martes, 7 de octubre de 2025

Capítulo 24. II. La perfidia de creerse especial (7ª parte).

II. La perfidia de creerse especial (7ª parte).

13. La esperanza de ser especial hace que parezca posible que Dios hizo al cuerpo para que fuese la prisión que mantiene a Su Hijo separado de El. 2Pues el especialismo requiere un lugar especial donde Dios no pueda entrar y un escondite donde a lo único que se le da la bienvenida es a tu insignificante yo. 3Nada es sagrado aquí, excepto tú y sólo tú, un ente aparte y separado de todos tus hermanos; a salvo de cualquier intrusión de la cordura en las ilu­siones; a salvo de Dios, pero destinado al conflicto eterno. 4He aquí las puertas del infierno tras las cuales tú mismo te encerraste, para gobernar en la demencia y en la soledad tu reino especial, separado de Dios y alejado de la verdad y de la salvación.

El especialismo, para sobrevivir, para asegurar y garantizar su existencia, necesita mantener alejada a la verdad o, lo que es lo mismo, negar a Dios en su expresión amorosa y en su lugar rendir culto al Dios temerario y vengativo dispuesto a castigar a su hijo por haberle desobedecido.

Para lograr esa seguridad, el ego a veces está dispuesto a adoptar ropajes aparentemente espirituales, aunque se niega a cambiar su sistema de creencias en el que la Divinidad muestra su rostro más "especial", el de castigar al pecador y el de salvar a sus devotos seguidores. Sin embargo, cuando esa pantomima es descubierta por la mirada de la razón, se evidencia que todo responde al deseo de ser especial. En este contexto, el ego espiritual lo que pretende es sentirse el elegido por Dios para salvar a la humanidad de sus pecados, no importándole ser la mano ejecutora que dará cumplimiento a la sentencia de culpabilidad del pecador.

Una mirada reflexiva sobre la influencia que ejercen las religiones sobre la humanidad nos descubre cómo, detrás de la máscara del culto a un falso Dios, se ocultan creencias que responden al deseo de ser especial.

14. La llave que tú tiraste Dios se la dio a tu hermano, cuyas santas manos quieren ofrecértela cuando estés listo para aceptar el plan de Dios para tu salvación en vez del tuyo. 2¿Cómo puedes llegar a estar listo, salvo reconociendo toda tu abyecta desdicha y dándote cuenta de que tu plan ha fracasado y de que jamás te aportará ninguna clase de paz o felicidad? 3Ésta es la desesperación por la que ahora estás pasando, pero no es más que una ilusión de deses­peración. 4La muerte de tu especialismo no es tu muerte, sino tu despertar a la vida eterna. 5No haces sino emerger de una ilusión de lo que eres a la aceptación de ti mismo tal como Dios te creó.

La llave que nos abre las puertas de la salvación no puede ser un camino de dolor y sufrimiento, tal y como lo ha entendido el sistema de pensamiento del ego. No hay que condenarse, ni castigarse, para corregir el error al que hemos llamado pecado.

Pecar genera culpabilidad y la culpa exige redención y castigo. Elegir erróneamente nos ofrece la oportunidad de elegir desde la rectitud, aportándonos la experiencia correcta. Pero para llevar a cabo ese cambio en nuestros pensamientos, debemos aceptar que el acto que nos ha llevado a la creencia en el pecado es una elección de nuestra mente y no una acción del cuerpo al que hemos culpado de ser el causante de nuestra debilidad. Dicha culpa nos ha llevado a maltratarlo, creyendo que con ese acto purificador redimiríamos nuestra culpa.

Conocer que la causa de nuestras acciones se encuentra en nuestras creencias nos ofrece la llave que nos abre las puertas de la salvación, pues siempre podremos elegir el momento para cambiar de forma de pensar y poner a nuestra mente al servicio del guía correcto para corregir los errores.   

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