miércoles, 17 de septiembre de 2025

Capítulo 23. IV. Por encima del campo de batalla (2ª parte).

IV. Por encima del campo de batalla (2ª parte).

3. Dios no comparte Su función con un cuerpo. 2El le encomendó a Su Hijo la función de crear porque es la Suya Propia. 3Creer que la función del Hijo es asesinar no es un pecado, pero sí es una locura. 4Lo que es lo mismo no puede tener una función dife­rente. 5La creación es el medio por el que Dios se extiende a Sí Mismo, y lo que es Suyo no puede sino ser de Su Hijo también. 6Pues, o bien el Padre y el Hijo son asesinos, o bien ninguno de los dos lo es. 7La vida no crea a la muerte, puesto que sólo puede crear a semejanza propia.

Desde el punto de vista del sistema de pensamiento del ego, que, como sabemos, está basado en la percepción, el cuerpo se identifica como lo que somos; dicho de otro modo, el cuerpo es nuestra identidad. Siguiendo el hilo de ese razonamiento, si somos un cuerpo, lo que experimentemos a través de él debe llevar el mismo sello de identidad; esto es, debe ser perceptible. Esta manera de ver las cosas nos lleva a negar todo aquello que no sea percibido por los cinco sentidos físicos. Podríamos decir que el cuerpo da valor a la forma desechando el contenido.

¿Y si no fuésemos un cuerpo? ¿Y si en realidad nuestra identidad verdadera es espiritual? Si ello fuese así, nuestras experiencias no procederían del mundo de la forma, sino del mundo del contenido, lo que significaría que dichas experiencias serían el fruto de nuestras creaciones, del uso que hagamos de la esencia con la que hemos sido creados. Esa esencia es el amor.  La experiencia de crear, podemos llamarla experimentar a Cristo en nuestro Ser.

Lo que procede del cuerpo-percepción no nos aporta esa experiencia crística dado que la causa de la percepción procede de la creencia errónea en la separación. 

4. La hermosa luz de tu relación es como el Amor de Dios. 2Mas aún no puede asumir la sagrada función que Dios le encomendó a Su Hijo, puesto que todavía no has perdonado a tu hermano com­pletamente, y, por ende, el perdón no se puede extender a toda la creación. 3Toda forma de asesinato y ataque que todavía te atraiga y que aún no hayas reconocido como lo que realmente es, limita la curación y los milagros que tienes el poder de extender a todo el mundo. 4Aun así, el Espíritu Santo sabe cómo multiplicar tus pequeñas ofrendas y hacerlas poderosas. 5Sabe también cómo ele­var tu relación por encima del campo de batalla para que ya no se encuentre más en él. 6Esto es lo único que tienes que hacer: reco­nocer que cualquier forma de asesinato no es tu voluntad. Tu propósito ahora es pasar por alto el campo de batalla.

La vida no puede crear a la muerte; tan sólo puede crear a semejanza propia. La afirmación de Jesús nos da la clave para que nuestra experiencia en el mundo de la forma, del sueño, nos resulte fácil identificarlo como una ilusión. 

El ego utilizará su amplio arsenal de armas para defender su sistema de pensamiento y para ganar nuestra fidelidad a él. Sin embargo, si utilizamos la razón que nos ofrece la guía del Espíritu Santo y reflexionamos sobre los regalos que nos ofrece este mundo demente en el que el fin último es alcanzar la muerte, llegamos a plantearnos la siguiente pregunta: ¿cómo puedo elegir un mundo de muerte a uno de vida?

Todo comenzó con un pensamiento erróneo al que llamamos pecado y que nos hizo olvidar nuestra impecabilidad e inocencia. 

El error se corrige con la rectitud, pero el pecado se perpetúa con la culpa. El perdón es el antídoto que nos abre las puertas de la salvación. Si nuestra mente se pone al servicio del Espíritu Santo e invocamos la Expiación, nuestra percepción será corregida y recordaremos nuestra verdadera identidad y nuestra unidad con la Filiación.

5. Elévate, y desde un lugar más alto, contémplalo. 2Desde ahí tu perspectiva será muy diferente. 3Aquí, en medio de él, cierta­mente parece real. 4Aquí has elegido ser parte de él. 5Aquí tu elección es asesinar. 6Mas desde lo alto eliges los milagros en vez del asesinato. 7Y la perspectiva que procede de esta elección te muestra que la batalla no es real y que es fácil escaparse de ella. 8Los cuerpos pueden batallar, pero el choque entre formas no significa nada. 9Y éste cesa cuando te das cuenta de que nunca tuvo comienzo. 10¿Cómo ibas a poder percibir una batalla como inexistente si participas en ella? 11¿Cómo ibas a poder reconocer la verdad de los milagros si el asesinato es tu elección?

El pecado y la culpa se convierten en nuestro campo de batalla. Somos adictos a pensar que Dios se siente engañado por nuestro acto pecador y que, en justicia, se vengó de nosotros expulsándonos del paraíso terrenal donde gozábamos de su protección y grandeza.

La percepción del cuerpo favorece la creencia en la separación y en los peligros que esa visión nos aporta desde el punto de vista de la seguridad personal. El deseo de ser especial gobierna nuestro sistema de creencias y nuestra vida se convierte en una permanente lucha para garantizar que nadie nos puede arrebatar lo que poseemos, pues lo que tenemos es lo que somos.

La elevación a lo más alto es la metáfora que utiliza Jesús para invitarnos a ir más allá de la percepción del mundo físico y verlo desde la visión superior, desde la visión espiritual, desde la visión crística de la unidad. Elevarnos significa ir más allá de lo mundano con el propósito de alcanzar el Cielo. Dicho de otro modo, ir más allá de la creencia en la separación para fundirnos en la verdad de la unidad que gobierna el Cielo.

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