miércoles, 4 de junio de 2025

Capítulo 20. VIII. La visión de la impecabilidad (4ª parte).

VIII. La visión de la impecabilidad (4ª parte).

9. Sólo dos propósitos son posibles: 2el pecado y la santidad. 3No existe nada entremedias, y el que elijas determinará lo que veas. 4Pues lo que ves simplemente demuestra cómo has elegido alcan­zar tu objetivo. 5Las alucinaciones sirven para alcanzar el objetivo de la locura. 6Son el medio a través del cual el mundo externo, proyectado desde adentro, se ajusta al pecado y parece dar fe de su realidad. 7Aún sigue siendo cierto, no obstante, que no hay nada afuera. 8Sin embargo, es sobre esta nada donde se lanzan todas las proyecciones. 9Pues es la proyección la que le confiere a la "nada" todo el significado que parece tener.

Si nuestra visión no estuviese alterada por el deseo de ser especial, no creeríamos en la separación, en la división, con lo cual gozaríamos de la auténtica visión en la unicidad. Esta visión nos lleva a reconocer la semejanza existente con todos nuestros hermanos y con nuestro Creador. Esa unicidad se complace en la igualdad y, al no existir percepción separada, se visualiza tal como es, es decir, como una sola mente, donde lo externo carece de significado, no existe. Ese es el estado de la mente santa. Ese es el estado que rige las leyes del Cielo. Ese es el estado verdadero de lo que somos, de la Filiación.

Cualquier otra visión que no sea la descrita anteriormente no gozará de la fortaleza de la verdad. Responderá a una visión ilusoria e irreal, que inventa personajes externos que personifiquen las diferentes tendencias que habitan en el interior de una mente dividida: pecado, culpa, miedo, odio, soledad, necesidad, sufrimiento, dolor, muerte…

10. Lo que carece de significado no puede ser percibido. 2Y el sig­nificado siempre busca dentro de sí para encontrar significado, y luego mira hacia afuera. 3Todo el significado que tú le confieres al mundo externo tiene que reflejar, por lo tanto, lo que viste dentro de ti, o mejor dicho, si es que realmente viste o simplemente emi­tiste un juicio en contra de lo que viste. 4La visión es el medio a través del cual el Espíritu Santo transforma tus pesadillas en sue­ños felices y reemplaza tus dementes alucinaciones -que te muestran las terribles consecuencias de pecados imaginarios- ­por plácidos y reconfortantes paisajes. 5Estos plácidos paisajes y sonidos se ven con agrado y se oyen con alegría. 6Son Sus susti­tutos para todos los aterradores panoramas y pavorosos sonidos que el propósito del ego le trajo a tu horrorizada conciencia. 7Ellos te alejan del pecado y te recuerdan que no es la realidad lo que te asusta, y que los errores que cometiste se pueden corregir.

Así es. Cuando la visión de lo que somos no siente el deseo de ser especial, lo que vemos nos hace uno con la visión del resto de la filiación. Desde esa visión se comparte el amor y se extiende a través de nuestras creaciones que serán eternas y portadoras de las leyes de la verdad.

En cambio, cuando nuestra visión de lo que somos siente el deseo de ser especial, lo que vemos en nuestro interior son partes separadas que conforman nuestra personalidad. Esa visión nos muestra los diferentes rostros de nuestra personalidad especial, los cuales ya hemos descrito en el punto anterior. Una vez que tenemos identificados esos rostros y los aceptamos como parte de nuestra realidad, los proyectamos hacia afuera y son considerados como partes esenciales que forman parte del mundo que percibimos.

Si al mirar en tu interior te juzgas un pecador, querrás ocultarlo a los demás para que no perciban tu debilidad. Para evitarlo, decides proyectar afuera tu visión y para ello decides juzgar a los demás, en los cuales has creído ver tu propio pecado. Te dirás, ¿qué mejor modo de ponerle fin a ese pecado que condenarlo y castigarlo? Y de este modo, establecemos leyes y comportamientos que son considerados como salvadores para poner fin a la semilla del miedo que nos corroe.

11. Cuando hayas contemplado lo que parecía infundir terror y lo hayas visto transformarse en paisajes de paz y hermosura, cuando hayas presenciado escenas de violencia y de muerte y las hayas visto convertirse en serenos panoramas de jardines bajo cielos despejados, con aguas diáfanas, portadoras de vida, que corren felizmente por ellos en arroyuelos danzantes que nunca se secan, ¿qué necesidad habrá de persuadirte para que aceptes el don de la visión? 2una vez que la visión se haya alcanzado, ¿quién podría rehusar lo que necesariamente ha de venir des­pués? 3Piensa sólo en esto por un instante: puedes contemplar la santidad que Dios le dio a Su Hijo. 4Y nunca jamás tendrás que pensar que hay algo más que puedas ver.

Nuestro actual estado de conciencia se compara con el de un sueño, donde lo percibido nos muestra una situación ilusoria e irreal. Cuando soñamos podemos tener sueños felices o terroríficas pesadillas. Cuando tenemos sueños felices, al despertar nos inunda una sensación de bienestar que nos mantiene eufórico y feliz. En cambio, cuando el contenido del sueño ha sido una pesadilla, al despertar, el sentimiento de pánico vivido por nuestra mente aún nos mantiene sumidos en un profundo temor.

Jesús utiliza este símil para enseñarnos los efectos que tendrá sobre nuestra conciencia el hecho de elegir tener sueños felices o, en su lugar, continuar siendo los protagonistas de los guiones propios de las pesadillas. Lo importante de este mensaje es que tenemos la opción de elegir qué tipo de sueño tener. Ello es posible dado que somos los soñadores del sueño. No podemos culpar al mundo exterior del contenido de nuestros sueños, pues estos tan solo reflejan nuestros deseos.

Elijamos, pues, tener sueños felices.

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