
Padre, desde que elegí proyectarme desde mi mente, este acto volitivo propició la fabricación de un mundo cuyo efecto me hizo consciente de la percepción.
Esta es la causa que originó la visión de la separación y la identificación con el cuerpo físico. Confundí mi verdadera realidad con la falsa realidad que me ofrece el mundo material. Elegí la ilusión a la verdad y sustituí el Amor por el miedo; la Paz por la culpa; la Gracia por el castigo; la Alegría por la tristeza; la Plenitud por la necesidad; la Abundancia por la escasez; la Dicha por el sufrimiento; la Vida por la muerte…
Hoy abandono la visión del cuerpo y elijo ver con los ojos del alma. En ese altar, Padre, se encuentra la verdadera visión, la visión de la unidad. Elijo ver la realidad; elijo ver a mi hermano libre de pecado, inocente y pleno. Ya no nos une la creencia en el miedo y en la culpa. El perdón ha allanado el camino que nos conduce a compartir el amor en nuestro verdadero Hogar.
Nuestros cuerpos cumplen con su función, la de servir de vehículo de comunicación de los atributos con los que nos ha creado nuestro Padre.
¿No os resuena esta hermosa plegaria?
"Contemplémonos hoy los unos a los otros con los ojos de Cristo. ¡Qué bellos somos! ¡Cuán santos y amorosos! Hermano, ven y únete a mí hoy. Salvamos al mundo cuando nos unimos. Pues en nuestra visión el mundo se vuelve tan santo como la luz que mora en nosotros".Cada vez que la emito, siento que la densidad de mi cuerpo pierde su poder de gravedad y me envuelve la sensación de elevarme por encima de este mundo. Me siento liberado e ilimitado. No sabría interpretarlo, pero es
algo parecido a un renacer. El mundo que antes percibía, lo veo ahora más liviano. No me siento atrapado por sus ilusiones, por sus fantasías. Las miro. Las veo, pero ya no encuentro significado en ellas.
Esa mirada limpia me lleva a percibir la pureza, la inocencia, la invulnerabilidad, la impecabilidad, en cada ser, en cada hermano.
¡Cuánta paz emana esa nueva visión! El perdón es la llave que nos abre las puertas de la salvación. Esa llave nadie externo a nosotros nos la puede ofrecer. Podemos proyectar fuera de nosotros al mensajero que nos enseña dónde se encuentra la puerta, pero la llave se encuentra en nuestro corazón, en nuestra capacidad de compartir la esencia con la que hemos sido creados, el amor.
Ya no hay débito. Ya no hay culpa. Ya no hay necesidad de castigo. Tan sólo hay la verdadera Visión de Cristo, la que nos recuerda que somos el Hijo de Dios.
Veo tu belleza, hermano, tu santidad y tu amor. Unámonos y salvaremos al mundo.
Reflexión: ¿Cómo te ves, reflejado en los demás?
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