martes, 27 de mayo de 2025

Capítulo 20. VII. La correspondencia entre medios y fin (1ª parte).

VII. La correspondencia entre medios y fin (1ª parte).

1. Hemos hablado mucho acerca de las discrepancias que puede haber entre los medios y el fin, y de la necesidad de que éstos concuerden antes de que tu relación santa pueda brindarte únicamente dicha. 2Pero hemos dicho también que los medios para alcanzar el objetivo del  Espíritu Santo emanarán de la misma Fuente de donde procede Su propósito. 3En vista de lo simple y directo que es este curso, no hay nada en él que no sea consis­tente. 4Las aparentes inconsistencias, o las partes que te resultan más difíciles de entender, apuntan meramente a aquellas áreas donde todavía hay discrepancias entre los medios y el fin. 5esto produce un gran desasosiego. 6Mas esto no tiene porqué ser así. 7Este curso apenas requiere nada de ti. 8Es imposible imaginarse algo que pida tan poco o que pueda ofrecer más.

Es posible que el contenido de este apartado nos suponga una exigencia a nuestro actual sistema de pensamiento, el cual está muy arraigado en las leyes inventadas por el ego y que nos lleva a identificarnos con el mundo de la percepción y con la creencia en que somos lo que nuestros sentidos nos muestran, es decir, un cuerpo físico.

Con esta premisa, es lógico que demos prioridad a objetivos cuyo fin sea satisfacer los deseos del ego, o lo que es lo mismo, es lógico que persigamos metas que nos aporten la felicidad y el éxito que tanto añora nuestra identidad física. Desde pequeños nos educan para ser "personas de provecho", y con ello quieren decir que adquiramos una educación que nos permita desarrollar una profesión que nos realice como persona y que nos aporte un generoso salario para permitirnos gozar de un holgado bienestar. Es importante ser alguien en la vida y formar parte de un genuino grupo social que nos permita sentirnos importantes y poderosos. De este modo dedicamos nuestra vida a labrarnos ese porvenir, donde lo más importante es poseer abundantemente para garantizar nuestra seguridad y bienestar. En esa contienda siempre nos acompañan los mensajeros del ego; estos son el miedo y la creencia en la separación. Con lo cual, nuestra andadura por la vida nos resultará especialmente delicada y difícil, pues el temor a perder lo que hemos obtenido nos acompañará toda la vida y no nos permitirá alcanzar la felicidad que perseguimos.

En ese debate vital, no reparamos en utilizar los medios que sean necesarios para lograr el fin fijado. Pero nadie puede dar lo que no tiene. Si lo que tenemos es miedo, daremos miedo y lo haremos atacando el mundo que nos rodea, en un intento de asegurarnos de que en nuestra fortaleza está el éxito para evitar que el otro nos despoje de lo que tenemos.

A título de presentación, considero que es muy importante reflexionar sobre el tema que este punto nos presenta. ¿Cuál es nuestro fin y qué medios utilizamos para alcanzarlo?

2. El período de desasosiego que sigue al cambio súbito que se produce en una relación cuando su propósito pasa a ser la santidad en lugar del pecado, tal vez esté llegando a su fin. 2En la medida en que todavía experimentes desasosiego, en esa misma medida estarás negándote a poner los medios en manos de Aquel que cambió el propósito de la relación. 3Reconoces que deseas alcanzar el objetivo. 4¿Cómo no ibas a estar entonces igualmente dispuesto a aceptar los medios? 5Si no lo estás, admitamos que eres tú el que no es consistente. 6Todo objetivo se logra través de ciertos medios, y si deseas lograr un objetivo tienes que estar igualmente dispuesto a desear los medios. 7¿Cómo podría uno ser sincero y decir: "Deseo esto por encima de todo lo demás, pero no quiero aprender cuáles son los medios necesarios para lograrlo?"

Seguir las enseñanzas del ego nos llevará a no tener escrúpulos a la hora de utilizar los medios para conseguir su objetivo. Si nos dejamos seducir por las voces del miedo, utilizaremos los medios que sean necesarios para conseguir que aquello que nos produce miedo desaparezca. Como el miedo se encuentra en nuestro interior, lo primero que haremos es atacarnos a nosotros mismos y el modo más empleado para hacerlo es no amarnos, lo que ocasiona que el odio sustituya a ese amor tan necesario para hacer de la vida un hermoso viaje. Siguiendo la dinámica de que damos lo que tenemos, lo que daremos a los demás será nuestro propio odio y miedo, y repetiremos ese intercambio convirtiendo nuestras vidas en un demencial pulso en el que siempre debe haber un vencedor y un vencido.

Y así hasta agotar las fuerzas que nos han llevado a creer que la felicidad nos la otorga el poseer cuanto más mejor. Si la felicidad no se encuentra en el deseo de tener, debe encontrarse en otro lugar, lo que nos llevará a buscar otro fin, otro objetivo, a ver las cosas de otra manera, a orientar el rumbo de nuestra nave hasta otras tierras con el propósito de comenzar a vivir realmente y no a sobrevivir. Esa nueva mirada nos llevará a cambiar nuestra visión interior, a cambiar nuestra mente y a ver la luz que somos en vez de ser servidores de la oscuridad. En esa nueva andadura, ya no invitaremos a los mensajeros del ego, ya no nos dejaremos seducir por los cánticos de sirena procedentes del mundo sensorial, sino que movilizaremos nuestra voluntad para ponerla al servicio de una nueva fe basada en la visión de la unidad y del amor. A partir de ese momento tomamos conciencia de que los medios son secundarios; lo importante es el fin. Ya no deseamos poseer, sino ser, y nuestro objetivo no será la perdición, sino la salvación.

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