miércoles, 28 de agosto de 2024

Capítulo 14. III. La decisión en favor de la inocencia (2ª parte).

III. La decisión en favor de la inocencia (2ª parte).


4. Cada día, cada hora y cada minuto, e incluso cada segundo, estás decidiendo entre la crucifixión y la resurrección, entre el ego y el Espíritu Santo. 2El ego es la elección en favor de la culpa­bilidad; el Espíritu Santo, la elección en favor de la inocencia. 3De lo único que dispones es del poder de decisión. 4Aquello entre lo que puedes elegir ya se ha fijado porque aparte de la verdad y de la ilusión no hay ninguna otra alternativa. 5Ni la verdad ni la ilusión traspasan los límites de la otra, ya que son alternativas irreconciliables entre sí y ambas no pueden ser verdad. 6Eres cul­pable o inocente, prisionero o libre, infeliz feliz.

Este punto atesora tanta sabiduría que cualquier resistencia a no aceptar lo que en él se recoge con tanta sencillez, sin duda responde a que nuestra mente está atrapada prestando sus servicios al sistema de pensamiento incorrecto, el que niega la posibilidad de que Dios pueda existir en su máxima expresión de Amor y Libertad.

¿Somos conscientes de a quién sirve nuestra mente?

5. El milagro te enseña que has optado por la inocencia, la liber­tad y la dicha. 2El milagro no es causa sino efecto. 3Es el resultado natural de haber elegido acertadamente, y da testimonio de tu felicidad, la cual procede de haber elegido estar libre de toda culpa. 4Todo aquel a quien ofreces curación, te la devuelve. 5Todo aquel a quien ofreces ataque lo conserva y lo atesora guardán­dote rencor por ello. 6El que te guarde rencor no es irrelevante: tú creerás que lo hace. 7Es imposible ofrecerle a otro lo que no deseas sin recibir esta sanción. 8El costo de dar es recibir. 9Recibi­rás o bien una sanción que te hará sufrir, o bien la feliz adquisi­ción de un preciado tesoro.

El milagro es el resultado, el fruto, de toda creación amorosa, cuyos efectos nos deleita con el dulce sabor de la inocencia, de la libertad y de la dicha.

Tanto para bien, como para mal, el costo de dar es recibir. Si damos amor, recibiremos amor. Si damos odio, rencor, dolor, recibiremos sus mismos efectos.

6. Nadie le impone sanción alguna al Hijo de Dios, salvo la que él se impone a sí mismo. 2Cada oportunidad que se le da para sanar es otra oportunidad más de reemplazar las tinieblas por la luz y el miedo por el amor. 3Si la rechaza, se condena a sí mismo a las tinieblas, puesto que no eligió liberar a su hermano y entrar con él en la luz. 4Al otorgarle poder a lo que no es nada, desperdicia la gozosa oportunidad de aprender que lo que no es nada no tiene ningún poder. 5al no disipar las tinieblas, se vuelve teme­roso de ellas y de la luz. El gozo que resulta de aprender que las tinieblas no tienen poder alguno sobre el Hijo de Dios es la feliz lección que el Espíritu Santo enseña, y que desea que tú enseñes con Él. 7Enseñarla es Su gozo, tal como será el tuyo.

Cualquier acto de amor que no conlleve el principio de la libertad, no puede ser confundido con el amor verdadero, el cual, al igual que la verdad, siempre nos hará libres.

La única respuesta sanadora a cualquier acción que nos prive de la libertad es el amor, pues, el que expande su miedo es carente, precisamente, del amor. Al dar y al compartir su miedo, recibirá los efectos de su propio miedo, corriendo el riesgo de perpetuar su error entrando en un círculo interminable de dolor. Tan sólo el que se libera de las pesadas cadenas de la culpa, responde al miedo con amor, aportando luz allí donde tan sólo había oscuridad.

7. Así es como se enseña esa simple lección: la ausencia de culpa es invulnerabilidad. 2Por lo tanto, pon de manifiesto tu invulne­rabilidad ante todo el mundo. 3Enséñales que no importa lo que traten de hacerte, tu perfecta libertad de la creencia de que algo puede hacerte daño demuestra que ellos son inocentes. Ellos no pueden hacer nada que te haga daño, y al no dejarles pensar que pueden, les enseñas que la Expiación, que has aceptado para ti mismo, es también suya. 5No hay nada que perdonar. 6Nadie puede hacerle daño al Hijo de Dios. 7Su culpabilidad es total­mente infundada, y al no tener causa, no puede existir.

Llevar a la práctica el contenido de lo que nos enseña este punto, pondría fin al mundo de demencia en el que nos encontramos. Ya no habría necesidad de identificar a los culpables, pues al liberarnos de nuestra propia culpa, no la veríamos proyectada en los demás.

Las mentes se unirían en la creencia de que el amor es el camino verdadero que nos permitiría el encuentro con la felicidad y ello nos daría alas para volar por encima de todo aquello que estuviese vinculado con el miedo y la culpabilidad. 

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