VII. El punto de encuentro (1ª parte).
1. ¡Cuán tenazmente defiende su especialismo -deseando que sea verdad- todo aquel que se encuentra encadenado a este mundo! 2Su deseo es ley para él, y él lo obedece. 3Todo lo que su deseo de ser especial exige, él se lo concede. 4Nada que este amado deseo necesite, él se lo niega. 5Y mientras este deseo lo llame, él no oirá otra Voz. 6Ningún esfuerzo es demasiado grande, ningún costo excesivo ni ningún precio prohibitivo a la hora de salvar su deseo de ser especial del más leve desaire, del más mínimo ataque, de la menor duda, del menor indicio de amenaza, o de lo que sea, excepto de la reverencia más absoluta. 7Éste es tu hijo, amado por ti como tú lo eres por tu Padre. 8Él es quien ocupa el lugar de tus creaciones, que sí son tu hijo, y que se te dieron para que compartieses
Este primer punto nos describe cómo las personas, al sentirse separadas o "encadenadas a este mundo", desarrollan un fuerte deseo de ser especiales o diferentes. Este deseo se convierte en una especie de "ley interna" que gobierna sus acciones y pensamientos. Todo lo que refuerce esa sensación de ser especial es protegido y defendido a toda costa, incluso si eso implica ignorar otras voces o verdades más profundas.
Podemos identificar las ideas claves que se desarrollan en este párrafo.
Por un lado, tenemos “El especialismo como ilusión”: El "especialismo" es visto aquí como una ilusión que nos separa de los demás y de nuestra verdadera naturaleza. Es un deseo de ser diferente, único o superior, que nos mantiene enfocados en el ego y en la separación.
La fuerza del deseo: El texto enfatiza que este deseo es tan fuerte que la persona le concede todo lo que pide, sin negarle nada. Se convierte en una prioridad absoluta, incluso por encima de la verdad o la paz interior.
Podemos decir, que pagamos un alto precio por el especialismo, pues como bien se menciona en el punto ningún esfuerzo es demasiado grande para proteger este deseo, ni siquiera ante la más mínima amenaza. Esto sugiere que el especialismo requiere mucha energía y genera sufrimiento, porque siempre está bajo amenaza y necesita ser defendido.
El texto utiliza la metáfora del "hijo" para referirse a lo que hemos creado con nuestro deseo de ser especiales. Este "hijo" ocupa el lugar de nuestras verdaderas creaciones, que serían aquellas alineadas con el amor y la unidad, y no con la separación.
El fragmento termina con preguntas retóricas que invitan a reflexionar: ¿Quién es este "hijo" que hemos hecho para que sea nuestra fortaleza? ¿Qué criatura es esta que recibe tanto amor? ¿Qué parodia de la creación de Dios es esta que ocupa el lugar de nuestras verdaderas creaciones? Estas preguntas buscan que el lector cuestione el valor real de ese especialismo y lo compare con la verdadera creación, que es compartida y unificadora.
En resumen, el texto nos invita a observar cómo el deseo de ser especial puede dominar nuestra vida, alejándonos de nuestra verdadera esencia y de la conexión con los demás. Sugiere que este deseo es una ilusión que sustituye lo que realmente somos y lo que podríamos crear desde el amor y la unidad. La invitación es a cuestionar ese especialismo y abrirnos a una visión más amplia y compartida de la existencia.
El especialismo en la vida cotidiana.
El especialismo es ese impulso interno que nos lleva a querer ser diferentes, únicos o superiores a los demás. Aunque puede parecer positivo buscar destacar, el texto nos invita a mirar más profundo: cuando el deseo de ser especial se convierte en una prioridad absoluta, puede alejarnos de la paz interior y de la verdadera conexión con los demás.
¿Cómo se manifiesta el especialismo en la vida diaria?
- Cuando sentimos que necesitamos reconocimiento constante.
- Cuando nos cuesta aceptar críticas o sentirnos parte de un grupo.
- Cuando defendemos nuestras ideas o logros como si fueran nuestra identidad.
¿Por qué es importante cuestionarlo? El especialismo nos puede llevar a competir, compararnos y sentirnos separados. Esto genera estrés, insatisfacción y una sensación de vacío, porque siempre hay algo que amenaza nuestra “especialidad”.
¿Qué podemos hacer de manera práctica?
Observar nuestros pensamientos: Pregúntate, ¿estoy buscando ser especial en esta situación? ¿Estoy defendiendo mi punto de vista por miedo a no ser suficiente?
Practicar la humildad: Reconoce que todos tenemos valor y que la verdadera fortaleza está en la unión, no en la separación.
Valorar la colaboración: En vez de competir, busca compartir y aprender de los demás. La cooperación genera más satisfacción y paz.
Aceptar la imperfección: No necesitas ser perfecto ni especial para ser valioso. Tu valor es inherente, no depende de comparaciones.
Buscar el propósito común: Pregúntate, ¿cómo puedo contribuir al bienestar de todos, no solo al mío?
Ejemplo práctico:
Si en el trabajo te sientes frustrado porque no reconocen tus esfuerzos, en vez de insistir en que te valoren más, intenta reconocer el valor de tus compañeros y colaborar con ellos. Verás que la satisfacción viene de la conexión y el propósito compartido, no solo del reconocimiento individual.
Conclusión:
El especialismo es una ilusión que nos separa y nos hace gastar energía en defender algo que no es esencial. Al cuestionarlo y abrirnos a la unidad, encontramos una paz y una fuerza mucho más profundas.

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