sábado, 9 de marzo de 2024

Capítulo 2. VII. Causa y Efecto

 VII. Causa y efecto


1. Puede que todavía te quejes de que tienes miedo, pero aun así sigues atemorizándote a ti mismo. 2He indicado ya que no pue­des pedirme que te libere del miedo. 3Yo sé que no existe, pero tú no. 4Si me interpusiese entre tus pensamientos y sus resultados, estaría interfiriendo en la ley básica de causa y efecto: la ley más fundamental que existe. 5De nada te serviría el que yo menospre­ciase el poder de tu pensamiento. 6Ello se opondría directamente al propósito de este curso. 7Es mucho más eficaz que te recuerde que no ejerces suficiente vigilancia con respecto a tus pensamien­tos. 8Tal vez pienses que a estas alturas sólo un milagro te capaci­taría para hacer eso, lo cual es absolutamente cierto. 9No estás acostumbrado a pensar con una mentalidad milagrosa, pero se te puede enseñar a pensar de esa manera. 10Todos los obradores de milagros necesitan este tipo de instrucción.

Un ser muy querido, a su avanzada edad, se encuentra sumido en un bucle depresivo. Percibe que la hora de la muerte es cercana y la pérdida de familiares muy queridos, la lleva a ocupar su mente con pensamientos pesimistas que le producen terror.

Recuerdo, que en conversaciones periódicas con ella, me planteaba siempre una misma cuestión: ¿Cómo salir del estado depresivo en el que se encontraba? En un sano intento de ayudarla con recursos intelectuales, respondía a su pregunta con propuestas cuyo único propósito era poder ofrecerle argumentos que le ayudasen a mejorar su situación. Con el tiempo, tras comprobar que en todos aquellos encuentros, la cuestión se repetía en cada uno de ellos, tenía un discurso rayado en el que el conflicto parecía eternizarse, llegué a la conclusión de que para que aquel ser querido pudiese vencer sus miedos tendría que querer hacerlo de verdad.

Por muchos argumentos que le aportase para que viese la situación de una manera diferente, que le permitiese liberarse de las falsas creencias que la mantenían atrapada de sus propios pensamientos, ella volvía a aferrarse a ellos dando la impresión que si no los alimentaba su mundo se derrumbaría.

La enseñanza recogida en este punto del Curso ha hecho revivir aquella experiencia vivida y aprendida gracias al contacto con ese ser querido. No podemos liberar a nadie de sus miedos, pues no podemos interferir entre sus pensamientos y los efectos que ellos generan, lo que está basada en la Ley de Causa y Efecto. Lo que si podemos hacer es ayudar a ser consciente de esa relación, es decir, invitar a que analice cómo sus miedos adquieren poder sobre nuestra mente en la medida en que le prestamos atención. Para poder cambiar un efecto, no debemos actuar sobre él, sino sobre su origen, esto es, sobre su causa. Pensamiento es causa, mientras que miedo es efecto.

Si nuestro Creador nos ha hecho libres para crear, debemos ser consecuentes con esa cualidad, es decir, debemos ser consecuentes de que los efectos que experimentamos proceden de nuestro pensamiento-causa. Cualquier interferencia en ese proceso creador estaría negando la autoría Divina.

Como obradores de milagros, como instrumentos de la Obra de Dios, tendremos que aprender esta importante lección y canalizar el poder del pensamiento en acciones que lleven el sello de nuestra divinidad.

2.  No puedo permitir que dejes de vigilar a tu mente, ya que de otro modo no podrías ayudarme. 2Obrar milagros requiere el que uno se dé cuenta plenamente del poder de los pensamientos a fin de evitar las creaciones falsas. 3De lo contrario, sería necesario un milagro que rectificase a la mente misma, proceso circular éste que no propiciaría el colapso del tiempo que es para lo que el milagro se concibió. 4El obrador de milagros debe poseer un genuino respeto por la verdadera ley de causa y efecto como con­dición previa para que se produzca el milagro.

Tomar consciencia de la ley de causa y efecto nos llevará a usar el poder del pensamiento con mayor control. Ya no seremos inconscientes de nuestra actividad creadora mental. Cada pensamiento será emitido con el propósito de servir a la Obra de nuestro Hacedor. La visión verdadera basada en la unidad de la filiación divina, nos llevará a establecer un nuevo orden en las relaciones humanas, donde el miedo cederá su hegemonía al amor.

3. Tanto el milagro como el miedo proceden de pensamientos. 2Si no eres libre de elegir uno, tampoco serás libre de elegir el otro. 3Al elegir el milagro, rechazas el miedo aunque sólo sea temporal­mente. 4Te has sentido temeroso de todo el mundo y de todas las cosas. 5Tienes miedo de Dios, de mí y de ti mismo. 6Nos has percibido erróneamente o creado falsamente, y crees en lo que has fabricado. 7No habrías podido hacer nada de eso si no hubieses tenido miedo de tus propios pensamientos. 8Los temerosos no pueden sino crear falsamente, puesto que perciben erróneamente la creación. 9Cuando creas falsamente no puedes sino sufrir. 10El principio de causa y efecto se convierte ahora en un verdadero catalizador aunque sólo sea temporalmente. 11En realidad, "Causa" es un término que le corresponde propiamente a Dios, y Su "Efecto" es Su Hijo. 12Esto supone una serie de relaciones de Causa y Efecto completamente diferentes de las que tú introdu­ces en tus creaciones falsas. 13El conflicto fundamental en este mundo es, pues, entre la creación y la creación falsa. 14Todo miedo está implícito en la segunda, y todo amor en la primera. 15El conflicto es, por lo tanto, entre el amor y el miedo.

En efecto, la verdadera Ley de Causa y Efecto es la que nos vincula con nuestro
Creador. Hemos sido creados a Su Imagen y Semejanza, lo que significa que Dios es el Pensamiento Creador, la Causa, y nosotros, Sus Hijos, o lo que es lo mismo, su Efecto.
Como herederos de su poder creador, nuestro pensamiento se convierte en la causa de nuestras creaciones y su efecto da lugar al amor o al miedo, dependiendo de la orientación de nuestro pensamiento.

Si creemos en el miedo es porque hemos deseado un mundo diferente al creado por Dios. Dejamos de hacer uso de la Voluntad que nos une a Él y elegimos ver las cosas de una manera distinta. Esa visión diferente da lugar a la falsa creencia en la separación y su efecto, el miedo.

4. Ya hemos dicho que crees que no puedes controlar el miedo porque tú mismo lo inventaste, y tu creencia en él parece ponerlo fuera de tu control. 2Sin embargo, todo intento de resolver el error tratando de dominar el miedo es inútil. 3De hecho, eso no hace más que corroborar su poder, al asumir que necesita ser domi­nado. 4La verdadera solución descansa enteramente en alcanzar el dominio por medio del amor. 5En el ínterin, no obstante, la sensa­ción de conflicto es inevitable, ya que te has colocado a ti mismo en una posición en la que crees en el poder de algo que no existe.

La estrategia de luchar contra aquello que interpretamos que nos ataca lo único que hace es justificar el ataque como la única defensa.

Cuando comprendemos que el atacante no es rea,l sino que lo hemos hecho real en nuestras vidas, podremos dar el siguiente paso, negar esa ilusión. Cuando dejamos de prestarle significado, deja de tener sentido enfrentarnos a lo que no existe. Ese poder de elección se encuentra latente en nuestro interior. Es el mismo que le ha otorgado poder al miedo, al enemigo, al ataque. Si prestamos atención a nuestra mente, al modo en cómo se relaciona con el mundo que nos rodea, descubriremos rápidamente que busca un significado a aquello que percibe, en un intento de comprender lo que percibe
Llegará un día en el que descubramos que, aquello que percibimos, a lo que damos significado tiene su origen en nuestros deseos de que las cosas sean diferentes a como son.

Amar, ha de llevarnos a fluir con la Vida, sin deseos de cambiar los efectos, pero sí con la voluntad de dirigir el pensamiento con una orientación milagrosa y amorosa.

Habitualmente, cuando percibimos injusticias externas, deseamos cambiar a los demás para que las cosas sean como nosotros las vemos. Pero esas proyecciones externas están hablando de nuestro mundo interior y suponen una invitación a no ser injustos con nosotros mismos, ni tener pensamientos que alimenten la injusticia. Muchas veces pretendemos cambiar el mundo que nos rodea, cuando en verdad lo que tenemos que hacer es cambiar interiormente y dirigir nuestros pensamientos de manera amorosa. Tan solo de esta manera conseguiremos que los efectos sean amorosos, en este caso, justos.

5. La nada y el todo no pueden coexistir. 2Creer en uno es negar el otro. 3El miedo no es nada realmente y el amor lo es todo. 4Siempre que la luz irrumpe en la oscuridad, la oscuridad de­saparece. 5Lo que tú crees, es cierto para ti. 6En este sentido la separación ha ocurrido, y negarlo sería utilizar incorrectamente la negación. 7Concentrarse en el error, no obstante, no es más que otro error. 8El procedimiento correctivo inicial consiste en reco­nocer temporalmente que hay un problema, mas sólo como señal de que tiene que ser corregido de inmediato. 9Esto da lugar a un estado mental en el que la Expiación puede ser aceptada sin demora. 10Debe señalarse, no obstante, que, en última instancia, no puede haber transigencia alguna entre lo que lo es todo y lo que no es nada. 11El tiempo es esencialmente un recurso por medio del cual se puede abandonar toda idea de transigencia al respecto. 12Este proceso parece ser gradual debido únicamente a que el tiempo en sí comprende intervalos que no existen. 13La creación falsa hizo que esto fuese necesario como recurso de corrección. 14La aseveración: "Porque tanto amó Dios al mundo que le dio Su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, mas tenga vida eterna" necesita solamente una leve corrección para que tenga sentido en este contexto: "Se lo dio a Su unigénito Hijo”.

Para que la luz haga desaparecer a la oscuridad hay que ser consciente de que existe ese interruptor que permitirá su encendido, es decir, si la luz es amor y el miedo es oscuridad, para poder liberarnos del miedo debemos ser conscientes de que somos amor.

La cuestión es que el amor nos da miedo, y si nos da miedo la luz, cómo vamos a ser capaces de disipar la oscuridad. Es por ello, que nuestro Creador ha puesto a disposición de Su Hijo, el recurso de la Expiación, el estado que nos restituye a la Mente Recta que nos dispensa el Espíritu Santo. Desde la oscuridad, desde el miedo, ya lo hemos dicho, no podemos pulsar ese dispositivo que ha de librarnos de él, pues estaremos negando el amor, al percibirlo como un elemento causante de miedo.

6. Debe observarse con especial atención que Dios tiene solamente un Hijo. 2Si todas las creaciones de Dios son Hijos Suyos, cada una de ellas tiene que ser parte integral de toda la Filiación. 3La Filia­ción, en su unicidad, transciende la suma de sus partes. 4Este hecho, no obstante, queda velado mientras falte una sola de ellas. 5Por eso es por lo que, en última instancia, el conflicto no se puede resolver hasta que todas las partes de la Filiación hayan retor­nado. 6Sólo entonces podrá comprenderse lo que, en el verdadero sentido de la palabra, significa la plenitud. 7Cualquier parte de la Filiación puede creer, en el error o en la incompleción si así lo elige. 8Sin embargo, si lo hace, estará creyendo en la existencia de algo que no existe. 9Lo que corrige este error es la Expiación.

En el mundo que percibimos, mi condición de padre me ha llevado a disfrutar de la creación de tres hijos. Cuando analizo mi visión afectiva hacia ellos he de reconocer que la intensidad de mi amor por ellos tiene matices. Ello me lleva a ser consciente de que lo que llamamos amor en este mundo, es tan solo un anticipo del verdadero Amor que formará parte de nuestros pensamientos una vez que seamos capaces de alcanzar la visión de la unicidad, o lo que es lo mismo, la creencia verdadera en la Filiación Divina.

Si aplicara correctamente la enseñanza recogida en este punto a mi vida, tendría que decir que he tenido un solo hijo, pues los tres tienen una  misma causa, un mismo origen creador. El Hijo de Dios es el fruto del Pensamiento del Hacedor. Ese Pensamiento goza de la Cualidad Una, es Perfecto e Invulnerable. Desde esa perspectiva, mis hijos son uno, aunque se expresen con rostros diferentes, pues tienen asimismo la capacidad para ser individuales, lo que no significa, que sean seres separados de su creador.

7.  Ya he hablado brevemente acerca de la condición de estar listo, pero tal vez pueda ser útil mencionar aquí algunos puntos adicio­nales. 2Estar listo es sólo el prerequisito para que se pueda lograr algo. 3No se debe confundir una cosa con la otra. 4Tan pronto como se da la condición de estar listo, también se da, en cierta medida, el deseo de querer lograr algo, si bien éste no es necesa­riamente un deseo indiviso. 5Dicha condición de estar listo no es más que el potencial para que pueda tener lugar un cambio de mentalidad. 6La confianza no puede desarrollarse plenamente hasta que no se haya alcanzado un dominio total. 7Hemos tratado ya de corregir el error fundamental de que es posible dominar el miedo, y hemos enfatizado que el verdadero dominio sólo se puede alcanzar por medio del amor. 8Estar listo es sólo el comienzo de la confianza. 9Tal vez pienses que esto implica que tiene que transcurrir mucho tiempo entre el momento en que estás listo y aquel en el que alcanzas el dominio, pero permíteme recordarte que el tiempo y el espacio están bajo mi control.

Este punto nos aclara que, cuando tomamos consciencia de que tan solo el amor y el pensamiento amoroso, es el antídoto del miedo, es decir, el estado que debemos alcanzar mentalmente, para estar preparados y afrontar la labor de obradores de milagro.  

Mantener despierta la consciencia en esa nueva visión, educará a nuestra mente en el correcto uso del pensamiento milagroso. 

Finaliza, este punto haciendo alusión a un aspecto interesante, el factor tiempo. Una vez que la consciencia despierta al pensamiento verdadero, la percepción del tiempo adquiere una dimensión distinta a la que rige en el mundo. Se produce una aceleración en los procesos, fruto de una consciencia milagrosa.

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