jueves, 25 de julio de 2024

Capítulo 13. III. El miedo a la redención (2ª parte).

  III. El miedo a la redención (2ª parte).

  

5. Puedes aceptar la demencia porque es obra tuya, pero no pue­des aceptar el amor porque no fuiste tú quien lo creó. 2Prefieres ser un esclavo de la crucifixión que un Hijo de Dios redimido. 3Tu muerte individual, parece más valiosa qué tu unicidad viviente, pues lo que se te ha dado no te parece tan valioso como lo que tú has fabricado. 4Tienes más miedo de Dios que del ego, y el amor no puede entrar donde no se le da la bienvenida. 5Pero el odio sí que puede, pues entra por su propia voluntad sin que le importe la tuya. 

Renunciar a los regalos que el sistema de pensamiento del ego ofrece, es apostar por el Amor. Para ello, tenemos que elevar al Espíritu Santo nuestra voluntad de redención y solicitar que nos entregue Su Regalo, la Expiación. La corrección del error de creernos separados de Dios, nos permitirá ver el mundo con la visión de Cristo, donde caminar junto a nuestros hermanos se convierte en el viaje que nos conduce hacia la salvación. 

6. Tienes que mirar de frente a tus ilusiones y no seguir ocultán­dolas, pues no descansan sobre sus propios cimientos. 2Aparenta ser así cuando están ocultas, y, por lo tanto, parecen ser autóno­mas. 3Ésta es la ilusión fundamental sobre la que descansan todas las demás. 4Pues debajo de ellas, y soterrada mientras las ilusiones se sigan ocultando, se encuentra la mente amorosa que creyó haberlas engendrado con ira. 5el dolor de esta mente es tan obvio cuando se pone al descubierto, que la necesidad que tiene de ser sanada es innegable. 6Todos los trucos y estratagemas que le ofreces no pueden sanarla, pues en eso radica la verdadera crucifixión del Hijo de Dios. 

El despertar comienza cuando decidimos poner nuestra voluntad al servicio del Ser, es decir, cuando reconocemos que aquello que nos muestra el sistema de pensamiento del ego, es ilusorio e irreal, impidiéndonos ver el mundo real, donde la percepción verdadera, la mente recta, nos permite recordar nuestra verdadera identidad como Hijo de Dios. 

7. Sin embargo, no se le puede realmente crucificar. 2En este hecho radica tanto su dolor como su curación, pues la visión del Espíritu Santo es misericordiosa y Su remedio no se hace esperar: 3No ocultes el sufrimiento de Su vista, sino llévalo gustosamente ante Él. 4Deposita ante Su eterna cordura todo tu dolor, y deja que Él te cure. 5No permitas que ningún vestigio de dolor perma­nezca oculto de Su Luz, y escudriña tu mente con gran minucio­sidad en busca de cualquier pensamiento que tengas miedo de revelar. 6Pues Él sanará cada pensamiento insignificante que hayas conservado con el propósito de herirte a ti mismo, lo expurgará de su pequeñez y lo restituirá a la grandeza de Dios. 

La mente recta, la percepción verdadera, la visión crística, abrirá nuestros ojos al mundo real, en el cual, la creencia en la separación se transformará en la experiencia de la unicidad; la creencia en el miedo se transformará en la experiencia del amor; la creencia en la culpa se transformará en la experiencia de la inocencia y de la impecabilidad. 

8. Bajo la grandiosidad que en tanta estima tienes se encuentra la petición de ayuda que verdaderamente estás haciendo. 2Le pides amor a tu Padre, tal como Él te pide que regreses a Él. 3Lo único que deseas hacer en ese lugar que has encubierto es unirte al Padre, en amoroso recuerdo de Él. 4Encontrarás ese lugar donde mora la verdad a medida que lo veas en tus hermanos, que si bien pueden engañarse a sí mismos, anhelan, al igual que tú, la grandeza que se encuentra en ellos. 5al percibirla le darás la bienvenida y dispondrás de ella, 6pues la grandeza es el derecho del Hijo de Dios y no hay ilusión que pueda satisfacerle o impedirle ser lo que él es. 7Lo único que es real es su amor, y lo único que puede satisfacerle es su realidad. 

Tan solo el Amor verdadero nos abrirá las puertas de la salvación, pues ese Amor, será compartido con nuestros hermanos, haciendo real la compleción de Dios, con la unidad de la Filiación. 

9. Sálvale de sus ilusiones para que puedas aceptar la magnifi­cencia de tu Padre jubilosamente y en paz. 2Mas no excluyas a nadie de tu amor, o, de lo contrario, estarás ocultando un tene­broso lugar de tu mente donde se le niega la bienvenida al Espí­ritu Santo. 3Y de este modo te excluirás a ti mismo de Su poder sanador, pues al no ofrecer amor total no podrás sanar completa­mente. 4La curación tiene que ser tan completa como el miedo, pues el amor no puede entrar allí donde hay un solo ápice de dolor que malogre su bienvenida. 

Donde hay dolor, aun no se ha perdonado. El dolor es el efecto del miedo, al igual que el perdón es el efecto del Amor. Podemos decir, que donde hay dolor, hay ausencia de Amor. 

10. Tú que prefieres la separación a la cordura no puedes hacer que ésta tenga lugar en tu mente recta. 2Estabas en paz hasta que pediste un favor especial. 3Dios no te lo concedió, pues lo que pedías era algo ajeno a Él, y tú no podías pedirle eso a un Padre que realmente amase a Su Hijo. 4Por lo tanto, hiciste de Él un padre no amoroso al exigir de Él lo que sólo un padre no amo­roso podía dar. 5Y la paz del Hijo de Dios quedó destruida, pues ya no podía entender a su Padre. 6Tuvo miedo de lo que había hecho, pero tuvo todavía más miedo de su verdadero Padre, al haber atacado su gloriosa igualdad con Él. 

¿Qué petición ha hecho el Hijo de Dios a Su Padre para que se la negara? La única petición posible tendría que haber sido aquella que exigiera a Dios Su propia negación, es decir, renunciar a Su propia Identidad, renunciar a Su Ser, renunciar al Amor y aceptar el miedo como su nueva identidad.

Dios no puede dar lo que no es. En cambio, el Hijo de Dios, creyó que ello era posible, y tal creencia lo llevó a inventar una falsa identidad: renegó de lo que era -amor-, para ver un nuevo “ropaje”, la individualidad, la separación y el miedo. Tuvo miedo de lo que había hecho y tuvo miedo de su verdadero Padre, pues ese miedo, fue su elección a nivel mental. 

11. Cuando estaba en paz no necesitaba nada ni pedía nada. 2Cuando se declaró en guerra lo exigió todo y no encontró nada. 3¿De qué otra manera podía haber respondido la dulzura del amor a sus exigencias, sino partiendo en paz y retornando al Padre? 4Si el Hijo no deseaba permanecer en paz, no podía permanecer aquí en absoluto. 5Una mente tenebrosa no puede vivir en la luz, y tiene que buscar un lugar tenebroso donde poder creer que allí es donde se encuentra aunque realmente no sea así. 6Dios no permitió que esto ocurriese. 7Tú, no obstante, exigiste que ocu­rriese, y, por consiguiente, creíste que ocurrió. 

Escindirse de la Luz, nos sitúa en su ausencia, es decir, en la oscuridad. Luz es Unidad, por lo que la oscuridad es división, separación. Luz es Amor, por lo que la oscuridad es miedo. Luz es Entendimiento y Conocimiento, la oscuridad es ignorancia y demencia. Luz es la Verdad y Real, oscuridad es falsedad e ilusión. 

12. "Singularizar" es "aislar" y, por lo tanto, causar soledad. 2Dios no te hizo eso. 3¿Cómo iba a poder excluirte de Sí Mismo, sabiendo que tu paz reside en Su Unicidad? 4Lo único que te negó fue tu petición de dolor, pues el sufrimiento no forma parte de Su creación. 5Habiéndote otorgado la capacidad de crear, no podía quitártela. 6Lo único que pudo hacer fue contestar a tu petición demente con una respuesta cuerda que residiese contigo en tu demencia. 7Él ciertamente hizo eso. 8No es posible oír Su res­puesta sin renunciar a la demencia. 9Su respuesta es el punto de referencia que se encuentra más allá de las ilusiones, desde el cual puedes contemplarlas y ver que son dementes. 10Basta con que busques ese lugar y lo encontrarás, pues el Amor reside en ti y te conducirá hasta él. 

La respuesta de Dios no podía hacer real el dolor, pues el dolor es el efecto de la ausencia del Amor. Dios no puede negarse a Si Mismo, pues de hacerlo, todas Sus Creaciones serían falsas.

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