II. Somos responsables de lo que vemos (3ª parte).
6. Tal vez no veas la necesidad de hacer esta pequeña ofrenda. 2Si ése es el caso, examina más detenidamente lo que dicha ofrenda representa. 3Y no veas en ella otra cosa que el absoluto intercambio de la separación por la salvación. 4El ego no es más que la idea de que es posible que al Hijo de Dios le puedan suceder cosas en contra de su voluntad, y, por ende, en contra de
Cuando el origen de un pensamiento es demente, es decir, está fuera de la Mente de donde emana el Amor, nuestras creaciones también lo serán y el mundo que percibiremos será la máxima evidencia de la realidad en la que creemos.
Como bien nos dice Jesús al final de este punto, no podemos menospreciar nuestra falta de fe, pues albergamos la creencia en la separación, en el especialismo y en la errónea identidad del cuerpo.
7. El Espíritu Santo puede hacer que tengas fe en la santidad, y darte visión para que la puedas ver fácilmente. 2Mas no has dejado libre y despejado el altar donde a estos dones les corresponde estar. 3Y donde ellos debieran estar has colocado tus ídolos, los cuales has consagrado a otra cosa. 4A esa otra "voluntad" que parece decirte lo que ha de ocurrir, le confieres realidad. 5Por lo tanto, aquello que te demostraría lo contrario no puede por menos que parecerte irreal. 6Lo único que se te pide es que le hagas sitio a la verdad. 7No se te pide que inventes o que hagas lo que está más allá de tu entendimiento. 8Lo único que se te pide es que dejes entrar a la verdad, que ceses de interferir en lo que ha de acontecer de por sí y que reconozcas nuevamente la presencia de lo que creíste haber desechado.
El altar es el símbolo que utiliza Jesús para referirse a la mente. Es en ese altar-mente donde debemos mirar, pues en él encontraremos la calidad de los pensamientos a los que rendimos culto. Nuestros ídolos responden a nuestros deseos. Podemos adorar a cientos de dioses, los cuales representan la multiplicidad de nuestros deseos de ser especiales, o podemos adorar a un solo Dios, el cual representa la unidad, la visión del amor.
Al percibirnos separados, el mundo que hemos fabricado responde a las leyes de la separación, a las leyes del ego, las cuales nos llevan a adorar a los ídolos que representan nuestras creencias: al dios de la muerte, al dios de la enfermedad, al dios del pecado, al dios del sufrimiento, al dios de la guerra, al dios del dolor. Rezamos a todos esos dioses a los que les rendimos fidelidad y a los que veneramos como los representantes de nuestra realidad.
Es hora de que nuestro altar sea renovado y depositemos en él al Dios de la Verdad, al Dios del Amor y de la Unidad.
8. Accede, aunque sólo sea por un instante, a dejar tus altares libres de lo que habías depositado en ellos, y no podrás sino ver lo que realmente se encuentra allí. 2El instante santo no es un instante de creación, sino de reconocimiento. 3Pues el reconocimiento procede de la visión y de la suspensión de todo juicio. 4Sólo entonces es posible mirar dentro de uno mismo y ver lo que no puede sino estar allí, claramente a la vista y completamente independiente de cualquier inferencia o juicio. 5Deshacer no es tu función, pero sí depende de ti el que le des la bienvenida o no. 6La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo cree en lo que desea.
Todo acto de fe es una declaración a favor de lo que creemos, independientemente de que se haya manifestado en el nivel que llamamos realidad del mundo físico.
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