miércoles, 6 de julio de 2016

Cuento para Lehahiah: "El Rey colérico"

Poco a poco la comarca de Masar iba quedando deshabitada. Desde que Lehahiah fue nombrado Soberano del reino, sus habitantes fueron sometidos a un riguroso destino.

El temor hizo aparición en cada hombre, pues la cólera del rey cuando se desataba era terrible. Masar no había sido nunca una tierra de cobardes, era un pueblo acostumbrado a hacer frente a las dificultades de la vida. No rehuían el combate cuando era necesario luchar y se compadecían de sus enemigos cuando éstos eran derrotados en las batallas.

Pero desde que Lehahiah se coronó rey, exigió a todos fidelidad para acabar con la injusticia y con la corrupción.

Todos esperaban que su propósito fuese custodiar y proteger a Masar de los traidores y asesinos, y así fue, pero para lograrlo dictó una orden en la que abolió el derecho a ser juzgado. El se proclamó único juez y empuñando su espada sentenciaba a diestra y siniestra.

A un campesino que fue sorprendido robando una gallina, le llevaron a su presencia y cuando conoció los cargos de los que se le acusaba ordeno:
  • ¡Cortadle la mano derecha y si vuelve a repetir su acción, cortadle la otra también!
Aquella fue su primera sentencia como único y supremo juez. La verdad es que todos quedaron boquiabiertos por la sorpresa. Nadie comprendía lo que estaba pasando y fue uno de los Consejeros de la corona el que indignado por aquella actitud se dirigió al soberano:
  • Majestad, perdonad mi atrevimiento, pero hablo en nombre del Consejo Real y debo haceros llegar nuestro rechazo ante la decisión que habéis tomado.
  • iBasta! -gritó encolerizado Lehahiah -. Si no ponemos fin al mal, éste nos ganará la batalla.
El consejero viendo que difícilmente podría convencer al rey de que su disciplina era despiadada, optó por abandonar la sala.

A este caso sucedieron otros y muy pronto la celda de castigo y la guillotina adquirieron un especial protagonismo.

El pueblo estaba aterrorizado y muchos decidieron abandonar sus hogares con mucho pesar y aventurarse en la búsqueda de un nuevo horizonte.

En poco tiempo Lehahiah vio como su reino quedaba deshabitado y la opresión a la que había sometido a su pueblo iba dando su recompensa.

Cierta mañana, cuando se levantó, el silencio era tan denso que se respiraba en el aire. Aquello llamó su atención, y quiso conocer la causa de tanta inactividad.

Llamó varias veces a sus servidores, pero no recibió respuesta. La cólera le sobrecogía una vez más y tomando su espada salió nerviosamente en busca de una explicación.

Al pasar por un estanque vio reflejada la imagen de un hombre. Era tanta su indignación que arremetió contra él. Con un mandoble introdujo la espada a la altura del corazón del que presumió era su enemigo, pero cual fue su sorpresa al comprobar que aquel hombre era él mismo.

Desde entonces, Lehahiah ya nunca mas atentaría coléricamente ni contra los seres ni contra las cosas y se convirtió en un fiel ejecutor del orden.

Poco a poco, irían retornando los que un día se fueron, y llegarían muchos más, deseosos de servir al justo Soberano de aquel reino.

Fin

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