martes, 16 de septiembre de 2025

Capítulo 23. IV. Por encima del campo de batalla (1ª parte).

IV. Por encima del campo de batalla (1ª parte).

1. No sigas estando en conflicto, pues sin ataque no puede haber guerra. 2Tenerle miedo a Dios es tenerle miedo a la vida, no a la muerte. 3Sin embargo, Dios sigue siendo el único refugio. 4En Él no hay ataques, ni el Cielo se ve acechado por ninguna clase de ilusión. 5El Cielo es completamente real. 6En él las diferencias no tienen cabida, y lo que es lo mismo no puede estar en conflicto. 7No se te pide que luches contra tu deseo de asesinar. 8Pero sí se te pide que te des cuenta de que las formas que dicho deseo adopta encubren la intención del mismo. 9Y es eso lo que te asusta, no la forma que adopta. 10Lo que no es amor es asesinato. 11Lo que no es amoroso no puede sino ser un ataque. 12Toda ilusión es un asalto contra la verdad y cada una de ellas es una agresión contra la idea del amor porque éste parece ser tan verdadero como ellas.


El miedo es la consecuencia de creer que somos pecadores. Dicha creencia supone elegir que estamos separados de nuestro creador y que nuestra desobediencia ha despertado el aspecto vengativo de Él. Ese pensamiento arrogante ha llevado al Hijo a interpretar de forma imaginaria lo que nunca sucedió. Seducido por el deseo de ser especial, su conciencia se hace sensible a una dimensión donde no imperan las leyes del Cielo, esto es, donde el amor es sustituido por el deseo, por el egoísmo y por el miedo.

Imaginar que podemos ser diferentes a Dios es el pensamiento arrogante que nos lleva a la creencia en la separación. Imaginar que nuestra decisión de satisfacer el deseo de ser especial nos convierte en pecadores despierta en nosotros la ilusión de que nuestro Amoroso Padre deja de serlo y se convierte en un Padre vengativo. Esa falsa creencia es la causa de que el miedo sustituya al Amor. Ese es el pensamiento origen que da lugar al conflicto, a la división.

Una mente dividida tan sólo puede ver división y ataque. La salvación requiere la Expiación de ese error, de modo que aquello que se consideró pecado nunca ocurrió y que el perdón debe sustituir el rencor y el odio que sentimos por Dios, al que hemos considerado el agresor que propició la expulsión del Paraíso Terrenal.

2. Mas ¿qué puede ser igual a la verdad y sin embargo diferente? 2El asesinato y el amor son incompatibles. 3Si ambos fuesen cier­tos, tendrían entonces que ser lo mismo e indistinguibles el uno del otro. 4Y así deben serlo para aquellos que ven al Hijo de Dios como un cuerpo. 5Pues no es el cuerpo lo que es como el Creador del Hijo. 6lo que carece de vida no puede ser el Hijo de la Vida. 7¿Puede acaso el cuerpo extenderse hasta abarcar todo el universo? 8¿Puede acaso crear, y ser lo que crea? 9¿Y puede ofrecerle a sus creaciones todo lo que él es sin jamás sufrir pérdida alguna?

Nos anunciaba Jesús en el punto anterior que todo lo que no es amor es asesinato. En este punto añade que el asesinato y el amor son incompatibles. Entiendo por el contenido que nos aportan ambos puntos que el mensaje que nos quieren transmitir hace referencia a la incompatibilidad que se deriva de los conceptos vida y muerte.

Un Curso de Milagros nos enseña que el significado que aporta el sistema de pensamiento del ego a lo que llama vida, no es verdad, pues si lo fuera, tendría que tener las características intrínsecas de la verdad, esto es, no es temporal, no cambia, es eterna. El cuerpo, el símbolo central del ego, es efímero y está sujeto a la temporalidad; por lo tanto, el cuerpo no vive y, si no vive, entonces tampoco puede morir, lo que nos lleva a aceptar la afirmación que nos hace el Curso, de que lo que no es vida, no es nada. Dicho de otro modo, la vida desde el punto de vista del ego es una ilusión.

Cuando compartimos la creencia de que la vida es lo que experimentamos a través del cuerpo, lo que estamos afirmando realmente es que estamos rindiendo culto a la muerte. Nuestro error mental de creer estar separados del Creador se amplifica con la creencia en que la vida es experimentada desde el cuerpo, pues si admitimos las palabras de Jesús como ciertas, lo que estamos haciendo es asesinar a la verdad con las armas de la ilusión. 

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