lunes, 2 de junio de 2025

Capítulo 20. VIII. La visión de la impecabilidad (2ª parte).

VIII. La visión de la impecabilidad (2ª parte).

3. La impecabilidad de tu hermano se te muestra en una luz bri­llante, para que la veas con la visión del Espíritu Santo y para que te regocijes con ella junto con Él. 2Pues la paz vendrá a todos aquellos que la pidan de todo corazón y sean sinceros en cuanto al propósito que comparten con el Espíritu Santo, y de un mismo sentir con Él con respecto a lo que es la salvación. 3Estáte dis­puesto, pues, a ver a tu hermano libre de pecado, para que Cristo pueda aparecer ante tu vista y colmarte de felicidad. 4Y no le otorgues ningún valor al cuerpo de tu hermano, el cual no hace sino condenarlo a fantasías de lo que él es. 5Él desea ver su impe­cabilidad, tal como tú deseas ver la tuya. 6Bendice al Hijo de Dios en tu relación, y no veas en él lo que tú has hecho de él.

El verdadero estado del Ser es la luz y el amor. Dios nos ha creado a Su imagen y semejanza. Si Dios es luz y amor, Su Hijo también lo será. Desear la luz es crear, pues es expandir el amor. Desear la ausencia de luz es desear la oscuridad y desde ese estado no podremos reconocer lo que somos, propiciando que nos imaginemos una falsa identidad. Esa oscuridad nos producirá miedo y todo cuanto percibamos llevará su sello. Nos defendemos de todo aquello que sea percibido desde el miedo y nos cause miedo. Nos defenderemos de los demás, nos defenderemos de nuestro odio, nos defenderemos de nuestra pecaminosidad, nos defenderemos de nuestra culpa. Todos nuestros mecanismos de seguridad tratarán de protegernos de la creencia en haber fallado a nuestro Creador. Nos creemos desmerecedores de Su amor y buscamos el perdón de nuestra culpa deseando ser castigados. En definitiva, hemos fabricado un mundo demente donde la ausencia de amor da pie a la locura.

No desees por más tiempo la oscuridad, la separación, la división, el miedo, el odio y el dolor. Desea en cambio la luz, la unidad, el amor, la paz, la dicha, la impecabilidad. Crea un mundo acorde al deseo de la unidad y la Visión Crística nos ofrecerá ese mundo.

4. El Espíritu Santo garantiza que lo que Dios dispuso para ti y te concedió, será tuyo. 2Este es tu propósito ahora, y la visión que hace que sea posible sólo espera a que la recibas. 3Ya dispones de la visión que te permite no ver el cuerpo. 4Y al contemplar a tu hermano verás en él un altar a tu Padre tan santo como el Cielo, refulgiendo con radiante pureza y con el destello de las deslum­brantes azucenas que allí depositaste. 5¿Qué otra cosa podría tener más valor para ti? 6¿Por qué piensas que el cuerpo es un mejor hogar, un albergue más seguro para el Hijo de Dios? 7¿Por qué preferirías ver el cuerpo en vez de la verdad? 8¿Cómo es posible que esa máquina de destrucción sea lo que prefieres y lo que eliges para reemplazar el santo hogar que te ofrece el Espí­ritu Santo, y donde Él morará contigo?

Si decidimos identificarnos con el cuerpo, cuando miremos a nuestro hermano, es lo que veremos en él. Esa visión significa que hemos elegido juzgarlo como un pecador. Significa que nos hemos condenado interiormente y nuestra visión ha nublado nuestra mente, pensando que hay que purgar nuestros pecados, nuestra maldad, nuestra oscuridad para ser aceptados por Aquel al que le hemos otorgado el papel de nuestro Juez, a Dios. El odio que sentimos hacia nosotros mismos nos lleva a sentir odio por los demás. Nuestro afán de pureza nos lleva a condenar los pecados que percibimos en el otro. Nuestro propio autocastigo motivado por el deseo de redimir nuestra culpa nos lleva a castigar.

Mientras que decidamos ver en nuestros hermanos sus vestidos corporales, no podremos evitar juzgarlos e ignorar el lazo de amor que nos mantiene unidos a ellos. Si pretendemos salvarnos, si pretendemos recuperar nuestra verdadera identidad, no podremos hacerlo aportando significado a las ofensas percibidas por su cuerpo. Ello nos recordará que somos pecadores y lo atacaremos en un intento de recuperar la inocencia.

5. El cuerpo es el signo de la debilidad, de la vulnerabilidad y de la pérdida de poder. 2¿Qué ayuda te puede prestar un salvador así? 3¿Le pedirías ayuda a un desvalido en momentos de angustia y de necesidad? 4¿Es lo infinitamente pequeño la mejor alterna­tiva a la que recurrir en busca de fortaleza? 5Tus juicios parecerán debilitar a tu salvador. 6Mas eres tú quien tiene necesidad de su fortaleza. 7No hay problema, acontecimiento, situación o perple­jidad que la visión no pueda resolver. 8Todo queda redimido cuando se ve a través de la visión. 9Pues no es tu visión, y trae consigo las amadas leyes de Aquel cuya visión es.

Tenemos que hacer hincapié en la idea central que estamos analizando en los últimos puntos. No podemos menospreciar la fuerza que tiene el deseo. Ya hemos visto cómo el deseo nos ha llevado a creer en la separación en respuesta a que creemos aquello que deseamos. Una falsa fe o una fe errada fue depositada en nuestras creencias cuando elegimos la individualidad a la unicidad. Esa fe errada ha condicionado toda nuestra visión, llevándonos a percibir desde la oscuridad una identidad tan falsa como la fe que la ha propiciado.

En el cuerpo tan solo podemos encontrar debilidad, vulnerabilidad, dolor y muerte. A pesar de ello, seguimos pensando que ese cuerpo es lo que somos. El cuerpo se ha convertido en el velo que nos oculta la verdad, la realidad. Es preciso desgarrar ese velo e ir más allá de las limitaciones que nos muestra. Para lograrlo, tan solo debemos reorientar la fuerza del deseo y ponerla al servicio de nuestra voluntad de servir a la Voluntad de Dios. Esto significa tan solo una cosa. Elegir el amor por encima del miedo y ver nuestra impecabilidad, nuestra invulnerabilidad y nuestra fortaleza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario