lunes, 23 de octubre de 2023

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 296

LECCIÓN 296

El Espíritu Santo habla hoy a través de mí.

1. El Espíritu Santo necesita hoy mi voz para que todo el mundo pueda escuchar Tu Voz y oír Tu Palabra a través de mí. 2Estoy resuelto a dejar que hables a través de mí, pues no quiero usar otras palabras que las Tuyas, ni tener pensamientos aparte de los Tuyos, pues sólo los Tuyos son verdaderos. 3Quiero ser el salvador del mundo que fabriqué. 4Pues ya que lo condené, quiero liberarlo, de manera que pueda escapar y oír la Palabra que Tu santa Voz ha de comunicarme hoy.

2. Hoy sólo enseñaremos lo que queremos aprender, y nada más. 2De este modo, nuestro objetivo de aprendizaje queda libre de conflictos, lo cual nos permite alcanzarlo con facilidad y rapidez. 3¡Cuán gustosamente viene el Espíritu Santo a rescatarnos del infierno cuando permitimos que a través de nosotros Sus ense­ñanzas persuadan al mundo para que busque y halle el fácil sen­dero que conduce a Dios!

¿Qué me enseña esta lección?

Dentro del sueño que vivimos, la palabra tiene un papel estelar, pues a través de ella, comunicamos y compartimos con el resto del mundo, el contenido de nuestros pensamientos y sentimientos.

Nuestras creencias, encuentran en la palabra un canal de comunicación que define nuestra identidad, nuestros valores y principios, en definitiva, expresa el ser que creemos ser.

Si a través de nuestra palabra, expresamos juicios condenatorios, en verdad, lo que estamos haciendo es proyectar el nivel de exigencia y condena que nos aplicamos internamente.

Podemos utilizar nuestra palabra, para expresar nuestro miedo o nuestro amor. Cuando apostamos por el miedo, aquello que expresamos se tiñe con los tintes de la culpabilidad. Nos hemos juzgados y nos hemos condenado. Tan sólo nos cabe esperar el castigo como la única vía de purificación que creemos eficaz.
En cambio, cuando nuestra voz emite palabras de amor, estamos contagiando al receptor o receptores, con el Espíritu de la Paz, de la Dicha, de la Felicidad. Estamos, verdaderamente, creando.

La palabra transmite un tono vibratorio, que al igual que la música, puede fabricar o crear. Cuando fabricamos, estamos generando ilusión, y todo lo ilusorio, como todo lo temporal, acaba muriendo. Mientras que, cuando creamos, estamos generando vida, estamos creando eternidad y vida.

Nos dicen, los textos sagrados, que el Verbo es creador. Ese verbo es nuestra palabra. ¡Cuidémosla! Cuando hablemos, recordemos, que el contenido de nuestra palabra va dirigido hacia nosotros mismos, pues nuestros hermanos y nosotros, somos Uno.

Ejemplo-Guía: "Sobre  la enseñanza"

Comparto la idea que transmite el Curso, cuando nos revela que Dios no enseña, pues enseñar implica un insuficiencia que Dios sabe que no existe. Dios no está en conflicto y el propósito de enseñar es producir cambios, pero Dios sólo creó lo inmutable. En este sentido, la separación no fue una pérdida de la perfección, sino una interrupción de la comunicación. 

Dejamos de gozar de la comunicación directa con nuestro Creador y en su lugar, elegimos oír la voz del ego, la cual irrumpió en nuestra mente de forma estridente. Tal vez te surja la pregunta, ¿por que Dios no impidió tal hecho?, pero el Curso nos aclara este punto diciéndonos que Dios no la acalló porque erradicarla habría sido atacarla. Habiendo sido cuestionado, Él no cuestionó. Él simplemente dio la Respuesta. Su Respuesta es tu Maestro, el Espíritu Santo.

Enseñar, se puede hacer de muchas maneras, pero como bien nos revela el Curso, el mejor modo de hacerlo es a través del ejemplo. Si bien esto es cierto, no podemos olvidar el uso de la palabra, y en este sentido debemos saber que podemos hablar desde el espíritu o desde el ego. Hay una manera de distinguir, cual es la fuente que nos motiva. Si hablamos desde el espíritu es que hemos decidido acatar las palabras "Detente y reconoce que yo soy Dios". Son palabras inspiradas porque reflejan conocimiento y las expresamos desde el ánimo, desde el alma. En cambio, si hablamos desde el ego, lo que hacemos es renegar del conocimiento en vez de ratificarlo, y ello se expresa en un estado de des-ánimo. Con relación a esto que digo, puedo verificar por mis propias experiencias, que cuando nos ponemos al servicio del Espíritu Santo y servimos como canales a su mensaje, es como si no hablásemos nosotros. En ocasiones, llegamos a pronunciar mensajes de los que no eramos conscientes que lo sabíamos. Os puedo asegurar, que la mayor ratificación de que hablamos sostenidos por el "ánimo" la reconoceremos por la opinión de aquellos que ha sido los receptores del mensaje, los cuales, te confirman que el mensaje les ha llegado al alma.

Como bien nos indica el Texto, enseñar debe ser curativo, ya que consiste en compartir ideas y en el reconocimiento de que compartir ideas es reforzarlas. Jesús nos exhorta a que enseñemos lo que hemos aprendido porque al hacer podremos contar con ello.

Me encanta la siguiente frase: "Eres lo que enseñas, pero es evidente que puedes enseñar incorrectamente, y, por consiguiente, te pue­des enseñar mal a ti mismo."

Nos hemos enseñado a creer que no somos lo que realmente somos. Con lo cual no nos conocemos en absoluto y vamos por el mundo intentando conocernos a través del juicio que hacemos de los demás. En este sentido, cada lección que enseñamos es una lección que estamos aprendiendo.

¿Qué lección debemos enseñar y aprender?

Un Curso de Milagros, nos lo pone fácil, pues nos dice que debemos enseñar tan sólo una lección: Enseña solamente amor, pues eso es lo que eres. La única manera de aprenderla es enseñándola, pues lo que enseñemos es lo que aprendemos y no podemos olvidar, que lo que enseñamos, nos lo enseñamos a nosotros mismos.

Vamos a extendernos un poco más en el tema de la enseñanza y, para ello, bucearemos en el contenido del Texto:
"La enseñanza y el aprendizaje correcto"

Un buen maestro clarifica sus propias ideas y las refuerza al enseñarlas. En el proceso de aprendizaje tanto el maestro como el alumno están a la par. Ambos se encuentran en el mismo nivel de aprendizaje, y a menos que compartan sus lecciones les faltará convicción. Un buen maestro debe tener fe en las ideas que enseña, pero tiene que satisfacer además otra condición: debe tener fe en los estudiantes a quienes ofrece sus ideas.

Muchos montan guardia en torno a sus ideas porque quieren conservar sus sistemas de pensamiento intactos, y aprender signi­fica cambiar. Los que creen estar separados siempre temen cam­biar porque no pueden concebir que los cambios sean un paso hacia adelante en el proceso de subsanar la separación. Siempre los perciben como un paso hacia una mayor separación, debido a que la separación fue su primera experiencia de cambio. Crees que si no permites ningún cambio en tu ego alcanzarás la paz. Esta marcada confusión sólo puede tener lugar si sostienes que un mismo sistema de pensamiento puede erigirse sobre dos cimientos distintos. Nada puede llegar al espíritu desde el ego, ni nada puede llegar al ego desde el espíritu. El espíritu no puede ni reforzar al ego, ni aminorar el conflicto interno de éste. El ego en sí es una contradicción. Tu falso ser y el Ser de Dios están en oposición. Y lo están con respecto a sus orígenes, rumbos y de­senlaces. Son fundamentalmente irreconciliables porque el espí­ritu no puede percibir y el ego no puede gozar de conocimiento. No están, por lo tanto, en comunicación, ni jamás lo podrán estar. El ego, sin embargo, puede aprender, aún cuando su hace­dor esté desencaminado. Este, no obstante, no puede hacer que lo que fue infundido con vida sea completamente exánime.

El espíritu no tiene necesidad de que se le enseñe nada, pero el ego sí. El proceso de aprender se percibe, en última instancia, como algo aterrador porque conduce, no a la destrucción del ego, sino al abandono de éste a la luz del espíritu. Éste es el cambio que el ego no puede sino temer, puesto que no comparte mi cari­dad. La lección que yo tuve que aprender es la misma que tú tienes que aprender ahora, y puesto que la aprendí, puedo ense­ñártela. Nunca atacaré a tu ego, si bien estoy tratando de enseñar­te cómo surgió su sistema de pensamiento. Cuando te recuerdo tu verdadera creación, tu ego no puede por menos que reaccionar con miedo.

Aprender y enseñar son los mayores recursos de que dispones ahora porque te permiten cambiar de mentalidad y ayudar a otros a hacer lo mismo. Negarte a cambiar de mentalidad no consegui­ría probar que la separación no ocurrió. El soñador que duda de la realidad de su sueño mientras todavía está soñando no está realmente sanando su mente dividida. Tú sueñas con un ego separado y crees en el mundo que se basa en él. Todo ello te parece muy real. No puedes deshacerlo sin cambiar de mentali­dad al respecto. Si estás dispuesto a renunciar al papel de guar­dián de tu sistema de pensamiento y ofrecérmelo a mí, yo lo corregiré con gran delicadeza y te conduciré de regreso a Dios.

Todo buen maestro espera impartir a sus estudiantes tanto de lo que él mismo ha aprendido que algún día dejen de necesitarle. Este es el verdadero y único objetivo del maestro. Es imposible convencer al ego de esto porque va en contra de todas sus leyes. Pero recuerda que las leyes se promulgan para proteger la continuidad del sistema en que cree el que las promulga. Es natural que el ego trate de protegerse a sí mismo una vez que lo inven­taste, pero no es natural que desees obedecer sus leyes a menos que tú creas en ellas. El ego no puede tomar esta decisión debido a la naturaleza de su origen. Pero tú puedes tomarla debido a la naturaleza del tuyo.

Los egos pueden chocar en cualquier situación, pero es imposi­ble que el espíritu choque en absoluto. Si percibes a un maestro simplemente como "un ego más grande" sentirás miedo, ya que agrandar un ego es aumentar la ansiedad que produce la separa­ción. Enseñaré contigo y viviré contigo si estás dispuesto a pensar conmigo, pero mi objetivo será siempre eximirte finalmente de la necesidad de un maestro. Esto es lo opuesto al objetivo del maestro que se deja guiar por el ego. A ése sólo le interesa el efecto que su ego pueda tener sobre otros egos, y, por consi­guiente, interpreta la interacción entre ellos como un medio de conservar su propio ego. Yo no podría dedicarme a enseñar si creyese eso, y tú no serás un maestro dedicado mientras lo creas. Se me percibe constantemente como un maestro al que hay que exaltar o rechazar, pero yo no acepto ninguna de esas dos percep­ciones de mí mismo.

El que enseñes o aprendas no es lo que establece tu valía. Tu valía la estableció Dios. Mientras sigas oponiéndote a esto, todo lo que hagas te dará miedo, especialmente aquellas situaciones que tiendan a apoyar la creencia en la superioridad o en la infe­rioridad. Los maestros tienen que tener paciencia y repetir las lecciones que enseñan hasta que éstas se aprendan. Yo estoy dispuesto a hacer eso porque no tengo derecho a fijar los límites de tu aprendizaje por ti. Una vez más: nada de lo que haces, piensas o deseas es necesario para establecer tu valía. Este punto no es debatible excepto en fantasías. Tu ego no está nunca en entredi­cho porque Dios no lo creó. Tu espíritu no está nunca en entre­dicho porque Él lo creó. Cualquier confusión al respecto es ilusoria, y, mientras perdure esa ilusión, no es posible tener dedi­cación alguna." (T.4.I.1:7)
Reflexión: "Hoy sólo enseñaremos lo que queremos aprender, y nada más" 

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