miércoles, 15 de octubre de 2025

Capítulo 24. IV. Ser especial en contraposición a ser impecable (2ª parte).

IV. Ser especial en contraposición a ser impecable (2ª parte).

3. Sólo puedes hacerte daño a ti mismo. 2Hemos repetido esto con frecuencia, pero todavía resulta difícil de entender. 3A las mentes empeñadas en ser especiales les resulta imposible enten­derlo. 4Pero a las que desean curar y no atacar les resulta muy obvio. 5El propósito del ataque se halla en la mente, y sus efectos sólo se pueden sentir allí donde se encuentra dicho propósito. 6La mente no es algo limitado, y a eso se debe que cualquier propósito perjudicial le haga daño a toda ella cual una sola. 7Nada podría tener menos sentido para los que se creen especia­les. 8Nada podría tener mayor sentido para los milagros. 9Pues los milagros no son sino el resultado de cambiar del propósito de herir al de sanar. 10Este cambio de propósito pone "en peligro" el especialismo, pero sólo en el sentido de que la verdad supone una "amenaza" para todas las ilusiones. 11Ante ella no pueden quedar en pie. 12No obstante, ¿qué consuelo encontraste jamás en ellas para que le niegues a tu Padre el regalo que te pide y para que en lugar de dárselo a Él se lo des a ellas? 13Si se lo das a Él, el universo es tuyo. 14Si se lo das a las ilusiones, no recibes ningún regalo a cambio. 13Lo que le has dado a tu especialismo te ha llevado a la bancarrota, dejando tus arcas yermas y vacías, con la tapa abierta invitando a todo lo que quiera perturbar tu paz a que entre y destruya.

Tal y como hemos visto en el punto anterior, el cuerpo, al carecer de propósito, no puede dañar. El propósito se encuentra en la mente y, desde este punto de vista, son las creencias las que nos llevan a pensar que el cuerpo puede dañar, cuando en realidad el daño se encuentra en la mente al desear apostar por el deseo de ser especial o, lo que es lo mismo, por el miedo.

Si nuestra mente otorga al cuerpo el propósito de dañar, es señal de que albergamos pensamientos de ira y de miedo, los cuales surgen cuando nos creemos separados de Dios y del amor.

Si reflexionas y analizas tus respuestas ante los invites que nos hace la vida, descubrirás que identificas exteriormente al causante de nuestras desgracias, condenándolos como el culpable de lo que nos está ocurriendo. Es en este punto en el que tenemos que preguntarnos cómo estamos pensando, cómo estamos interpretando mentalmente lo vivido. ¿Estás viendo agresión? ¿Estás viendo ataque? ¿Estás viendo injusticia? ¿Desde dónde estás interpretando de este modo?

Si has respondido, desde la mente, estarás muy cerca de descubrir que lo que interpretas desde la mente es voluntario. Nadie te obliga a pensar de una manera u otra. Siempre elegimos hacerlo de acuerdo con nuestras creencias. Estas pueden servir a la verdad, al amor o a la ilusión, lo irreal. Lo externo, lo que nos ocurre desde afuera, al igual que el cuerpo, no tiene propósito, no es nada. Es en nuestra mente donde ocurre todo lo que le damos valor y hacemos real.

Si decidimos identificarnos con el ego y su sistema de pensamiento, responderemos a la experiencia externa desde el miedo y nuestra mente nos llevará a la conclusión de que nos están atacando. Para salvoguardar nuestra seguridad, nos defenderemos y lo haremos atacando igualmente.

Si decidimos poner en manos de la verdad el hecho ilusorio que hemos percibido, estaremos utilizando la razón y siguiendo la guía del Espíritu Santo. Entonces nos sentiremos libres para elegir correctamente cómo interpretar lo que hemos percibido. Si elegimos el amor, pasaremos por alto el pensamiento de ataque y dolor y en su lugar decidiremos perdonar y liberarnos de la culpa que nos tienta desde el inconsciente invitándonos a tomar decisiones basadas en el miedo.

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