
Ejemplo-Guía: "Por qué creemos necesaria la enfermedad?
¿Cómo podemos desear la enfermedad? ¿Cómo podemos
desear la muerte?
En efecto, no son deseos conscientes. No es que nos digamos: "cuerpo,
enferma, que he obrado mal". Es precisamente la visión pecaminosa, la que
nos lleva a expresar culpa y a proyectarla externamente, sobre los demás y
sobre nuestro cuerpo, al que hemos dado el papel principal de nuestra
existencia, desde el punto de vista del ego.
Cuando no queremos ver nuestra propia oscuridad, decidimos verla fuera. Cuando nos sentimos culpables, de forma inmediata desatamos la dinámica redentora del castigo y qué mejor forma de padecer los efectos de nuestros pecados, que nuestra identidad, nuestro cuerpo, sufra las consecuencias de los mismos.
Dentro del sueño, hemos establecidos leyes que gobiernan nuestros actos. Unas
son más visibles para la conciencia que otras. Por ejemplo, el peso de la ley
caerá sobre nosotros si hemos cometido un delito, como robar o asesinar. La
función de la ley es correctiva. Siempre pretende serlo, aunque no siempre lo
consiga. Pero en otras ocasiones, esas leyes son más sutiles, se encuentran
arraigadas, profundamente, en nuestras creencias. Por ejemplo, la creencia en
el pecado, en que hemos desobedecido a nuestro Creador, nos tiene
"sentenciados" al sufrimiento como vía de redención y purgatorio. El
infierno, encuentra su origen en la necesidad de encontrar un escenario donde
podamos purificarnos de nuestros actos pecaminosos.
Tenemos creencias, avaladas por la ciencia médica, en la que establecemos una
relación causa-efecto entre el comportamiento humano y las enfermedades. Estas
creencias se han basado especialmente en el estudio del comportamiento del
cuerpo humano, lo que ha dado lugar a los postulados de la medicina oficial.
En los últimos años, estamos siendo testigo del nacimiento de nuevos paradigmas, no centrados tanto en el cuerpo, como en la mente, así como en ciertos aspectos del ser que están cercanos a lo esotérico.
En ambas disciplinas, se establece una
relación estrecha entre las causas y los efectos, aunque con marcadas
diferencias entre unas y otras.
Si la analizamos desde el punto de vista de las
enseñanzas de Un Curso de Milagros, ambas, tratan la enfermedad, con lo cual,
están tratando algo que no es real.
La enfermedad es visible para el ego, debido a que cuando mira, lo hace desde
el pecado, el cual, se lo atribuye a las acciones del cuerpo.
Os dejo algunas consideraciones aportadas por el Curso, relacionadas con lo que estamos analizando:
“Es imposible ver a tu hermano libre de pecado y al mismo tiempo verlo como si fuese un cuerpo. ¿No es esto perfectamente consistente con el objetivo de la santidad? Pues la santidad es simplemente el resultado de dejar que se nos libere de todos los efectos del pecado, de modo que podamos reconocer lo que siempre ha sido verdad. Es imposible ver un cuerpo libre de pecado, pues la santidad es algo positivo y el cuerpo es simplemente neutral. No es pecaminoso, pero tampoco es impecable. Y como realmente no es nada, no se le puede revestir significativamente con los atributos de Cristo o del ego. Tanto una cosa como la otra sería un error, pues en, ambos casos se le estarían adjudicando atributos a algo que no los puede poseer. Y ambos errores tendrían que ser corregidos en aras de la verdad” (T-20.VII.4:1-8).
“El cuerpo es el medio a través del cual el ego trata de hacer que la relación no santa parezca real. El instante no santo es el tiempo de los cuerpos. Y su propósito aquí es el pecado. Mas éste no se puede alcanzar salvo en fantasías, y, por lo tanto, la ilusión de que un hermano es un cuerpo está en perfecta consonancia con el propósito de lo que no es santo. Debido a esta correspondencia, los medios no se ponen en duda mientras se siga atribuyendo valor a la finalidad. La visión se amolda a lo que se desea, pues la visión siempre sigue al deseo. Y si lo que ves es el cuerpo, es que has optado por los juicios en vez de por la visión. Pues la visión, al igual que las relaciones, no admite grados. O ves o no, ves” (T-20.VII.5:1-9).
“Todo aquel que ve el cuerpo de un hermano ha juzgado a su hermano y no lo ve. No es que realmente lo vea como un pecador, es que sencillamente no lo ve. En la penumbra del pecado su hermano es invisible. Ahí sólo puede ser imaginado, y es ahí donde las fantasías que tienes acerca de él no se comparan con su realidad. Ahí es donde las ilusiones se mantienen separadas de la realidad. Ahí las ilusiones nunca se llevan ante la verdad y siempre se mantienen ocultas de ella. Y ahí, en la oscuridad, es donde te imaginas que la realidad de tu hermano es un cuerpo, el cual ha entablado relaciones no santas con otros cuerpos y sirve a la causa del pecado por un instante antes de morir” (T-20.VII.6:1-7).
“Existe ciertamente una clara diferencia entre este vano imaginar y la visión. La diferencia no estriba en ellos, sino en su propósito. Ambos son únicamente medios, y cada uno de ellos es adecuado para el fin para el que se emplea. Ninguno de los dos puede servir para el propósito del otro, pues cada uno de ellos es en sí la elección de un propósito, empleado para propiciarlo. Cada uno de ellos carece de sentido, sin el fin para el que fue concebido, y, aparte de su propósito, no tiene valor propio. Los medios parecen reales debido al valor que se le adjudica al objetivo. Y los juicios carecen de valor a menos que el objetivo sea el pecado” (T-20.VII.7:1-7).
“El cuerpo no se puede ver, excepto a través de juicios. Ver el cuerpo es señal de que te falta visión y de que has negado los medios que el Espíritu Santo te ofrece para que sirvas a Su propósito. ¿Cómo podría lograr su objetivo una relación santa si se vale de los medios del pecado? Tú te enseñaste a ti mismo a juzgar; mas tener visión es algo que se aprende de Aquel que quiere anular lo que has aprendido. Su visión no puede ver el cuerpo porque no puede ver el pecado. Y de esta manera, te conduce a la realidad. Tu santo hermano -a quien verlo de este modo supone tu liberación- no es una ilusión. No intentes verlo en la oscuridad, pues lo que te imagines acerca de él parecerá real en ella. Cerraste los ojos para excluirlo. Tal fue tu propósito, y mientras ese propósito parezca tener sentido, los medios para su consecución se considerarán dignos de ser vistos, y, por lo tanto, no verás” (T-20.VII.8:1-10).
“Tu pregunta no debería ser: "¿Cómo puedo ver a mi hermano sin su cuerpo?" sino, "¿Deseo realmente verlo como alguien incapaz de pecar?" Y al preguntar esto, no te olvides de que en el hecho de que él es incapaz de pecar radica tu liberación del miedo. La salvación es la meta del Espíritu Santo. El medio es la visión. Pues lo que contemplan los que ven está libre de pecado. Nadie que ama puede juzgar, y, por lo tanto, lo que ve está libre de toda condena. Y lo que él ve no es obra suya, sino que le fue dado para que lo viese, tal como se le dio la visión que le permitió ver” (T.20.VII.9:1-8).
Gracias.
ResponderEliminarDe nada Robert. Un fraternal saludo.
EliminarHace un mes sigo las lecciones, agradezco cada momento en que la lección y la reflexión me permiten aprender y apreciar cada enseñanza como parte de una nueva visión: la de hija de Dios. Gracias!
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