no supone ningún sacrificio para ti, pues me­diante su libertad tú obtienes la tuya. 2Permitir que su función se realice es lo que permite que se realice la tuya. 3Y así, caminas en dirección al Cielo o al infierno, pero no solo. 4¡Cuán bella será su impecabilidad cuando la percibas! 5¡Y cuán grande tu alegría cuando él sea libre para ofrecerte el don de la visión que Dios le dio para ti! 6Él no tiene otra necesidad que ésta: que le permitas completar la tarea que Dios le encomendó. 7Recuerda única­mente esto: que lo que él hace tú lo haces junto con él. 8Y tal como lo consideres, así definirás su función con respecto a ti hasta que lo veas de otra manera y dejes que él sea para ti lo que Dios dispuso que fuese.

6. Frente al odio que el Hijo de Dios pueda tener contra sí mismo, se encuentra la creencia de que Dios es impotente para salvar lo que Él creó del dolor del infierno. 2Pero en el amor que él se muestra a sí mismo, Dios es liberado para que se haga Su Volun­tad. 3Ves en tu hermano la imagen de lo que crees es la Voluntad de Dios para ti. 4Al perdonar entenderás cuánto te ama Dios, pero si atacas creerás que te odia, al pensar que el Cielo es el infierno. 5Mira a tu hermano otra vez, pero con el entendimiento de que él es el camino al Cielo o al infierno, según lo percibas. 6Y no te olvides de esto: el papel que le adjudiques se te adjudicará a ti, y por el camino que le señales caminarás tú también porque ése es tu juicio acerca de ti mismo.
Reflexión: Cuando atacamos a los demás, en verdad estamos atacando nuestra impecabilidad. 

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