viernes, 31 de mayo de 2024

Capítulo 11. IV. La herencia del Hijo de Dios (2ª parte).

 IV. La herencia del Hijo de Dios (2ª parte). 

5. Si tus hermanos forman parte de ti y los culpas por tu privación, te estás culpando a ti mismo. 2no puedes culparte a ti mismo sin culparlos a ellos. 3Por eso es por lo que la culpa tiene que ser des-hecha, no verse en otra parte. 4Échate a ti mismo la culpa y no te podrás conocer, pues sólo el ego culpa. 5Culparse uno a sí mismo es, por lo tanto, identificarse con el ego, y es una de sus defensas tal como culpar a los demás lo es. 6No puedes llegar a estar en Presencia de Dios si atacas a Su Hijo. 7Cuando Su Hijo alce su voz en alabanza de su Creador, oirá la Voz que habla por su Padre. 8Mas el Creador no puede ser alabado sin Su Hijo, pues Ambos comparten la gloria y a Ambos se les glorifica juntos. 

La creencia en la culpa procede de un pensamiento erróneo. Dicho pensamiento no es otro que el haber utilizado nuestra voluntad en una dirección diferente a la de nuestro Creador.

Si la Voluntad del Padre es el Ser que somos, la voluntad del Hijo de Dios, es ser su propio creador, dando lugar al estado de separación con Su Fuente: el ego.

Des-hechar la culpa es recuperar el recuerdo de nuestra inocencia, de nuestra impecabilidad.

Culparnos y culpar a los demás forma parte del mismo proceso y, ambos, pertenecen al ego. 

6. Cristo está en el altar de Dios, esperando para darle la bienve­nida al Hijo de Dios. 2Pero ven sin ninguna condenación, pues, de lo contrario, creerás que la puerta está atrancada y que no puedes entrar. 3La puerta no está atrancada, y es imposible que no puedas entrar allí donde Dios quiere que estés. 4Pero ámate a ti mismo con el Amor de Cristo, pues así es como te ama tu Padre. 5Puedes negarte a entrar, pero no pueden atrancar la puerta que Cristo mantiene abierta. 6Ven a mí que la mantengo abierta para ti, pues mientras yo viva no podrá cerrarse, y yo viviré eternamente. 7Dios es mi vida y la tuya, y Él no le niega nada a Su Hijo. 

La voluntad-deseo del Hijo de Dios le llevó a abandonar el altar de Su Padre, separándose de Su Mente Una, para dar lugar a pensamientos duales y al aprendizaje a través de la percepción.

A partir de ese instante, la confusión, el conflicto, la demencia, sustituyeron su estado mental, ocasionando que el miedo ocupase el lugar donde debía existir amor. Sus ojos se cerraron a la realidad y su consciencia cayo en un profundo sueño, del cual aún no ha despertado.

El altar de Dios siempre ha estado en Su Fuente, pues de Él emana lo que somos, el Amor. Es por ello, que este punto nos hace la siguiente recomendación: “Pero ámate a ti mismo con el Amor de Cristo, pues así es como te ama tu Padre”. 

7. En el altar de Dios Cristo espera Su propia reinstauración en ti. 2Dios sabe que Su Hijo es tan irreprochable como Él Mismo, y la forma de llegar a Él es apreciando a Su Hijo. 3Cristo espera a que lo aceptes como lo que tú eres, y a que aceptes Su Plenitud como la tuya propia. 4Pues Cristo es el Hijo de Dios, que vive en Su Creador y refulge con Su gloria. 5Cristo es la extensión del Amor y de la belleza de Dios, tan perfecto como Su Creador y en paz con Él. 

Al igual como el Espíritu Santo se encuentra en nuestra Mente Una, Cristo es la extensión del Amor en el Hijo de Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo, representando la Santísima Trinidad, la expresión Plena de la Gloria de Dios. 

8. Bendito es el Hijo de Dios cuyo resplandor es el de su Padre, y cuya gloria él quiere compartir tal como su Padre la comparte con él. 2No hay condenación en el Hijo, puesto que no hay conde­nación en el Padre. 3Dado que el Hijo comparte el perfecto Amor del Padre, no puede sino compartir todo lo que le pertenece a Él, pues de otra manera, no podría conocer ni al Padre ni al Hijo. 4¡Que la paz sea contigo que descansas en Dios, y en quien toda la Filiación descansa! 

¡Qué así sea! 

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